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Crítica de “Voyage of Time”, de Terrence Malick

El mítico director estadounidense presentó en Competencia un documental con un corte de 90 minutos, aunque la versión que llegará a las salas IMAX será de apenas 45. 

Publicada el 08/09/2016

Existencialista, mística, abstracta, anti-narrativa… Muchos son los adjetivos que definen los últimos cinco años de la carrera del director estadounidense Terrence Malick. Dicha etapa –para algunos un ciclo pasajero, para otros un evidente punto de no retorno– se inicia en 2011 con la superlativa El árbol de la vida y se prolonga hasta el presente sumando otros tres títulos: To the WonderKnight of Cups y su primer documental, Voyage of Time.

A grandes rasgos, las cuatro películas conforman una proclama de la finitud del hombre y la inmortalidad de la naturaleza. Dos mensajes que, hasta hoy, el cineasta transmitió a través de ficciones ambiguas, laberínticas, imprecisas y fragmentadas. Por desgracia, su nuevo film, estrenado en la Competencia del Festival de Venecia, ha resultado ser la antítesis de todo lo anterior: una versión simplista del imaginario filosófico y espiritual que el director de La delgada línea roja ha construido en el último lustro.

Voyage of Time es un producto diseñado para conmover a un espectador pasivo, para entretener a una audiencia a la que le basta con contemplar imágenes que evocan al existencialismo sin necesidad de pensar en su contenido. Las intenciones del autor de Malas tierras nunca habían sido tan claras. Malick no quiere retarnos, sino complacernos y extasiarnos con una serie de memorables postales animadas de las maravillas naturales del planeta o de otros rincones del universo. Con Voyage of Time, Malick convierte la mística en un espectáculo visual vacío, cuyo resultado agradó a la mayor parte de la crítica, mientras decepcionaba a sus férreos seguidores.

Si bien la belleza de las imágenes es indiscutible, cabe indicar que las imponentes estampas de la naturaleza aparecen intercaladas con planos filmados con una cámara de baja resolución, como ya ocurría en Knight of Cups. Esta combinación quiere enfrentar el elemento científico de las imágenes más construidas –por ejemplo, en el seguimiento de la erupción de un volcán, la polinización de una flor, la extinción de los dinosaurios o el comportamiento de los primeros homínidos– con el componente aleatorio, mundano y trivial que caracteriza la selección de postales de baja resolución –donde presenciamos rituales religiosos, lecciones en una escuela de China, vagabundos en una barriada, soldados israelís reteniendo a presos palestinos y un largo etcétera–.

Para terminar, también señalaremos el uso fallido de la voz en off de Cate Blanchett. Sus palabras, que debieran conducir al espectador entre este mar de imágenes, son extractos abreviados e inconexos del bellísimo monólogo que la actriz recitaba en un capítulo de Knight of Cups. En otro tiempo, las voces en off de los films de Malick hacían crecer el relato, pero en Voyage of Time el texto figura como un adorno más en este desmesurado decorado.




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