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Crítica de “Selfie”, de Víctor García León (Competencia Oficial)
Todo festival necesita una película controvertida y el tercer largometraje del director de Más pena que gloria (2001) y Vete de mí (2006) fue, sin dudas, el más provocador y discutido de esta 20ª edición.
Rodada en plan guerrilla, casi sin presupuesto, cámara en mano y con los (no) actores lanzados a la calle en momentos que, por ejemplo, se realizaban los actos políticos del Partido Popular y Podemos en 2016, Selfie es un falso documental -con continuas miradas y diálogos del protagonista a cámara- que se propone como una mirada urgente, descarnada e impiadosa sobre la desintegración, la grieta, el desconcierto, la confusión, el desánimo, la incomunicación y la bronca que imperan desde hace ya bastante tiempo en la sociedad ibérica.
Puede que este retrato de la España contemporánea no sea demasiado sutil, que por momentos caiga incluso en el lugar común, pero incluso en su desarrollo algo caótico nunca deja de ser provocadora y casi siempre divertida con sus constantes desbordes y su bienvenida incorrección política.
Bosco (Santiago Alverú) es hijo de un ministro del PP acusado por corrupciones múltiples. Su mundo de amigos chetos, universidad privada y privilegios múltiples se derrumba cual castillo de naipes. Su padre va preso, su madre se desentiende de él, sus compinches lo abandonan, lo expulsan del master que cursaba y su mansión en la Moraleja de Madrid es embargada. Así, no tendrá más remedio que iniciar un descenso a los infiernos que no es otra cosa que deambular aturdido por las calles y lidiar con el mundo real de inmigrantes, personas con capacidades diferentes y pobres. De príncipe a mendigo, o casi.
Esta suerte de Borat hispano, tan inocente como torpe en sus actitudes y decisiones, pedirá asilo a su empleada doméstica, luego compartirá un piso en el decadente barrio de Lavapiés y, como quedó dicho, participará en distintos mitines reales, en los que aparecen en cameos fortuitos desde Pablo Iglesias de Podemos hasta la alcaldesa de Barcelona Ada Colau, pasando por la referente del PP Esperanza Aguirre.
La política lo impregna todo en esta radiografía triste y desencantada del estado de las cosas actual. De hecho, en lo que puede leerse como una alegoría, el muchacho de derecha y un no menos patético exponente de la izquierda como Ramón (Javier Carramiñana) terminarán luchando por el amor de una chica ciega llamada Macarena (Macarena Sanz), que bien podría representar a esta España que no ve el final del túnel y está siempre tironeada entre intereses contrapuestos.
Tragicómica y agridulce, la película de Víctor García León transmite aun en sus pasajes menos lucidos e inspirados una sensación de urgencia y frescura que la hacen disfrutable. Y, cuando logra conectar con las sensaciones más auténticas, se convierte en una auténtica selfie social. Y lo que la cámara refleja no es precisamente bello.
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