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Crítica de “Happy End”, de Michael Haneke, con Isabelle Huppert y Jean-Louis Trintignant - #Cannes70
Si bien dialoga de forma directa con buena parte de su filmografía, el nuevo trabajo del director de Amour no se ubica entre lo mejor de su carrera.
No son tiempos de optimismo ni celebración en Europa y el cine de Michael Haneke, que nunca se caracterizó por su complacencia, ha retratado desde siempre la sensación de miedo, angustia y resentimiento de una burguesía dominada por un lado por la culpa y la corrección política, pero también por su paranoia y su creciente xenofobia. En este contexto, Happy End resulta la película más amarga y desesperanzada de toda su filmografía, lo que ya es mucho decir. También una de las más obvias y subrayadas.
Sin ser técnicamente una secuela de Amour, hay en Happy End muchas conexiones explícitas con esa película que le valió a Haneke en 2012 su segunda Palma de Oro (la otra había sido por La cinta blanca en 2009). No sólo por las presencias de Jean-Louis Trintignant e Isabelle Huppert como padre e hija sino por varios elementos y referencias que unen a ambos films y que hasta responden en pantalla a ciertos cuestionamientos que el director austro-alemán recibió por su anterior trabajo. Alguien bromeó aquí con que Haneke está construyendo un universo como el de Marvel y, aunque sus personajes no son precisamente superhéroes, algo de eso hay.
Ambientada en parte en la zona de Calais (punto neurálgico del conflicto de la inmigración, que sobrevuela todo el tiempo la trama), Happy End tiene como protagonista a la familia Laurent, que maneja una compañía constructora creada por el ya anciano patriarca Georges (Trintignant) y ahora liderada por su hija Anne (Huppert) y su nieto Pierre (Franz Rogowski). Al grupo -decididamente disfuncional- se suman el hermano de Anne, Thomas (Mathieu Kassovitz), y su hija de 13 años Eve (Fantine Harduin), que tendrá un papel fundamental en el desarrollo de los acontecimientos.
La película habla de la sensación de insatisfacción generalizada, de las humillaciones cruzadas, de las diferencias generacionales, del suicidio (real y metafórico) y tiene como aspectos centrales -un poco como en Caché/Escondido- el tema de la mirada, del punto de vista, así como la fascinación, el anonimato y la impunidad de las redes sociales (es también como una reformulación, 25 años después, de Benny's Video a partir de los cambios tecnológicos). En este caso, hasta bien avanzado el film no se sabe bien quién participa en los chats ni graba los videos que se ven pantalla.
Si bien me gustó más que Loveless, The Killing of the Sacred Deer, Jupiter's Moon y The Square, Happy End se suma a la tendencia de ese cine del sadismo y la crueldad que parece haber hecho escuela en Cannes en los últimos años y, sobre todo, en lo que va de esta 70ª edición.
(Esta reseña se publicó con algunos cambios en el el diario La Nación del 23/5/2017)
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