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Festival de Costa Rica 2019: Premios y balance

Por Ezequiel Boetti, desde San José de Costa Rica
Temblores, segundo film del guatemalteco Jayro Bustamante, triunfó en la Competencia Centroamericana de la 7ª edición de esta muestra que ofreció un amplio y rico panorama de la actualidad del cine de la región.

Publicada el 07/04/2019

El cine centroamericano se ha convertido en una de las grandes atracciones de los principales festivales del mundo. Nombres como Julio Hernández Cordón o el ya consolidado Carlos Raygadas, por citar dos ejemplos de universos artísticos bien alejados, abrieron un camino que muchos realizadores jóvenes intentan continuar. Con la idea de servir como plataforma para el cine de estos países es que se creó el Festival Internacional de Cine de Costa Rica, cuya 7ª edición se realizó entre el 28 de marzo y el 6 de abril y tuvo como principales ganadoras a El despertar de las hormigas, de la costarricense Antonella Sudasassi, y la guatemalteca Temblores, de Jayro Bustamante. 

Organizado por el Centro Costarricense de Producción Cinematográfica del Ministerio de Cultura y Juventud, el CRFIC contó con 66 películas de más de 20 países, con especial hincapié en el cine local y de los alrededores. De allí que sus tres competencias hayan sido la Centroamericana de largos, la Costarricense de largos y de cortos. Panorama, Radar, Foco, De jóvenes y Cine Queer, entre otras, fueron los principales apartados no competitivos. 

El catálogo asegura que los siete títulos de la Competencia Nacional “constituyen una carta de introducción del cine costarricense ante la comunidad audiovisual internacional”. Esa intencionalidad generó una sección variada en formatos y estilos, con lugar para propuestas comerciales y otras menos apegadas a las fórmulas tradicionales. 

Hubo lugar para el costumbrismo televisivo de Cascos indomables, sobre un grupo de motoqueros que pierden sus trabajos y deciden probar con el cuentapropismo, y la comedia con El baile de la gacela, un crowd-pleaser de cabo a rabo acerca de un anciano ex futbolista que encuentra en un concurso de baile un segundo aire para su vida. También para los documentales con El camino de la Negrita –que resume la experiencia de un grupo de 250 peregrinos durante la caminata hasta la Basílica de la Virgen de Los Ángeles- y Queremos tanto a Bruno, centrado en una banda de rock de culto que despareció hace veinte años, en pleno asenso comercial.

Entre los documentales se destacó Callos, que recibió una Mención Especial del Jurado. La ópera prima del jovencísimo (24 años al momento del rodaje) Nacho Rodríguez retrata los pensamientos y la forma de ver el mundo de tres muchachos homosexuales que son atravesados por el debate público alrededor de los derechos igualitarios que se dio en el país durante el año pasado. Una época signada por la polarización ideológica entre los principales candidatos presidenciales, Carlos Alvarado y Fabricio Alvarado -sí, tienen un parentesco sanguíneo pero muy lejano-, con el primero (y finalmente ganador) apoyando los derechos igualitarios y el segundo encarnando los valores más tradicionales del conservadurismo. 

Rodríguez construye el relato sobre dos pilares: una buena cantidad de fotos y videos subidos a Instagram por los tres protagonistas y las entrevistas en las que ellos van revelando el núcleo más íntimo de sus personalidades. La elección es también un registro de su época, en tanto hay un diálogo directo entre la imagen pública y aquello que piensan. Contradicciones, miedos, alegrías y proyectos a futuro revelen el enorme nivel de intimismo conseguido por Rodríguez. El problema es el mismo de muchas óperas primas: un engolosinamiento con el recurso que lo vuelve reiterativo, dejando a la película en un círculo del que recién sale en su última parte, cuando afloran las tensiones sociales de cara a las elecciones.

Las ficciones, por su parte, mostraron su mejor cara en El despertar de las hormigas, que acaba de estrenarse mundialmente en la sección Forum de la Berlinale y de competir en el Festival de Málaga. Como en Callos, la ópera prima de Antonella Sudasassi muestra los intersticios de lo privado y lo político. La protagonista es Isabel, una mujer con dos hijas chicas y un marido deseoso de tener al varoncito. Lo que toda la familia de él, que no deja pasar ocasión sin recordarle que todavía tiene esa asignatura pendiente: todos quieren otro hijo, menos ella. 

Esa opresión irá llevándola a un tour de force menos emocional que físico, producto de las situaciones diarias, casi imperceptibles, a las que es sometida. Sudasassi mantiene la cámara siempre pegada a una protagonista de carácter silencioso. Una parquedad que denota un proceso interno que se irá manifestando en sus (algo reiterativos) sueños. Es cierto que a El despertar… le sobran algunas metáforas –y hasta por momentos parece algo enamorada de ellas–, pero su apuesta por un relato crudo y sin subrayados ni golpes bajos da como resultado una película por demás merecedora del premio mayor. 


Competencia Centroamericana

Al igual que en la costarricense, los jurados otorgaron el premio principal y la Mención de la Competencia Centroamericana a una ficción y un documental, respectivamente. Documentales que fueron mayoría en este brevísimo apartado, con tres sobre cuatro títulos. Tampoco parece casual que dos de esos tres –La asfixia es un documental en primera persona sobre la hija de un desaparecido en Guatemala– abordaran cuestiones relacionadas con los conflictos armados internos recientes en los países de la región.

Reconocida con una mención especial, La batalla del volcán recupera uno de los episodios más cruentos de la guerra civil salvadoreña, desatada a mediados de los ’80 a raíz del crecimiento de la organización Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Con la idea de una revolución profunda de la matriz social, en 1989 intentaron una ofensiva final sobre la capital del país. Más de 3000 muertos fue el saldo de varias semanas de balaceras entre guerrilleros y militares en medio de una ciudad en ruinas y plagada de civiles que intentaban huir o refugiarse en sus casas. 

El director Julio López Fernández recorre aquellos lugares junto a guerrilleros y soldados que van rememorando las distintas situaciones que atravesaron. Cuentan anécdotas como quien cuenta una vieja aventura del pasado, en un tono épico y no exento de risas aun cuando las situaciones hayan resultado horrorosas. Toda una rareza visto desde la Argentina, donde si hay algo que no abunda en los documentales sobre la historia reciente es la risa. Menos aún entre quienes hayan combatido en bandos separados. 

La armonía entre aquellos viejos enemigos es llamativa. Uno podría pensar que ese intento de mostrar que lograron cerrar las heridas de la guerra, como si a través de esos encuentros se quisiera llamar a una paz generalizada. Pero también es cierto que esto implica una equiparación simbólica entre un guerrillero y un soldado cuando es imposible equipararlos, en tanto uno encarna la responsabilidad del Estado. Moralmente dudosa, es imposible saber si esa situación responde a una mirada cargada de inocencia, a la voz de un simple civil con la posibilidad de empuñar una cámara pidiendo una suerte de borrón  y cuenta, o de algo mucho más ideológicamente perverso. Lo que es indudablemente meritorio es el uso de las imágenes de archivo. Decenas de videos, algunos periodísticos y otros “caseros”, aportan no sólo la información narrativa necesaria para el avance del relato, sino una material de enorme relevancia social. A fin de cuentas, pocas cosas más saludables para un país que poner en el tela de juicio su propio pasado.

Era indudable que Temblores ganaría el premio principal. Como bien señaló la crítica de OtrosCines/Europa desde la Berlinale, la segunda película del guatemalteco Jayro Bustamante después de la consagratoria Ixcanul es “un majestuoso acercamiento al tabú de la homosexualidad del hombre”. Un hombre que, además, pertenece a una familia acaudalada y fervorosamente creyente. Tanto así como para pensar que la homosexualidad es una enfermedad que se cura o que verdaderamente existe esa abstracción llamada “camino de Bien”. No es un buen entorno para dejar a la esposa e irse con su amante hombre.

De una narración segurísima, muestra el Via crucis de este penitente constante, marginado de su familia y con la amenaza de su mujer de prohibirle ver a los hijos, con un tono seco y pulcro. Y, al igual que El despertar de las hormigas, logra el mérito de representar un estado de situación social a través de una historia cotidiana de violencia doméstica. Siempre sin resaltados morales ni parábolas dramáticas marcadas. Un grado de aplomo que muestra que aquella presencia del cine latinoamericano en los principales festivales del fundo está muy lejos de ser una casualidad.


Todos los premios

Competencia Centroamericana de largos 

-Mejor Película: Temblores, de Jayro Bustamante (Guatemala / Francia / Luxemburgo)
-Mención Especial: La batalla del volcán, de Julio López Fernández (El Salvador / México)
-Premio del Público: Yo no me llamo Rubén Blades, de Abner Benaim (Panamá / Argentina / Colombia)


Competencia Costarricense de Largos

-Mejor Película: El despertar de las hormigas, de Antonella Sudasassi (Costa Rica / España)
-Premio Especial del Jurado: Callos, de Nacho Rodríguez (Costa Rica)
-Premio del Público: El baile de la gacela, de Iván Porras Meléndez (Costa Rica / México)


Competencia Nacional de Cortos

-Mejor Película: Estelas, de Milena Salazar Sánchez (Costa Rica / Canadá)
-Premio Especial del Jurado: Galatea al infinito, de Julia Maura, Mariangela Pluchino, Ambra Reijnen, María Chatzi y Fátima Flores (España / Costa Rica)
-Premio del Público: La Bohemia, de Natalia Solórzano (Costa Rica)


Más información:

Presentación de Sexismógrafo

Detalle de la programación del festival




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