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Crítica de “David Lynch: The Art Life”, de Jon Nguyen, Rick Barnes y Olivia Neergaard-Holm
Estrenado en la Mostra de Venecia y exhibido luego en el Festival de Mar del Plata 2016, este documental nos permite sumergirnos en la intimidad y el genio creativo de uno de los artistas más fascinantes, enigmáticos e influyentes de las cuatro últimas décadas. Aunque algunos puedan sentirse algo frustrados porque se elude el análisis de algunas películas clave de su filmografía, se trata de un registro esencial para los fanáticos del director de Twin Peaks y Terciopelo azul que se estrena de forma exclusiva en BAMA Cine Arte.
David Lynch: The Art Life (Estados Unidos-Dinamarca/2016). Dirección: Jon Nguyen, Rick Barnes y Olivia Neergaard-Holm. Fotografia: Jason S. Edición: Olivia Neergaard-Holm. Musica: Jonatan Bengta. Duración 90 minutos. Distribuidora: Fuera de la Común Distribución. Apta para mayores de 13 años. Exclusivamente en BAMA Cine Arte (Diagonal Norte 1150).
Dirigido a seis manos por los debutantes Jon Nguyen, Rick Barnes y Olivia Neergaard-Holm, se trata de un trabajo que tiene a David Lynch no sólo como protagonista (obvio) sino también como único narrador. Y eso es una excelente noticia, ya que se trata de un excelente contador de anécdotas, dueño de una memoria prodigiosa y capaz de recordar incluso detalles insólitos de su primera infancia.
La película se desarrolla principalmente en el taller personal de Lynch en Los Angeles, donde lo veremos dibujar, pintar y esculpir sus obras (también hay otras escenas, por ejemplo, manejando su auto o hablando a un micrófono de estudio radial). Pero no todo tiene que ver con lo intelectual. En un momento, mientras trabaja al aire libre, vemos junto a él a su pequeña y encantadora hija Lula Bogina (a quien está dedicada la película) también creando en su propio lienzo. Casi no hay contacto entre ambos, pero es una escena de una ternura que desarma.
Mientras los directores lo filman en la cotidianeidad laboral, en off escuchamos al realizador de Corazón salvaje e Inland Empire recordando y reconstruyendo su vida: desde sus primeros años en Missoula, un pequeño pueblo de Montana en plena posguerra, hasta su estancia en Filadelfia con escalas previas en Boise, Spokane, Alexandria y otros lugares. Su familia católica, el terror de su padre antes sus creaciones artísticas (“nunca tengas hijos”, le decía), su odio hacia todo tipo de escolarización, su bohemia, su amistad con el diseñador Jack Fisk, su pasión por el cómic, la música y lo fantástico.
Muchos lectores se sentirán decepcionados al saber que Lynch habla aquí poco y nada de su filmografía. De hecho, la película -rodada durante tres años- llega hasta sus primeros trabajos amateurs, sus coqueteos con la animación y el surrealismo, y su debut con Eraserhead. Sin embargo, en la forma en que el artista abre su hogar y su corazón queda expuesto todo el (oscuro) universo personal que luego desarrollaría en cada uno de sus largometrajes.
Muchísimo se ha analizado la carrera cinematográfica del creador de Carretera perdida, Mulholland Drive / El camino de los sueños y Una historia sencilla, pero pocas veces hemos podido acceder a la historia, las vivencias personales con el grado de cercanía e intimidad que se percibe en este delicado documental que contó, además, con el archivo personal del ya septuagenario director de culto: home-movies (se lo ve con su primera esposa Peggy Lee y su hija mayor Jennifer), fotos familiares y películas amateurs de su época juvenil. En definitiva, se trata de un encuentro fascinante con un artista excepcional y, hasta ahora, decididamente misterioso.
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