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Crítica de “Bienvenido a Alemania”, de Simon Verhoeven
Inmenso éxito en los cines germanos, esta comedia resulta más tranquilizadora y previsible que provocadora e inquietante.
Bienvenido a Alemania (Willkommen bei den Hartmanns, Alemania/2016). Guión y dirección: Simon Verhoeven. Elenco Senta Berger, Heiner Lauterbach, Florian David Fitz, Palina Rojinski, Elyas M'Barek y Eric Kabongo. Fotografía: Jo Heim. Música: Gary Go. Edición: Denis Bachter, Stefan Essl y Tom Seil. Distribuidora: Cinematiko. Duración: 116 minutos. Apta para mayores de 13 años. Salas: 15.
Bienvenidos al país de la locura en Francia; Ocho apellidos vascos en España; y ahora Bienvenido a Alemania. La problemática de la coexistencia y la integración entre personajes de diferentes orígenes (sean de distintas regiones de un mismo país o en relación con extranjeros que se radican) es una constante dentro de la comedia popular de los últimos tiempos. Y, al parecer por las cifras multimillonarias que esos y otros films han conseguido en la taquilla, el público europeo está ávido por reírse de las miserias... propias, de identificarse, de verse reflejado en las penurias, los enredos y los malos entendidos.
El problema es que -más allá de sintonizar con una cuestión candente y siempre latente- esta película escrita y dirigida por Simon Verhoeven es de vuelo muy rasante, demasiado obvia, subrayada, un poco torpe y no demasiado divertida. Muy pocas veces tiene la capacidad de, en el juego autoparódico que propone, gambetear el lugar común y apelar a una incorrección política que la haga un poco más punzante y provocativa.
Los Hartmann son una familia “normal” de Munich (ciudad por demás pudiente y reaccionaria) integrada por Angelika (la mítica Senta Berger), una maestra recientemente jubilada; su marido Richard (Heiner Lauterbach), prestigioso médico; y los hijos Sofie (Palina Rojinski) y Philipp (Florian David Fitz). La pareja, ya bastante desgastada y de convivencia rutinaria y previsible, no anda precisamente por su mejor momento; ella tiene mucho tiempo libre y finalmente convence a su tenso marido de dar asilo en la casona familiar a Diallo (Eric Kabongo), un refugiado nigeriano.
La presencia del joven y entusiasta africano (y de sus amigos) pondrá patas para arriba el hogar de los Hartmann con una serie de equívocos y contradicciones que cambiarán por completo sus actitudes, búsquedas, necesidades afectivas y expondrán -sin demasiadas sutilezas y muchas veces al borde del patetismo ramplón- la elementalidad, la paranoia y la xenofobia de buena parte de la sociedad alemana. Pero a no creer que hay en el film algún atisbo subversivo o medianamente cuestionador: se trata de una comedia “amena” y tranquilizadora, donde todos en el fondo son gente de buen corazón y, así, con un poco de esfuerzo, el consenso siempre será posible.
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