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Crítica de “El hilo fantasma”, de Paul Thomas Anderson, con Daniel Day-Lewis
El brillante director de Vivir del azar, Boogie Nights: Juegos de placer, Magnolia, Embriagado de amor, Petróleo sangriento, The Master y Vicio propio vuelve a sorprender con la historia de Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis), un obsesivo y bastante autoritario diseñador de modas en la Londres de los años '50 y su relación con Alma (Vicky Kriep), una joven que se convierte en su amante, su musa y la fuente tanto de sus deseos como de sus desdichas.
El hilo fantasma (Phantom Thread, Estados Unidos-Reino Unido/2017). Guión, fotografía y dirección: Paul Thomas Anderson. Elenco: Daniel Day-Lewis, Vicky Krieps, Lesley Manville y Sue Clark. Música: Jonny Greenwood. Edición: Dylan Tichenor. Diseño de producción: Mark Tildesley. Distribuidora: UIP. Duración: 130 minutos. Apta para mayores de 13 años.
Si Boogie Nights: Juegos de placer era un carrusel scorseseano y Magnolia, una montaña rusa cassaveteana, si Punch-Drunk Love (Embriagado de amor) era un torrente minelliano-lynchiano y There Will Be Blood (Petróleo sangriento), un monolito kubrickiano-wellesiano, si The Master se inauguraba con unas espirales hitchockianas e Inherent Vice (Vicio propio) dibujaba un laberinto pynchoniano, ¿cómo cabría calificar la nueva película de Paul Thomas Anderson, El hilo fantasma (para nosotros Phantom Thread)? ¿Y si la imaginásemos como una enredadera? ¿Y si, como nos sugiere la Real Academia, estuviésemos ante una película que trepa y “se enreda en las varas u otros objetos salientes”? ¿Y si, en su afán expansivo e inasible, Phantom Thread estuviese por todas partes y por ninguna al mismo tiempo, como su título espectral parece sugerir? ¿Cómo referirnos sino a una película demasiado febril y disonante (gracias, Jonny Greenwood) para ser considerada estrictamente neoclásica, cómo caracterizar esta obra demasiado original para ser etiquetada de posmoderna, cómo domesticar este film demasiado anti-chic y armónico (¡gracias, Jonny Greenwood!) para ser considerado “moderno”? Con su tallo voluble, su espíritu devocional y su apego a las supersticiones, Phantom Thread se enreda por todo lo largo y ancho del Planeta Cine mientras nos invita a perder la razón y aferrarnos a la butaca.
Hace ya tiempo que el cine de Paul Thomas Anderson (PTA) renunció a instigar nuestra empatía y exigir nuestra entrega sentimental. En ese sentido, resulta útil imaginar al Reynolds Jeremiah Woodcock de Phantom Thread como un trasunto del nuevo PTA, aquel que renació al descubrir el peso de la Historia en There Will Be Blood, un cineasta plenamente consciente de su grandeza (quizá también angustiado por ella), un autor que siente que no debe pasar cuentas con nadie, ni con sus maestros ni con sus espectadores, que le seguimos embelesados al son de sus sinfonías atonales e hipnóticas (¡¡gracias, Jonny Greenwood!!). En su mejor versión, PTA encauza su sentido de la autoexigencia hacia las antípodas de los lugares comunes: ¿quién hubiese imaginado que en su “película sobre el mundo de la moda londinense de los años 50” los espejos jugarían un papel tan secundario, cuando sus primeras películas acudían en cuanto podían al cliché scorseseano de la confesión especular? Por contra, esquivando los cantos de sirena de lo simbólico, Phantom Thread se erige como el film de PTA donde el estudio del deseo y el tormento humanos se fragua de manera más concreta sobre cada milímetro de tela, piel y encuadre: ¡qué logro tan rotundo para una película sobre pespuntes textiles y románticos!
En su mejor versión, PTA encuentra un modo directo, físico (también poético), de materializar las corrientes de amor y aflicción de sus personajes. El luto perenne de Reynolds haya una figuración sublime en el modo resignado en que el modisto le señala a su amada que lleva el nombre de su madre muerta oculto entre los pliegues de su camisa, “cerca del corazón”. Aunque mi hallazgo favorito de Phantom Thread son las gafas de trabajo de Reynolds, cuya presencia destaca en los silentes desayunos que el protagonista “comparte” con sus allegadas. Nada alude con mayor locuacidad al espíritu autoritario y a los ademanes afilados de Reynolds que esa montura arqueada que circunvala, de la comisura de cada ojo hasta la respectiva oreja, el rostro huesudo, severo, en permanente tensión, del artista. La piel y la carne de Woodcock devienen una línea recta, y todo lo demás (sean ropas, paredes, otros seres humanos o la montura de esas gafas) debe encorvarse y dejar espacio para el desempeño del creador. “I make dresses” (“Hago vestidos”), espeta Reynolds emulando, con una dosis extra de autosuficiencia, el “I make westerns” (“Hago westerns”) de John Ford, mientras su actitud desdeñosa y sus súbitos arrebatos de calidez afectiva hacen pensar en una evolución civilizada del Daniel Plainview de There Will Be Blood.
De ser cierta la terrorífica amenaza del retiro de Daniel Day-Lewis, su encarnación del Reynolds Woodcock de Phantom Thread quedará como la coronación final de una mágica comunión entre cineasta e intérprete. Solo Philip Seymour Hoffman podría discutirle a Day-Lewis su reinado como “mejor articulador de intuiciones andersonianas”. Marcado por continuos crescendos y decrescendos, el cine de PTA suele emplear como patrón narrativo la noción de la intuición que se hace idea, para luego eclosionar en acción (una idea discreta y poderosa que Christopher Nolan explicitó, aparatosamente, en la trama de Inception/El origen). Ahí está la mirada fija y muda de Frank T.J. Mackey (Tom Cruise) al verse desposeído de su armazón cínico en Magnolia, el vaivén de Barry Egan (Adam Sandler) en el interior de su oficina mientras se forja el amor de Punch-Drunk Love, las miradas de soslayo que intercambian Freddie Quell (Joaquin Phoenix) y Lancaster Dodd (P.S. Hoffman) en sus primeros encuentros en The Master, los primeros signos de desconfianza que Daniel Plainview dirige a su “hermano” en There Will Be Blood, y finalmente el despertar amoroso de Reynolds Woodcock en la cafetería de Phantom Thread (con aureola resplandeciente incluida), a la que responde uno de los despertares del rencor durante una luna de miel que se nos aparece cual sueño/pesadilla. De un modo nada sutil, PTA utiliza estos derroches de intuición para ralentizar la acción, casi suspenderla, y luego precipitarla hacia lo espectacular: un tratamiento del curso narrativo que, más que al ordenamiento y la premeditación, conduce a un escenario permanente de incertidumbre y revelaciones dramáticas –siempre acotadas por esos majestuosos prólogos y grand finales dominados por voces de off de incierto proceder–.
En su peor versión, PTA sigue arrastrando algunas losas de su propio pasado. En una película razonada en torno a la contención/constricción de los personajes (en ello tiene mucho que ver el disciplinado trabajo de Vicky Krieps como Alma, el objeto de deseo de Reynolds) y en base a la claustrofobia espacial –hay un predominio casi absoluto de los escenarios interiores–, el director necesita seguir apelando al fuego de artificio confrontacional que tocó techo en las disputas animalísticas de Freddie y Lancaster en The Master. Por otra parte, la asombrosa postal de Reynolds perfilado contra los escarpados Alpes suizos (parece que el Lincoln de Steven Spielberg hubiese hallado su particular Monte Rushmore) tiene algo de exceso decorativo, cuando, desde el empleo de los 70mm en The Master, a PTA le bastan los rostros, en primer plano, a veces poseídos por una suerte de arrebato expresionista, para que su cine conquiste una dimensión paisajística.
A la postre, es esa condición todavía visceral y esquiva del cine de PTA, combinada con la fuerza enredadera de Phantom Thread, lo que da cuerpo a una película por la que fluyen, de manera sorprendentemente natural, toda una retahíla de mitos y figuras totémicas. Ahí están Edipo y Pigmalión, la ama de llaves hitchcockiana reconvertida en hermana de Reynolds (y encarnada por una fantástica Lesley Manville, que se gana el derecho de ser el único personaje que mira varias veces a cámara), la sombra del Scottie de Vértigo cincelando al natural la imagen de su amada, la herencia entre bergmaniana y shakespeareana que se manifiesta en una estremecedora aparición fantasmagórica y en la proliferación de anhelos vengativos, o la estela trágico-romántica que apunta a Max Ophüls o David Lean (en el terreno personal, y entre otras cosas, Phantom Thread me ha convencido de que no vale la pena darle una segunda oportunidad a ¡Madre!, de Darren Aronofsky, y su simplista acercamiento a la dialéctica creador-musa).
Finalmente, cabe advertir que la máxima expresión de la naturaleza enredadera de Phantom Thread llega en su inesperado giro hacia las formas y mecanismos de la comedia de enredo de Hollywood. Sin entrar en mayores detalles, apuntaré que la relación entre Reynolds y Alma esboza un reconocimiento de la falibilidad del otro en un sentido no tan lejano a la amoralidad explorada, por ejemplo, en Trouble in Paradise, de Ernst Lubitsch. Todo aquel que conserve en el recuerdo el deslumbrante y descarado encuentro inicial de los ladrones Lily (Miriam Hopkins) y Gaston Monescu (Herbert Marshall) en el hotel de Venecia, donde intercambiaban todo tipo de objetos robados “mutuamente”, tendrá en su mano una adecuada vara para medir la retorcida complicidad entre los amantes de la noche de Phantom Thread. Qué manera inesperada y punzante de acabar de enhebrar esta película arrolladora que nos invita a prolongar el idilio con el más inaccesible de “nuestros” cineastas.
Publicado originalmente en OtrosCines/Europa
Más información:
Crítica del film por Diego Batlle en el diario La Nación
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Otra vez se asocian el talento de Paul Thomas Anderson como guionista y director junto a ese inmenso actor que es Daniel Day Lewis. En esta ocasión el resultado es bastante más redondo que en PETRÓLEO SANGRIENTO que era interesante aunque irregular. Como bien señala Charly Barny el hilo fantasma marca el curso de los acontecimientos y aunque nadie lo ve, está detrás de los grandes cambios. Anderson construye una película sobre los deseos y los sufrimientos de un obsesivo diseñador de modas y de su modelo femenina, algunos autoinflingidos y otros el espectador descubrirá que son claramente provocados La película atrapa al espectador a lolargo de más de dos horas y cuenta con otra extraordinaria actuación de Daniel Day Lewis y una convincente Vicky Krieps que jamás desentona Esta película es claramente superior a LA FORMA DEL AGUA (9/10)
LO QUE TE TORTURA, ES EL DESEO (Tomas de Kemphis) La primera escena de la pelicula es un flash forward de la protagonista en primer plano y la (pen) ultima escena otro flash forward esta vez imaginado por la protagonista, como si ella tuviera autoconciencia de su destino manifiesto de "tirar hacia adelante" (lease: el futuro) a su esposo y salvarlo acaso del advenimiento de la moda chic/pret a porter, pero principalmente para salvarlo de si mismo y de su presente exitoso con raices amargas. Sera por eso quiza que su esposa/musa suplanta a su extinta madre quien ocupaba el lugar de Dios en la vida de Raynolds (acaso debido a un edipo no resuelto), para quebrantarlo voluntariamente como unico metodo posible para que el la "necesite". Yendo al punto de las interpretaciones creo que es menos dificil componer un personaje hiper histrionico como el de Oldman/Churchill que una mas medido como el de Day Lewis/Woodcock. Basicamente existen dos tipos de peliculas, las de historia(s) y las de personajes, y claramente esta es del segundo tipo en la cual el hilo narrativo minimo (o no tanto) es reemplazado por tension sexual en la primera parte y por un tono perturbador en la segunda, y cuando el desarrollo no se pone perturbador se torna delicado y disfrutable. De todas las nominadas al Oscar, esta es, con toda claridad, la que mejor entiende de que se trata el lenguaje cinematografico. Saludos!
¿Qué se puede agregar al excelente texto de Manu?. Medio fotograma de esta película tiene mas cine que todo el conjunto de las que anduvieron dando vueltas en los Oscars y demás premiaciones. Dudo que en el resto del año veamos algo mejor.
SOBRE EL PASO DEL TIEMPO Y LOS CAMBIOS El Hilo Fantasma es aquel que marca el curso de los acontecimientos. El que nadie lo ve, pero que está detrás de los grandes cambios. En la película, siempre, por más insignificante que sea, está ocurriendo algo. La historia no se detiene como no se detiene nuestro mundo que gira en forma permanente. El tiempo pasa, marcamos momentos en la vida, envejecemos, y después morimos. Todo pasa, algunas cosas quedan, pero el cambio es permanente. Un comentario final para la música de la película. Se trata de una gran banda de sonido que subraya toda la película sin molestar. En una de las escenas del principio encontramos a My Foolish Heart y My Ship por Oscar Peterson, acompañado por la orquesta de Nelson Riddle. Dos joyas del jazz moderno. Comentario Completo: http://thecharlysmovies.blogspot.com.ar/
Perdon... el apuro antes de preparar la cena me jugó una mala pasada... puse Wes en lugar de Paul Thomas.
Increiblemente fascinante... No me animo a decir nada sobre el trabajo creativo de Wes Anderson. El hecho de que por más de dos horas se consiga la embriaguez lúcida de los espectadores, sobre la construcción de imagenes, sonidos y musica más un nudo en el estómago, es que se está ante un milagro cinematografico en su mejor costado. No se si es correcto hablar de la historia del HILO.....como una epopeya sobre las impredecibles e indefinibles mecánicas de los vínculos humanos y de las tortuosas dialécticas de la seducción, romances y apropiación del otro. Es dificil que cualquier espectador no pueda conectar con alguno de los vericuetos que la obra propone sobre la búsqueda del amor, aunque sea al precio que sea: en tal sentido el romance con toda su tersura y delicadeza prontamente se convierte en thriller y quedamos definitivamente atornillados a la historia. Si Del Toro, cuando subió a recibir el premio, habia visto esta pelicula y no se puso colorado, sería porque estaba atacado por un honguito venenoso...
¡Qué buen texto!