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Crítica de “El jurado” (“Jury Duty”), serie de Lee Eisenberg y Gene Stupnitsky (Prime Video)
Lee Eisenberg y Gene Stupnitsky, guionistas de un clásico como The Office, regresan con una nueva propuesta nominada a cuatro premios Emmy: Mejor Comedia, Mejor Guion, Mejor Actor Secundario (James Marsden) y Mejor Casting.
El jurado (Jury Duty, Estados Unidos/2023). Showrunners: Lee Eisenberg y Gene Stupnitsky. Dirección: Jake Szymanski. Guion: Kerry O'Neill, Evan Williams, Marcos Gonzalez, Tanner Bean, Katrina Mathewson, Ese Shaw, Andrew Weinberg y Mekki Leeper. Elenco: Ronald Gladden, James Marsden, Edy Modica, Kirk Fox, Mekki Leeper, Alan Barinholtz, Ross Kimball y Whitney Rice. Música: Danny Dunlap, Andrew Feltenstein y John Nau. Fotografía: Chris Darnell. Duración: 8 episodios de media hora cada uno. Disponible en Amazon Prime Video.
Es muy probable que los nombres de Lee Eisenberg y Gene Stupnitsky no resuenen en la cabeza de los seguidores de las series, pero son dos de los guionistas de la a esta altura icónica versión norteamericana de The Office. Ellos enfrentan el desafío de todo artista con un hito semejante en su CV: que todos los proyectos posteriores que los tengan bien arriba de los créditos sean comparados con, en este caso, las desventuras de la troupe de la papelera de Scraton.
Cuesta dimensionar la profundidad de la huella que dejó The Office. A largo de la última década y media varias series apostaron por un formato similar de falso documental centrado en empresas o instituciones públicas, desde Parks and Recreation y Community hasta Abbott Elementary. Con Eisemberg y Stupnitsky como showrunners, El jurado es la novel integrante de esa lista.
El dispositivo de la serie de 8 episodios de media hora que acaba de estrenar Amazon Prime Video es similar al de The Office: apelar a las formas y estilos del documental, incluyendo testimonios a cámara de los personajes, para explorar el funcionamiento del jurado a cargo de dirimir la culpabilidad o inocencia de un empleado de una fábrica textil acusado por la dueña de haberla empujado a la ruina tras desperdiciar miles de remeras por manipular una máquina borracho y drogado.
La particularidad es que no todos son actores conscientes de la ficción. Hay un tal Ronald que, aclaran las placas negras al comienzo de cada episodio, piensa que todo lo que ocurre es cierto, que fue auténticamente elegido para cumplir con el deber cívico junto a una galería de hombres y mujeres que incluyen a un tipo inseguro convencido de que su novia lo engaña, una anciana que se duerme en cada jornada, un chico medio freak obsesionado con la tecnología, una chica que se mueve para donde la lleva el viento y hasta al actor James Marsden (X-Men), quien hace una versión inflada y (más) ególatra de sí mismo.
La serie comienza con la elección de los 12 jurados “titulares” y los dos “suplentes”, y continúa con el día a día del proceso jurídico. Un proceso que ellos vivirán en aislamiento, medida que toma el juez –que está a punto de jubilarse– luego de que un grupo de paparazzi “sorprenda” a Mardsen en el Tribunal. Esa es la primera de las múltiples situaciones absurdas que ofrece el menú cocinado por Eisemberg y Stupnitsky, todo ante la mirada de sorpresa constante del bueno de Roland.
A diferencia de The Office, esta y el resto de las series que replicaron su modelo no tienen un protagonista central, mucho menos uno con el magnetismo del Michael Scott de Steve Carell (no por nada The Office cayó a pique cuando el comediante abandonó la serie). Roland es un tanto tranquilo, dócil ante todo y casi todo, lo que desemboca en relato más controlado, menos abierto al desparpajo de su predecesora. Y a la incomodidad, desde ya, algo que muy pocas comedias con aspiraciones de masividad pueden ofrecer en esta era de espectadores recontra sensibles.
Más allá de la hilarante inventiva de algunas situaciones y el enorme potencial cómico de algunos personajes (el abogado defensor parece primo hermano de Scott), quizás el aspecto más interesante de El jurado es la mirada crítica sobre el sistema que se cuela entre líneas, similar a lo que ocurría con la educación pública en Abbot Elementary. La serie podrá no estar a la altura de The Office (¿cuál podría estarlo?), pero asoma como un muy divertido exponente de las comedias en clave falso documental, un formato que no por trajinado pierde la capacidad de entregar sorpresas.
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