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Crítica de “Grand Tour”, película de Miguel Gomes (Competencia Oficial) - #Cannes2024
El director de La cara que mereces, Aquel querido mes de agosto y la trilogía de Las mil y una noches compite por la Palma de Oro con esta película experimental que de alguna continúa la línea de Tabú (2012).
Grand Tour (Portugal-Francia-Italia/2024). Dirección: Miguel Gomes. Elenco: Crista Alfaiate, Gonçalo Waddington, Cláudio Da Silva y Tran Lang-Khê. Guion: Mariana Ricardo, Telmo Churro, Maureen Fazendeiro y Miguel Gomes. Fotografía: Rui Poças, Sayombhu Mukdeeprom y Gui Liang. Duración: 129 minutos. En Competencia Oficial.
Edward Abbot (Gonçalo Waddington) es un burócrata, un funcionario de segunda línea del gobierno británico que en 1918 arriba a Birmania (hoy Myanmar). Su objetivo principal parece ser reencontrarse con su novia Molly Singleton (Crista Alfaiate), a la que no ve hace ya siete años. Pero una serie de contratiempos (por ejemplo, el descarrilamiento de un tren o enfermedades varias) harán que todo se vaya demorando mucho más de lo pensado. Uno podría decir que no se trata de una sinopsis demasiado prometedora, pero en el cine de Gomes a veces importa más el cómo que el qué. Y el cómo, la forma, es otro prodigio narrativo y visual que el director portugués viene profundizando película tras película (Tabú es la que más conexiones evidentes tiene con esta).
Con fotografía de su compatriota Rui Poças en estudio, Gomes filmó las escenas de interiores respetando la estética y el vestuario de la época; sin embargo, cuando la historia viaja hacia Tailandia, Vietnam, Filipinas, Singapur, Japón y China (ya con Sayombhu Mukdeeprom y Gui Liang como DF) las imágenes son actuales, abrazando así sin pudor los anacronismos y el documental tanto urbano como de la naturaleza (hay imágenes de monos y osos pandas en selvas y bosques). Y el relato avanza básicamente a partir de las voces en off de impronta literaria que se escucha en el idioma de cada nuevo país al que se traslada la acción. Salvo unos pocos planos, la inmensa mayoría de Grand Tour -que tiene algo de Sans Soleil, de Chris Marker- es en blanco y negro, y en varios pasajes profundizando los claroscuros y la textura del fílmico.
La primera parte tiene como protagonista casi exclusivo a Edward, mientras que la segunda es monopolizada por Molly en lo que termina siendo la misma historia de índole trágica contada desde dos diferentes puntos de vista. Como siempre en el cine de Gomes, las presencias de la música, de los artistas en vivo, de las performances propias de cada lugar, se convierten en un elemento tan o más importante que los diálogos o los conflictos que se esbozan.
Puede que el efecto de fascinación de Grand Tour sea algo menor que el de Tabú porque hay ciertos elementos (como cierta estética propia del cine mudo o las reflexiones sobre el colonialismo) se reiteran y ambas historias se extienden por encima de las dos horas, pero la nueva película de Gomes sigue siendo una experiencia en muchos aspectos asombrosa, curiosa, reveladora, con el espíritu del cine de aventuras y ese inconfundible sello radical y experimental del director portugués.

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