Festival Oberá en Cortos 2024: Tiempo de balance

Por Ezequiel Boetti, desde Oberá
La transformación de Canuto, de los brasileños Ariel Kuaray Ortega y Ernesto de Carvalho, fue de lo mejor exhibido en la 21ª edición de la muestra de Misiones.

Ubicada a poco más de mil kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, Oberá tiene 80.000 habitantes y un corazón sociocultural que late al ritmo de los miles de jóvenes que estudian en las distintas universidades de la Facultad de Misiones –incluyendo la de Arte y Diseño, que dicta la carrera de Diseño Audiovisual– y los institutos superiores que funcionan aquí. De allí, entonces, que esta ciudad de calles teñidas de rojo y con trazadas que suben y bajan sea considerada el polo cultural y educativo de la zona céntrica de Misiones.

Imposible pensar el surgimiento y la vigencia del Festival Oberá en cortos sin ese público mayormente joven, en constante renovación y con participación activa ya sea a través de proyectos en las secciones de cine comunitario o de la asistencia a las proyecciones y actividades paralelas. Siempre, claro, con un mate bajo el brazo, el síntoma más visible de la impronta relajada y carente de toda solemnidad de un evento que entre el jueves 10 y el sábado 12 de octubre celebró su 21ª edición.

Tampoco puede pensarse el desarrollo de la industria audiovisual provincial sin el empuje “desde abajo” de la troupe de Oberá en cortos. El primer director del Instituto de Artes Audiovisuales de Misiones, creado en 2016 a partir de la ley de fomento sancionada el año anterior, fue Axel Monsú, uno de los referentes de la Productora de la Tierra, la cooperativa a cargo de la organización del festival. Ese mismo empuje fue el motor de la resolución que creó, a mediados de este año, la Cinemateca de Misiones, que busca recuperar y preservar el acervo audiovisual provincial.

Oberá en cortos alterna dos esquemas de diseño según el año. La diferencia más notoria es que en los impares hay secciones competitivas y en los pares, no. Fue así que la programación 2024 presentó más de 30 cortometrajes provenientes de toda la región (noreste de la Argentina, sur de Brasil y Paraguay) y un puñadito de largos agrupados en distintos apartados temáticos, además de varias charlas, debates y talleres relacionados con el quehacer audiovisual de una zona que tiene en Oberá en cortos un vehículo para el encuentro. La oferta de películas abarcó desde trabajos realizados en talleres comunitarios hasta cine indígena, pasando por producciones animadas de Río Grande do Sul, cine infantil, una retrospectiva y una función de apertura y clausura.

La retrospectiva estuvo integrada por seis cortos premiados en ediciones anteriores. Entre ellos, Entreluces, que el entrerriano Maximiliano Schonfeld filmó en 2006, un año después de su debut con Esnorquel, y que por lejos fue el mejor de la sección. Si en la mayoría se notaba la huella de la juventud de sus responsables, ya la secuencia de apertura, un elegante plano secuencia que presenta a Rocío y Miguel en la Aldea Santa Rosa, dejaba en claro que allí había un cineasta con una mirada propia y desarrollada.

De casi media hora de duración, el segundo corto del director de Germania, La helada negra, La siesta del tigre y Jesús López –que tuvo a Eduardo Crespo y a Iván Fund en el equipo técnico y artístico– sigue a dos adolescentes que trabajan en el campo y, si bien se sienten atraídos, durante la noche viajan hasta una ciudad cercana siguiendo las huellas de lo que cada uno cree que es el amor. Mientras él se aburre en un boliche e intenta conseguir el teléfono de la encargada de guardarropas; ella tiene una suerte de cita con un chico unos cuantos años mayor. Melancólica y con un ojo muy atento para definir con pocos elementos las dinámicas internas de cada protagonista, Entreluces tiene la impronta de una aventura mínima pero transcendental, como si en ese pequeño fragmento de la vida de cada uno pudieran condensarse los descubrimientos que preludian el paso a la adultez.



Pero la gran sorpresa de esta edición fue La transformación de Canuto, de los brasileños Ariel Kuaray Ortega y Ernesto de Carvalho, que viene de cerrar la última edición del Doc Buenos Aires y aquí se exhibió en el marco de la ceremonia de apertura. Todo comienza con un anciano al borde de una ruta contando a cámara cómo fue que junto a un grupo de veinte familias indígenas decidieron, varias décadas atrás, mudarse a la frontera de Argentina y Brasil para formar una comunidad mbya-guaraní. El hombre le habla a la cámara que empuña su nieto Ariel, quien a su vez es filmado por otra persona, y se lamenta de que la cosmología guaraní haya perdido terreno en las formas de vivir y pensar contemporáneas. Allí aparece mencionado por primera vez el Canuto del título, un hombre que, según el mito (y los testigos, dado que lo mitológico y lo real se enredan hasta volverse inseparables) se convirtió en yaguareté y murió de manera trágica e inesperada.

Aquel video, sabremos después, se filmó en 2010, y seis años más tarde Ariel comenzó un proyecto audiovisual sobre Canuto en el marco de un taller comunitario del que participó buena parte de la población local. Dado que los testimonios de los descendientes y de los pocos que quedan vivos y aseguran haber visto a Canuto no alcanzan, el objetivo es recrear en clave de ficción cómo fue esa transformación, de qué manera ese hombre catalogado como maldito ingresó al panteón de las leyendas.

Planteado el desafío, La transformación de Canuto rehúye del pintoresquismo y la mirada entre fascinada y paternalista de las películas sobre pueblos indígenas y sus cosmogonías que triunfan en los festivales más reputados del mundo. Aquí son ellos mismos quienes hacen la película “macro” y la que hay en su interior, dos niveles de lectura que marchan de la mano y por la que una va construyéndose a la par de la otra. Es, desde ya, imposible establecer una frontera entre la ficción y el documental, entre el resultado de la aventura y su proceso, incluso cuando la operación de Kuaray Ortega y Ernesto de Carvalho sea más transparente que el agua: todo está a la vista, y sin embargo hay del orden de lo inaprensible que se manifiesta en cada fotograma.

La transformación de Canuto se presta a la etiqueta fácil de cine dentro del cine, sí, pero también es la vida dentro del cine: allí están las huellas del paso del tiempo en los protagonistas elegidos para interpretar a los personajes de la metaficción, quienes comienzan siendo niños y terminan ya afirmados en la adolescencia, para confirmar que la verdad puede manifestarse incluso en ovnis audiovisuales difíciles de clasificar.

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