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Girls, la serie perfecta sobre jóvenes imperfectas
Nuestra entusiasta columnista analiza en detalle (y elogia a más no poder) a Lena Dunham, genial creadora y protagonista de esas joyitas llamadas Tiny Furniture y Girls.
La señorita Lena Dunham es un caso: a una edad en que la mayoría tiene proyectos más o menos sinceros, más o menos realizables, Lena la pegó con Girls y ya se convirtió en una artista y un personaje absolutamente nítidos (parece que las dos cosas cada vez se prestan menos a separarse), y lo hizo en parte interpretando a chicas que tienen la misma edad y la misma cara que ella pero que están bastante más perdidas.
Después de un primer mediometraje, Creative Nonfiction, sobre una estudiante que vive algo así como una película mientras escribe un guión, Lena no dejó de usar una vida que se mira por momentos como ficción como material para ficciones que quieren parecerse a la vida, y de hecho filmó su segunda película, Tiny Furniture, en el departamento de los padres y con mamá Laurie Simmons y hermana menor Grace Dunham como personajes secundarios.
Si su propia familia y la casa donde creció sirven como territorio de base para Tiny Furniture no es difícil imaginar a Aura, la protagonista, como alter ego apenas disimulado de Lena: a los veintidós, ella acaba de terminar sus estudios sobre teoría del cine en Ohio y vuelve a casa llevando a cuestas esa nada sencilla mochila de ver cuál va a ser el próximo paso, y la película la toma justo en el momento en que el mundo que deja atrás se desintegra –adiós al novio del college y a la mejor amiga que la acompañó durante esos años, adiós a ser una estudiante y a dejarse mantener por los papás y a tener solamente proyectos- y todavía no hay nada por delante. O hay todo por delante, que es lo mismo porque es igual de incierto.
El mundo de Tiny Furniture es en buena medida el mismo mundo que aparece en Girls, el de esa Nueva York post-recesión donde los chicos y chicas que se están asomando al mundo laboral o que quieren ser artistas -o las dos cosas en una, tal es la aspiración de Hannah Horvath, que en Girls pretende ganarse la vida como escritora- tiene que amontonarse de a dos o tres para poder pagar un alquiler, ganan once dólares por hora atendiendo el teléfono en un restorán cheto mientras se preguntan por dónde tendrán que pasarse el título universitario en los próximos años (Aura) o dejan toda esperanza en una pasantía que supuestamente tiene que convertirse en un trabajo pago, aunque el jefe te desee buena suerte y te diga cuánto lamenta tener que prescindir de vos en cuanto vas a reclamar el primer sueldo (Hannah).
Lena, conciente de que la situación es generalizada pero no se vive del mismo modo en la ciudad cuando ser neoyorquino te invita a acariciar ciertos sueños y a ambicionar un universo cultural que repele tanto como fascina, y conciente también de que si se quiere plantar a cuatro amigas mujeres en Nueva York no queda otra que lidiar con la sombra de Sex and the City que se cuela por cualquier rendija, no perdió el tiempo y en el primer capítulo de Girls colgó el poster de la serie de la coqueta y fashionista Sarah Jessica Parker en la pared del departamento de Shoshanna (el personaje naif interpretado por Zosia Mamet y la única de las girls que en ese entonces todavía era virgen) como para decir “Ok, sé que esto existe pero desde ahora procedo a liquidarlo, después de todo la única de mis chicas que puede ser una fan ilusionada de esta serie es la que no sabe nada”.
Porque Sex and the City pretendió acercarse en su momento a algo así como “las mujeres reales” que cogían, menstruaban y hablaban de sexo, pero a la vez recortó un mundo top donde se suponía que Carrie Bradshaw podía mantenerse escribiendo una columna en un periódico y gastarse todo el sueldo de años en incontables pares de Manolo Blahniks pero después igual comprarse un departamento. Eso, y andar de punta en blanco al extremo de ir a comprar el diario con sandalias plateadas de tacos imposibles y otras extravagancias por el estilo. Por contraste el universo de Girls puede parecer realista, pero quizás lo que le da más peso y consistencia a ese realismo es el hecho de zafarse olímpicamente de esa estructura que se repetía capítulo a capítulo en Sex and the City y que se abría con una pregunta de Carrie (aquel querido y a veces irritante “I couldn´t help but wonder”) para terminar, después de presentar los ejemplos que vinieran al caso, en una reflexión más o menos profunda que podía pivotear entre la sinceridad de una novela autobiográfica y la frivolidad de un artículo de Cosmopolitan hecho de tres o cuatro ítems.
El mundo de Lena Dunham ya era distinto incluso antes de hacer una serie que se tocara en dos o tres aristas no muy profundas con Sex and the City, no tanto por sus temas sino porque Tiny Furniture es una película que como su protagonista -y también como Girls, pero de eso voy a hablar enseguida- no va para ningún lado. Los noventa minutos que dura la película se gastan en tirar de algunos cabos y dejarlos absolutamente sueltos porque el contenido no es una historia sino un estado: el desconcierto de un tiempo nebuloso, no de crecimiento sino de no-crecimiento-todavía, concentrado en la incomodidad física de volver a habitar el hogar materno como una extranjera, con una hermana que disputa el mismo territorio, una mamá que no te deja dormir en su cama ni usarle las botellas de vino que guarda para ella y un hamster que aparece muerto y que todo el tiempo va a quedar detenido provisoriamente en el congelador, como otra decisión también puesta en suspenso.
En Tiny Furniture es invierno en Nueva York y las cosas parecen frías, bañadas en una luz blanca demasiado potente que no embellece a las personas y los lugares sino que los vuelve un poco hostiles, que hasta parece un poco despiadada en su modo de hundirlo todo en un exceso de realidad. Aura recorre una casa demasiado blanca siempre despeinada y solamente se deja llevar por lo que pasa, toma el trabajo que le sugiere una amiga (interpretada por Jemima Kirke, que también llevó a Girls su perfil hastiado y caprichoso de acento altanero y británico), acepta una cita con el chico que le sugiere otra y casi con la misma indiferencia deja de contestar los llamados de la mejor amiga con la que supuestamente va a alquilar un departamento en la ciudad para empezar otra vida.
Y aunque es la más invisible de las relaciones que se retratan en la película, esto de la mejor amiga que simplemente va quedando atrás sin demasiado drama y sin motivoaparente, solamente porque uno está cambiando -y el abandono indiferente del amor más fuerte es lo que mejor da la medida, la dimensión de ese cambio- hace de bisagra en los veintipico de Aura y recuerda un poco al alejamiento melancólico entre las protagonistas de Ghost World, la historieta de Daniel Clowes que Terry Zwigoff imaginó con las caras de Thora Birch y Scarlett Johansson. Ahí era Enid (Thora Birch) la que no podía dar respuestas frente a una amiga que le preguntaba por qué no se ponía a cumplir con lo que habían planeado, y cuando al final de la película se tomaba un colectivo algo fantástico con rumbo desconocido se entendía que la respuesta, en caso de llegar alguna vez, demandaría primero muchos viajes y finales y vueltas.
Pero los personajes de Tiny Furniture, algunos años y un nivel educativo más adelante que las chicas de Ghost World, toman pastillas por deporte y parecen coger por la misma razón sin que nada de eso los haga divertirse nunca; de hecho sólo retrospectivamente uno se da cuenta de que la diversión no es el signo del mundo neoyorquino de Aura y de que en cambio hay una especie de hastío que por momentos hace sentir que todo terminó, en lugar de estar recién empezando. Que las cosas son difíciles y que no hay nada gracioso en estar perdido es algo que parece pensar Aura, que en un momento le grita a la mamá que de verdad está pasando un momento muy difícil, y la escena no Gtermina de ser irónica. Es posible reírse por momentos de lo que pasa en Tiny Furniture, pero la película bordea para el lado de la sordidez y la angustia reales, y como ejemplo basta la escena de sexo rápido y feo entre Aura y el chef del restorán donde ella trabajó durante unas semanas, los dos fumados y metidos en un gran pedazo de tubería abandonada en las calles tirando a grises de un atardecer frío.
La misma escena podría estar en Girls pero lo que cambiaría radicalmente sería el tono:todo sería igual -la misma locación y duración del acto- pero ahora resultaría gracioso y bizarro, una de esas anécdotas que Hannah Horvath puede atesorar porque de última, lo que importa es tener algo para escribir si uno tiene intenciones de ser un artista. Lo que pasó en el medio fue que Judd Apatow vio Tiny Furniture y algo le atrajo de Lena Dunham tanto como para querer producir Girls, pero al ver Girls da la sensación de que Apatow fuera el punto de inflexión verdadero y definitivo en la carrera de Dunham hasta el momento, como si le hubiera dicho “Ok, sólo que no te tomes tan en serio”. Ese simple clic -el decidir que lo molesto y lo irritante pueden ser divertidos, pueden ser parte de crecer y la clave misma del asunto antes que faltas o errores- define el mundo de Girls y se condensa en la construcción de esa comediante sutil que es el personaje de Hannah Horvath: desde el primer capítulo Hannah no es Aura, porque Aura le lloraba a la mamá y en cambio Hannah, más viva, hace de cuenta que les llora a los padres para que le sigan pasando plata mientras ella ve si puede cumplir el sueño de ser escritora.
Pero para ser escritora hay que tener cosas que decir y para tener cosas que decir primero hay que vivirlas: desde esa premisa que le permite estar siempre a un centímetro de distancia de lo que pasa y quitarle algo de peso a lo que angustia, Hannah se lanza a las situaciones más ridículas con una convicción que la deja algo así como blindada. Paradójicamente blindada, porque no hay personaje más desnudo en toda la televisión que Hannah Horvath, que desde el primer capítulo de Girls se sacó los cancanes para coger con Adam y desde entonces no dejó de sacarse todo lo demás, poquito a poco. Hay mucho para decir sobre los desnudos de Lena Dunham y algo dije al respecto en esta otra nota en Página/12, pero además de lo revolucionario de poner en escena un cuerpo como el de ella -desnudo en poses que no “favorecen” como diría la Cosmo o enfundado en shorcitos estampados-, es absolutamente coherente que Lena Dunham se desnude para ser Hannah porque esta criatura es una chica que anda por el mundo, por el de la ciudad y las aventuras sexuales y el trabajo, metida en el caparazón de una ingenuidad de la que Hannah desdoblada en Lena es capaz de reírse.
Ingenuidad no es falta: Hannah Horvath realmente cree que hay que tomar merca para salir a la noche a ver qué pasa y después escribirlo, y lo que pueda haber de esnob en el planteo está completamente asumido en la serie, que es capaz de burlarse suavemente de los hipsters de la gran ciudad y sus pretensiones aventureras y celebrar el modo en que viven y gozan esas aventuras (la música es fundamental ahí), todo en el mismo gesto. Si Girls no es Sex and the City es porque las chicas de Girls están realmente a la deriva y porque no se supone que haya una lección para aprender de cada cosa que pasa: no cabe duda de que Hannah puede encontrarse con otros Adam una y mil veces y repetir la misma historia caprichosa, de que Jessa puede casarse una vez por año si la oportunidad se le presenta o de que Marnie nunca va a dejar de arrepentirse de haber dejado al novio que en realidad ya no quería.
Apatow ya había sugerido en un puñado de películas cuánto hay de mítico en eso de convertirse en un adulto y hacer un corte más o menos drástico con lo que quedó atrás o quedó antes; ahora y en versión femenina y en Girls, las experiencias de un puñado de chicas van quedando atrás capítulo a capítulo como estelas que pueden o no devenir huellas pero que indudablemente, y sólo porque todo está tan bien escrito, se justifican por sí mismas, al punto de que Lena Dunham puede darse el gusto de que la serie se vuelva cada vez más disgresiva, menos atada al formato televisivo de una-historia-o-un-tema-por capítulo y que en cambio se llene de cine. Pero de cine tal como últimamente lo está haciendo Apatow, que también se libera de a poco de las imposiciones de una estructura narrativa que no puede no traicionar las experiencias: en la segunda temporada de Girls sobre todo, no es posible saber frente a cada capítulo nuevo con qué podemos encontrarnos, quién será esta vez el protagonista, y de hecho Girls hasta se pudo convertir en “Boys” por lo que dura una entrega (así se llamó el capítulo) para mostrar ese otro lado de la amistad entre chicas que fue la larga charla y el viaje compartido entre los chicos de la serie, Adam y Ray, porque sí, con la excusa de devolver un perro.
Es decir: Girls puede incluso no ser Girls y seguir siendo buenísima, con diálogos jugosos como ése en el que Adam le confesó a Ray que Hannah era para él como esos muñecos de feria, los más enormes y rimbombantes y difíciles de conseguir, los mismos que una vez que los tenés no sabés qué hacer con ellos. Y así como puede desaparecer por casi un capítulo entero para convertirse en tema de conversación de una charla de chicos, Hannah-Lena Dunham puede también entregarse con toda la convicción del mundo a la ilusión de probar un poquito de otra vida -en el capítulo donde fue amante por un par de noches del rubión Patrick Wilson- y entender perfectamente que no, que fue solamente una aventura, apenas un capítulo de una serie (y no por nada los últimos capítulos de esa serie tienen cada vez más la forma del viaje, como Adam y Ray saliendo de Manhattan con el perro de un desconocido o Hannah y Jessa que van un par de días al campo).
De modo parecido se viene desnudando Lena Dunham: uno puede sentir la tentación de levantarla, a ella que no encaja en el molde y no parece importarle, como bandera de cosas que no le pertenecen, pero la verdad es que feminismos y nudismos puestos a un lado, Hannah cada vez más se desnuda porque sí, con pedazos de cuerpo imposibles de recuperar desde un sentido tipo “muestreo de la actividad sexual de una neoyorquina artie de veintitantos”. Así es como empezó todo, pero uno de los capítulos más recientes de Girls empieza con Hannah bajándose los pantalones para hacer pis al costado de las vías del tren y se cierra con la misma imagen. El culo al aire de Lena Dunham en esas secuencias es un poco lo que viene pasándole a Girls: vale la pena ponerlo al descubierto porque no es un culo ejemplar pero tampoco uno cualquiera, y se ve porque eso es lo que pasa cuando la gente real hace pis en el campo, y es un poco infantil e intensifica de manera muy simple y natural el aire de excursión a otro mundo campestre de todo el capítulo que contiene. Pero a la vez es el modo particular de Lena actriz-escritora-directora de agacharse para subir un poquito la apuesta, y es todo lo que no te esperabas de una serie, y por alguna razón que no entendés pero que te hormiguea en todo el cuerpo, te hace sentir más libre.
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Me gusta el título de tu texto y el texto mismo. Lo triste de la sociedad es que se imperfecto debería ser lo bueno y no lo malo. Soy fan de Lena desde que la conocí en Girls. Ha inspirado a muchas chicas, me incluyo, a hablar de temas que no son considerado adecuados. Voy a extrañar su serie. Les comparto el trailer de Girls 6, la última temporada, http://ar.hbomax.tv/movie/TTL606985/Girls-06-Eps-01. Es drama y humor contado de forma divertida e inteligente.
<p>Este es el mejor título que he visto para un artículo sobre esta serie: Girls, la serie perfecta sobre jóvenes imperfectas, me parece un gran acierto de <a>HBO</a><a> pues Girls es divertida y entretenida, actualmente veo la tercera temporada y me gusta mucho. Se las recomiendo.</a></p>
<p>Me gusta el concepto, una serie perfecta sobre chicas imperfectas, la historia es maravillosa y creo que ha tenido una aceptación muy positiva por parte de los espectadores. Actualmente veo <a> Girls 3</a><a> y me parece que se le ha dado una excelente continuación a la trama, pues sigue siendo entretenida y divertida. Se las recomiendo mucho.</a></p>
<p>Muy buena columna, me ayuda a entender por que disfruto cada semana viendo Girls.</p> <p>Esta serie me ayuda a llenar el vacío que dejó el doloroso fin de Boreth to Death.</p> <p>Apatow es un grande que apoyó a esta chica, muy bueno que hayas resaltado su rol. En las notas recientes a Lena en medios grandes (RS y Playboy) no se hace suficiente hincapié en la ayuda de Apatow y de HBO para hacer más marketeable a Girls.</p>
<p>Girls, la mejor serie desde... siempre (bueno, desde Curb Your Enthusiasm y Seinfeld)</p>
<p>Bellisima columna Lo que me gusta de Girls es como en un formato super estructurado y obligatoriamente narrativo, como es la TV, puede contar algo que por naturaleza es tan falto de estructuras y difícil de contar, como es la incertidumbre del no-saber-que-hacer-pero-tener-que-hacer-algo-porque-esa-cosa-llamada-adultez-nos-toca-la-puerta.</p>
<p>Muy buena la columna, yo -siendo hombre, je- soy un fan absoluto de Lena D. y Girls. Me parece que tanto Girls como mi otra favorita, Louie, son series sobre la NADA, y al mismo tiempo son brillantes porque hablan de TODO. Felicitaciones por tus ensayos Marina, los sigo con enorme placer. Son artículos de fondo que no abundan en la web.</p>