Festivales
Diario del festival 7 - El gran cine de Serge Bozon, James Benning y Nicolas Philibert
La última jornada de cobertura en la Viennale permitió descubrir varias películas de gran interés: La France, segundo largometraje del director galo Serge Bozon (en la foto demostrando su talento como DJ) ambientado en la Primera Guerra Mundial; Retorno a Normandía, documental de su compatriota Nicolas Philibert (el mismo de Ser y tener) y Casting a Glance, otro trabajo experimental del estadounidense James Bening. Una excelente despedida para un festival que se ubica entre los más interesantes del panorama internacional.
Ahora le toca el turno a los sucesos del lunes, un día que llevó a Quintín de una sala a otra. En el realidad, fue el día francés, porque entre la huelga de Air France y las copias que llegaban de otros festivales, la Viennale acumuló hacia el final las visitas y los films franceses. Por allí anduvieron Sandrine Bonnaire (con Elle s’appelle Sabine, su debut como directora, un documental acerca de su hermana autista) y Guillaume Depardieu. La jornada culminó con una recepción en un viejo y distinguido edificio que alberga a varias instituciones culturales francesas en Austria.
Tampoco es que Q haya visto tantas películas francesas en Viena sino apenas dos, pero interesantes. La primera se llama, justamente, La France y su director es Serge Bozon (no confundir con Ozon). Hace unos años, Bozon había debutado con Mods, una película que F y Q vieron en el festival de Belfort. Q estaba en el jurado y no le gustó ni medio: le pareció una parodia de comedia musical absurda destinada solamente a los amigos del realizador. Pero uno de los amigos estaba también en el jurado y la película se llevó un premio. Y el amigo también le llevó a Bozon lo que Q pensaba de su película. Tanto que, cuatro años más tarde, el director lo recordaba perfectamente —mucho mejor que el crítico— y así se lo dijo durante la fiesta. Pero con buena onda. De hecho, Q se le acercó para decirle que le había gustado La France, en particular que le había gustado más que Mods y Bozon mostró que no olvida pero perdona.
La France es una película muy curiosa. Transcurre durante la guerra del catorce y comienza cuando una chica de diecisiete años sale a buscar a su marido, un soldado que de pronto deja de enviarle cartas. La chica es la notable Sylvie Testud que parte hacia el frente disfrazada de hombre y compite así con Cate Blanchett en I‘m Not There por el premio a la mejor interpretación femenina del año en un papel masculino. A poco de andar, Testud se une con un grupo de desertores que van errando por los campos de Flandes. La película tiene un tono muy raro, una especie de comicidad seca, más bien trágica, con aristas tan singulares como los momentos en los que los soldados se detienen bruscamente para interpretar canciones con instrumentos improvisados (según Bozon, ese es un dato histórico). La película genera un extraño dolor y también la sensación de que, aunque ubicada en el pasado, está hablando del presente, de una Francia desarraigada que añora un contacto con emociones verdaderas, elementales, absolutamente necesarias. No es tan fácil saber qué tiene exactamente Bozon en la cabeza (aparte, habla demasiado rápido para el francés de Q), pero no hay duda de que tiene algo.
La película siguiente fue Retorno a Normandia, de Nicolas Philibert que en estos días se dio también por aquí en el DocBsAs. A diferencia de Bozon, que tiene un buen corazón pero intimida detrás de su aspecto de joven petimetre, el petiso Philibert ya le había parecido a Q un personaje muy sencillo y muy agradable en alguna conversación durante el desayuno. Allí le contó que Ser y tener, su film anterior había hecho en Francia dos millones de entradas (un éxito impensable para un documental), pero que este se encontraba con muchas dificultades, aunque no entendía bien por qué. La película le gustó a Q mucho más que aquel gran éxito basado en la simpatía de los niños y la abnegación de su maestro rural. Retorno a Normandia es una película muy compleja y, al mismo tiempo, enormemente atractiva. Un hecho de sangre ocurrido entre campesinos en 1835 llevó a Michel Foucault a publicar en 1973 Yo, Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, mi hermana y mi hermano, un clásico estudio sobre la locura y el sistema legal. En 1976 René Allio filma una película con el mismo título en la que se reconstruían los hechos y actuaban los habitantes contemporáneos de la región. Philibert, que fue asistente del realizador, vuelve ahora al lugar de los hechos y se reencuentra con la gente que conoció durante el casting y el rodaje. La película se ramifica en diversas direcciones: la historia original, el film de Allio, el destino de sus protagonistas, la vida campesina y hasta un par de detalles inesperados. Philibert construye una obra arquitectónica en la que se entrecruzan la dimensión material presente en el campo y la naturaleza con elementos más etéreos como el cine y la literatura por un lado y la presencia del pasado en el presente y el porvenir de cada individuo. Es un cine de una enorme densidad y de una rabiosa inmediatez. Una gran película. Durante la recepción, Q le comentaba al director que no encontraba la causa del fracaso del film en Francia. Philibert respondía que el único motivo que se le ocurría era que la gente pensaba que tenía que conocer la película de Allio para ver la suya.
De Philibert, Q se fue corriendo a ver a Benning, James Benning, el mayor cineasta viviente de la contemplación. Pero antes daban un corto de Astrid Ofner, amiga vienesa, ex actriz de los Straub, gran cinéfila. Las imágenes de la ciudad resultaron hermosas pero el texto de Kafka que las acompañaba venía sin subtítulos. Astrid prometió un DVD subtitulado. Esperemos que cumpla. Luego vino el esperado film de Benning. Q venía cansado y tenía miedo de dormirse con una película sin diálogos que se dedica a observar un lago. Pero no, al contrario, la máquina de mirar inventada por Benning produce una fascinación única. Casting a Glance —así se llama la película— se ocupa del Spiral Jetty, obra del artista Robert Smithson dentro de un lago en Utah. Desde 1970 hasta entonces, según los años y las temporadas, las piedras que conforman la escultura en espiral emergen o desaparecen bajo el agua. Benning simula que lleva el registro desde 1970 pero sus planos son la consecuencia de 16 viajes al lugar entre 2005 y 2007. De más está decir que los largos planos fijos son de una belleza asombrosa, aunque el gran Olaf sostiene que son demasiado cortos y que Benning se vendió al cine comercial. Otra prueba de la defección de Benning podría ser que, en un momento, se escucha una canción que parece provenir de un auto. Es Love Hurts, de Gram Parsons a dúo con Emmylou Harris. Benning también tienen buen gusto para la música. En unos días, ya terminado el festival habrá una retrospectiva de Benning en el Film Museum, donde se estrenará su última película donde solo se ven trenes pasar. F y Q entran en éxtasis anticipado y simultáneo pensando en la película y esperan verla en algún festival argentino.
Si alguien piensa que un cineasta como Benning es “demasiado elitista”, tal vez convenga relatar lo que le ocurrió a Q un rato más tarde al llegar al hotel. Tenía que pasar por la recepción y lo atendió un empleado que, viendo el registro en la computadora, le preguntó quién era el director argentino más famoso. Después de pensar un momento y pensando en las elecciones del día anterior, Q contestó “Pino Solanas”. Pero el recepcionista replicó: “¿Y el que hizo Los muertos? Porque a mí esa película me gustó mucho. La dieron aquí hace dos años y me pareció distinta, muy interesante. Largas tomas en silencio”. Antes de felicitarlo por el buen gusto y desmayarse, Q alcanzó a averiguar que el recepcionista cinéfilo era egipcio.
Minutos más tarde, Mauro Andrizzi, programador de Mar del Plata, explicaba por qué las filmaciones de Benning no podían ser de 1970, ya que el celuloide se pone amarillo con el tiempo. Lo escuchaban F y Q y tambipen Eloísa Soláas del BAFICI en un boliche japonés de comida barata. Hay varios en Austria y en todas partes. Posiblemente también en Buenos Aires, aunque no los hemos visto porque salimos poco cuando venimos por acá. Están buenos porque al sushi se le agregan cosas como el Udon o el Ramen, sopas de fideos ponjas muy nutritivas y baratas, ideales para combatir los menúes en euros. Era curiosa la presencia conjunta y amigable de representantes de los dos festivales argentinos, castigados respectivamente por el nombramiento del dinosaurio José Martínez Suárez y la incertidumbre por el ministro de cultura macrista después del auge y caída del primer candidato impresentable. Con Mahárbiz en San Luis, Martínez Suárez y Rodríguez Felder hacen un lindo trío de reaccionarios. Podrían cantar en Cosquín munidos de ponchos y guitarras.
Un rato más tarde, F y Q sorprendían a Hans Hurch redactando el comunicado para la conferencia de prensa con la siempre sonriente Katharina. Alguien nos comentaría después que el astuto Hurch declararía (contra lo que suelen hacer sus colegas) un incremento en la asistencia menor al real, simplemente para que las autoridades no lo presionen el año que viene. Hasta eso es insólito en la Viennale.
Pero lo cierto es que el festival se terminaba, aunque quedaban dos días más de películas, la fiesta y un par de conciertos y performances de cierre. Estos cronistas, en particular, se volvían al día siguiente. En la mañana del martes, Q se encontró con Iuri, entusiasta crítico esloveno que tuvo el inconveniente de compartir el jurado FIPRESCI con Michel Ciment. Iuri, muy impresionado por la película de Gianvito, pensaba que merecía un premio. Pero el presidente del jurado descalificó la película por “pacifista” (así, como lo escuchan, Q ya había oído el mismo comentario en la famosa tertulia del ascensor).
Hacia el mediodía, tras empacar y dejar la habitación, los cronistas se encaminaron hacia el Film Museum, donde Diego Brodersen le había encargado a Q que comprara la edición en DVD de Klassenverhaltnisse, es decir Relaciones de clase, de Straub–Huillet. El director de la institución, Alex Horvath procedió a regalarles la película y los convidó con café, momento en el que departieron sobre la brecha entre ricos y pobres que en la Argentina se ha hecho insoportable, pero que en Austria se empieza también a sentir muy fuertemente. Luego, almorzaron en otro japonés–coreano (esta vez sin soyu) y se despidieron del amigo Christoph Huber. De la que no pudimos despedirnos es de Eva Rotter, la productora o Geschäfsführung, que tiene perfil tan bajo que recién la conocimos en nuestra tercera visita a la Viennale. Queríamos tomar un último trago con ella en el lobby del Hilton, como lo habíamos hecho el año anterior, pero nos desencontramos.
La hora de partida hacia el aeropuerto los encontró departiendo con Bobby, el genial jefe de choferes de la Viennale. Recordaron entonces a Albert, el chino que los fue a buscar la primera vez que vinieron al festival, allá por 2003. Bobby contó que Albert (que tiene ciudadanía sueca) era un experto catador de vinos, pero que últimamente los médicos le prohibieron el alcohol. Ahora es guía de turismo de los visitantes taiwaneses y no trabaja para la Viennale. Es que Albert era un personaje muy especial: no soportaba a los jefes ni a algunos invitados y tampoco le gustaba jugar a que era parte del mundo cultural austríaco. De modo que le hacía sentir a cada uno lo que opinaba de ellos. La anécdota que rebasó el vaso, contó Bobby, ocurrió un día en el que un actor alemán llegó de noche tarde al aeropuerto y a Albert le indicaron que lo llevara “directamente” a una fiesta. El tipo pidió parar a comprar cigarrillos, pero Albert respondió cortante: “Tengo órdenes de no detenerme bajo ninguna circunstancia”. A nosotros, en cambio, nos había tomado cariño y se levantó a las cuatro de la mañana para llevarnos al aeropuerto. Qué chino loco, pensó Q. Y también pensó que no había visto ninguna película asiática en la Viennale.
Reproducido -con permiso de los autores- de La Lectora Provisoria.
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