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Entrevista con Raymond Depardon: “Creo en el cine y en la fotografía; sí, soy un creyente”
Por Diego Batlle
El magistral director y fotógrafo francés vino a Buenos Aires para presentar dos muestras, tres de sus films y dar una masterclass en el Centro Cultural Recoleta. En diálogo con OtrosCines.com habló de su brillante trayectoria y de su visión del arte.
La de Depardon es, sin dudas, una de las visitas más importantes de los últimos años. Pocas veces se puede acceder a las múltiples facetas de un artista como en esta oportunidad: dos muestras fotográficas (Un momento tan dulce y Francia) que por primera vez se presentan juntas y que además contienen muchas imágenes inéditas, tres films notables como La Vie moderne (2008), Journal de France (2012) y Les Habitants (2016) y la posibilidad única de escucharlo en persona en una charla gratuita (aquí toda la información sobre las actividades en el Recoleta).
¿Quién es Raymond Depardon? Probablemente uno de los pocos creadores que podrían figurar tranquilamente en un Top 10 tanto de la fotografía como del documental. Foto-reportero, periodista, escritor, corresponsal de guerra y, sobre todo, viajero empedernido, este hombre que dentro de un mes cumplirá 75 años cubrió el conflicto de Argelia para la revista Paris Match con tan solo 18 años; a los 25 fundó la mítica Agencia Gamma y fue clave en registrar el Mayo francés de 1968, la Primavera de Praga de 1969 y la guerra de Vietnam. También son célebres sus trabajos en lugares tan distantes como Venezuela, Israel, Biafra o Chad y los encargos de la emblemática agencia Magnum, a la que ingresó en 1979.
Su relación con el cine comenzó siendo muy tortuosa, ya que su debut en el largometraje con 1974: Une partie de campagne, sobre la campaña electoral y la elección presidencial del político conservador Valéry Giscard d’Estaing, fue censurado y proyectado recién 28 años más tarde, ya convertido en película de culto. Su filmografía -entre cortos, medios y largos- suma casi 50 títulos, pero es la trilogía Profils paysans (Perfiles campesinos) la que terminó de consagrarlo también en el séptimo arte.
Tras presentar su más reciente film, 12 jours (que expone una nueva instancia legal en Francia en la que los jueces tienen que determinar si un paciente psiquiátrico puede o no salir de su internación) en la sección oficial del reciente Festival de Cannes, Depardon no paró y, antes de llegar a la Argentina, estuvo en Seúl. Con todo el jet lag a cuestas, recibió pocas horas después de su aterrizaje en Buenos Aires y durante 40 minutos a OtrosCines.com con una amabilidad y generosidad que conmueven.
-La muestra fotográfica titulada Francia tiene una estética, unos lugares y unos personajes que conectan de forma directa con las tres películas que presenta en Buenos Aires ¿Los proyectos para cine y de foto son siempre simultáneos y complementarios?
-No necesariamente, a veces las fotos son previas a las películas, en otras vuelvo para sacar fotos. Muchos de mis films transcurren en mi zona natal (soy de la región de Rhône) y de alguna manera siguen la idea de la Pachamama, de regresar a la tierra original. En principio quería hacer una película que abarcara diez años y como no me dejaron entonces hice tres documentales durante casi una década: Profils paysans: l'approche (2001), Profils paysans: le quotidien (2005) y Profils paysans: La Vie moderne (2008). El primero fue muy duro, anduvo mal, nadie confiaba en mí, tenía pocos medios. “No nos importan los campesinos”, me decían una y otra vez. El segundo funcionó un poco mejor y el tercero fue un éxito impresionante con 350.000 espectadores en los cines de Francia, lo que es una cifra extraordinaria sobre todo para un documental. Mientras todos insistían en que en la industria debía rodarse en digital 4K nosotros filmamos con una vieja cámara de 35 milímetros llamada Penélope, fabricada en Australia con perforaciones especiales y que nos permitía tomas de hasta 8 minutos. La estética era justo la que quería, mejor que la que nos daba incluso una cámara de 16mm. La Vie moderne debe tener como mucho unos 70 planos y la hicimos entre Claudine (Nougaret, su compañera en la vida y el trabajo en las dos últimas décadas) y yo. Ella no solo hizo el sonido -venía de trabajar con Eric Rohmer en El rayo verde y en varias películas de Philippe Garrel- sino que tenía que ocuparse además de muchas otras cuestiones técnicas. Había que recargar la camara, encargarse del micrófono de los campesinos, registrar las pistas de sonido ambiente. Por suerte, el ámbito rural es muy tranquilo. La gente espera, tiene paciencia, se dio todo de manera muy natural.
-¿Visita con antelación a los personajes de sus documentales como para generar una empatía y confianza mutua?
-Sí, pero es complicado. Con el tiempo fui cambiando de método y de estrategia. Al principio llegaba con mi cámara Leica y los ametrallaba con una, tres, cinco fotos. Me decían: “Pare”. Después volvía con un aparato más grande, que encima había que armar. Me decían: “Usted es viejo, tiene un aparato viejo, no lo conocemos”. Y yo me aguantaba (se ríe). Mi error fue realizar hace unos 20 años una campaña de seguridad vial que apareció en la mayoría de los medios de provincia. ¡Y todos la vieron! “¿Usted es Depardon el que hizo la campaña?”. Y ya no era lo mismo porque mi idea era que no me conocieran. Una vez en la cocina de una familia se enojaron entre ellos delante de nosotros, como si no existiesemos, de una manera muy natural. Por suerte, la cámara no funcionó y no quedó registrado. Fue como un hechizo, algo de magia para que no pudiésemos filmar eso (risas).
-¿Con los años sistematizó la forma de trabajar, tiene un método o un decálogo de qué hacer y qué no mostrar?
-Sí, pero es más intuitivo que teórico. Claudine venía de trabajar mucho con Garrel, que filma casi siempre con una toma única. Yo hasta entonces trabajaba con el micrófono incorporado a la cámara. “Sos hombre y encima camarógrafo, así nunca vas a escuchar”, me decía ella. Desde entonces empecé a darle cada vez más importancia a la palabra y al sonido, que es lo que diferencia al cine de la fotografía. Me di cuenta de que la gente habla de una manera formidable una sola vez. Hay que capturar ese discurso auténtico, esa “leche fresca” que se da en una única oportunidad. Cuando repiten las cosas ya no es lo mismo. En mi último film, 12 jours, que tiene escenas de mucha violencia, usé como cobayos, como conejillos de Indias, a mis vecinos. Un director de escuela primaria me sirvió para tener otra mirada sobre un tema bastante extremo.
-¿Le interesa el cine hecho con fotos y la carrera de los fotógrafos que incursionaron luego en el cine como usted?
-El cine de fotógrafos o con fotos no me resulta demasiado interesante, por supuesto hay casos muy valiosos como el de Chris Marker. Los fotógrafos que se pasan al cine no son tantos, pero si tenemos en cuenta al propio Marker, a William Klein o a Agnès Varda, son artistas brillantes en ambos terrenos. Incluso Robert Bresson y Stanley Kubrick eran fotógrafos.
-¿Quiénes de todos ellos lo marcaron y lo influyeron más?
-Me interesó la escuela (norte)americana o anglosajona de Richard Leacock, Frederick Wiseman y D. A. Pennebaker, pero en verdad me influyó más la francesa de Chris Marker y Jean Rouch, que a su manera me ayudaron mucho en mis comienzos. Yo era joven, poco profesional. De Rouch, un especialista del documental etnográfico y de Africa, aprendí el recato, el pudor, mantener la distancia, el saber retirarse a tiempo. Marker erá más político, de hablar sobre las imágenes, era un gran escritor de textos. El cine por entonces era mi jardín secreto porque yo vivía de las fotos. Ahora es todo lo contrario: vivo del cine y la foto es mi bailarina.
-¿Le costó conseguir reconocimiento en ambas áreas?
-Me costó mucho más ser reconocido como fotógrafo. La gente es más violenta en la fotografía. En mis comienzo estaban los monstruos sagrados, como Henri Cartier-Bresson, o William Klein, y no había lugar para nosotros. Una vez osé cuestionar en algo a Cartier-Bresson y se me vinieron todos encima. En cine Bresson sigue siendo un mito en Francia, pero nunca bloqueó a los jóvenes. Quienes bloquearon a las nuevas generaciones fueron los de la nouvelle vague. Querían que todos hicieran lo mismo que ellos. Por suerte eso no duró mucho, aunque algunos vestigios de la nouvelle vague se mantienen hasta hoy. En las escuelas de cine descubro que no conocen a Vincente Minnelli. Está claro que mi estilo es opuesto al de él, pero no saber qué es una mastershot es grave. Los jóvenes cineastas de la nouvelle vague se oponían a la mastershot porque es rompepelotas, duro, complicado. Todo bien con filmar rápido y con la cámara en mano, pero hay que conocer y entender la historia del cine.
-¿Usted tiene una formación cinéfila?
-De joven era muy cinéfilo, iba mucho a la Cinemateca. Vivía de la fotografía, pero soñaba con pasión en convertirme en director. No era mucho de la nouvelle vague, me interesaba más el cine italiano de los años '60 y '70: desde Il sorpasso hasta Pier Paolo Pasolini... Y también todo el cine argentino que llegaba mucho a París en esa época. Películas existencialistas, sobre parejas que se arman y se desarman, rodadas en blanco y negro, muy en la línea de mi admirado Michelangelo Antonioni. Luego sí llegó el nuevo cine americano de John Cassavetes; La última película, de Peter Bogdanovich; el primer Francis Ford Coppola...
-¿Y cómo compatibilizó su obsesión por la gente común, de pueblo, de campo, con el interés por seguir las campañas e incluso ser el responsable de retratar por primera vez como presidentes a varios políticos franceses?
-Soy un autor difícil de encasillar (risas). En principio, vengo de una tradición familiar de fotógrafo de prensa, de fotoperiodista, pero también amo la política. Por mi origen y formación cuando me acerqué a Paris sufrí mucho, me hicieron notar que era hijo de campesino, de origen humilde, que no pertenecía a la intelectualidad burguesa y me sentí muy acomplejado, Si bien luego me fui formando, mi relación con los jóvenes parisinos siempre fue muy difícil. Me sentía... no sé cómo explicarlo.
-Aquí decimos “sapo de otro pozo”...
-Muy atinado (se ríe). La primera oportunidad que tuve para filmar en serio fue con la película sobre Giscard. Si bien tenía poca experiencia (había hecho cosas como Jan Palach en Checoslovaquia) ya había aprendido lo esencial, la “carta de nobleza”: apostar al plano secuencia, no cortar cuando no es necesario, escuchar, respetar, tener paciencia. Hay que ser como un biombo o un perchero y pasar inadvertido. Esa es mi naturaleza. En cambio, a muchos directores les interesa estar en primer plano, marcar el territorio, yo prefiero ser transparente. Tengo una formación y una aproximación humanista que hace que respete hasta al político cínico y un poco reaccionario de derecha. El tipo también está solo y un poco perdido ante la cámara. Hay que saber esperar el momento justo para conseguir la foto o la toma perfecta. En general las mejores cosas las logro al final de la sesión, en esos tiempos débiles, flotantes, que luego yo los convierto en tiempos fuertes. Hay que ser generoso. Yo creo en la fotografía y en el cine. Sí, soy un creyente.
Más información:
Sobre las tres películas de Depardon en el Recoleta
-La Vie moderne (7 y 28 de junio, a las 20). Cierre de la saga que retrata la dura existencia de las distintas generaciones de campesinos de la Francia profunda: agricultores, criadores de ovejas, productores de lácteos. Depardon es el protagonista del viaje y dialoga con sus queribles interlocutores en un intento por mostrar la brecha generacional y las contradicciones entre la mirada rural y la vida moderna del título en un mundo cada vez más consumista, tecnificado y artificial.
-Journal de France (14 de junio y 5 de julio, a las 20). Este documental fue, en realidad, filmado por Claudine Nougaret. Lo que dirigió el gran fotógrafo y cineasta son los materiales originales que ocupan buena parte del metraje. Porque “Diario de Francia” cuenta dos cosas y una de ellas es una revisión de Nougaret de cosas filmadas por Raymond que son inéditas, centradas especialmente en sus viajes en los años ’60 a zonas del mundo en conflicto. La otra, es un viaje actual en el que Depardon recorre Francia en una minivan sacando fotos en lugares muy particulares en los que combina lo antiguo con lo moderno en un mismo plano. Tomando en cuenta esa mayor “convencionalidad” del relato respecto a las películas dirigidas por Depardon, se trata de un muy buen film que sirve para conocer más al mítico fundador de la Agencia Gamma.
-Les Habitants (21 de junio y 12 de julio, a las 20). “Voy a conducir a lo largo de Francia, de Norte a Sur. Planeo detenerme frente a casas, negocios, edificios municipales. Voy a conocer a la gente de Francia, a escuchar lo que tienen para decir. No voy a hacer preguntas. Los voy a dejar tomarse su tiempo, reunir sus pensamientos y hablar como quieran. Voy a invitar a gente a la que recién conozca a un estudio móvil para conversar, sin restricciones, con absoluta libertad.” Así presenta Raymond Depardon este largometrjae que consiste básicamente en filmar encuentros de a dos dentro de una vieja casa rodante ubicada frente a la plaza principal de cada pueblo. La diversidad étnica, cultural y generacional queda expuesta en esos diálogos casuales de gente común y extraordinaria a la vez.
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