Críticas
Cine argentino en festivales
Festival de Sundance 2025: crítica de “La virgen de la tosquera”, película de Laura Casabé con guion de Benjamín Naishtat basado en cuentos de Mariana Enriquez (Competencia Internacional)
La directora de La valija de Benavidez (2016), Los que vuelven (2019) y Album de familia (2024) estrenó en la prestigiosa muestra estadounidense con sede (por ahora) en Park City esta valiosa transposición de dos cuentos de Mariana Enriquez (el que da título al film y El carrito) a cargo de Benjamín Naishtat, director de Historia del miedo, El Movimiento, Rojo y Puan.
La virgen de la tosquera (Argentina, España, México/2025). Dirección: Laura Casabé. Elenco: Dolores Oliverio, Candela Flores, Isabel Bracamonte, Dady Brieva, Agustín Sosa, Luisa Merelas, Fernanda Echevarría y Victor López. Guion: Benjamín Naishtat, basado en los cuentos La virgen de la tosquera y El carrito, de Mariana Enriquez. Fotografía: Diego Tenorio Hernández. Música: Pedro Onetto. Dirección de arte: Marina Raggio. Compañías: Ajimolido Films y Mostra Cine (Argentina), Mr. Miyagi Films (España) y Caponeto (México). Productores: Tomas Eloy Muñoz, Valeria Bistagnino, Alejandro Israel, David Matamoros, Angeles Hernández, Diego Martínez Ulanosky y Livi Herrera. Duración: 96 minutos. En la World Cinema Dramatic Competition del Festival de Sundance.
Virtuosa cultora de géneros como el thriller psicológico y el terror, Laura Casabé se interesó justo antes de la pandemia por trasladar el universo literario de Mariana Enriquez al cine. Más allá de la indudable “visualidad” de la literatura de la exitosa autora, transponer dos de los cuentos bastante disímiles entre sí incluidos en el libro Los peligros de fumar en la cama (2009) no dejaba de ser un reto mayúsculo. Y tanto el guion de Naishtat como el tono, los climas y los conflictos que la directora consigue en pantalla están a la altura de esa exigencia.
El primer objetivo pasaba no solo por integrar ambos relatos breves sino sobre todo por sintonizar y trasladar la imaginería, los matices, las contradicciones y las sutilezas de la prosa de Enríquez a un formato audiovisual. En ese sentido, la película conserva la sensibilidad, la tensión y la capacidad de provocación del original literario para luego convertirlo en un relato con vuelo propio y una dimensión puramente cinematográfica.
La película elige como contexto y trasfondo la crisis económica y el estallido social de finales de 2001 y comienzos de 2002, pero se centra sobre todo en las desventuras de Natalia (Dolores Oliverio, toda una revelación con su mezcla perfecta de inocencia, seducción y maldad), Mariela (Candela Flores) y Josefina (Isabel Bracamonte), tres inseparables amigas que viven en un suburbio de casas bajas a-la-Ituzaingó y acaban de terminar el colegio secundario (las experiencias del viaje de egresados las ha marcado bastante). De diferentes maneras, con intensidades distintas, las tres están enamoradas de Diego (Agustín Sosa), un muchacho un poco más grande que ellas, y es especialmente Natalia, una atractiva joven abandonada por sus padres que vive con su abuela Rita (Luisa Merelas) y es la principal protagonista y dueña del punto de vista, quien apelará a todas las estrategias a su alcance para cautivarlo.
Sin embargo, la aparición en escena de Silvia (Fernanda Echeverría), una treintañera con mucha más calle, experiencia, viajes, astucia y contactos (vive “en la Capital”), la convierten en su rival por el amor del galán. El duelo está planteado y, como ocurre en la obra de Enríquez, habrá desde una irrupción de violencia más tradicional (la brutal golpiza inicial al cartonero tomada del cuento El carrito) hasta macumbas, conjuros propios de aspirantes a brujas “haciendo trabajos”, poderes psíquicos, apelaciones a lo mágico y una dimensión fantasmal.
Brotes de sangre por doquier, cibercafés donde impera el por entonces popular chat ICQ, múltiples referencias musicales (desde el ¿Para qué?, de Las Pelotas, hasta Morphine), un universo coming of age con hormonas encendidas en medio de un calor agobiante, angustias existenciales y problemas de autoestima, experiencias sexuales y con drogas, diferencias generacionales y de clase, y una precariedad generalizada que se evidencia, por ejemplo, en permanentes cortes de luz, saqueos, paranoia barrial y crecientes acumulaciones de basura. Así, partiendo de un naturalismo reconocible, La virgen de la tosquera se va desmarcando de la impronta casi documentalista inicial para derivar hacia zonas cada vez más misteriosas, desafiantes, enfermizas, sórdidas y perturbadoras.
Perros salvajes, niños, fuego, violencia latente que no tarda en explotar, escenas acuáticas en la tosquera, erotismo, celos enfermizos y resentimientos (hay algo de Carrie en el asunto)... La película de Casabé se propone múltiples y no menores desafíos y sale airosa de la mayoría de ellos a partir de un potente dispositivo visual y una confianza para que la narración consiga la tensión y la fascinación necesarias hasta alcanzar su imponente desenlace.
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