Columnistas
Sobre “The Waldheim Waltz”, de Ruth Beckermann
Por Gonzalo de Pedro Amatria
Reseña de la película ganadora del premio a Mejor Documental en la Berlinale 2018.
El extenso e inabarcable palmarés de la Berlinale, lleno de premios oficiales, paralelos y laterales, ha podido esconder para algunos el premio al mejor documental, que recayó en la nueva película de la cineasta austriaca Ruth Beckermann, The Waldheim Waltz (Waldheims Walzer), un monumental trabajo de archivo que, bajo su apariencia de documental tradicional, se revela como una auténtica bomba de relojería en torno a la memoria, la política, la mentira y la democracia, demostrando de paso, para aquellos que dudan de las formas documentales más enraizadas en la tradición, que películas así pueden estar en la primera línea de combate. A partir de una vieja cinta VHS grabada por ella misma en 1986, olvidada durante años, y cuyo material original perdió hace mucho, The Waldheim Waltz reconstruye la historia de Kurt Waldheim, Secretario General de Naciones Unidas durante diez años, que a lo largo de toda su vida ocultó y maquilló su implicación, si no física desde luego moral, en los crímenes nazis cometidos en la Segunda Guerra Mundial, especialmente en la deportación de miles y miles de judíos griegos hacia los campos de exterminio.
La historia que Beckermann recupera no es nueva: toda la película está basada en materiales de archivo de acceso público (entrevistas, debates, noticias en televisión) pero su afán no es investigador. No trata de revelar nada que no se conociera: la película no se presenta como periodismo de investigación, sino que trabaja sobre la memoria (la individual, en este caso, como punto de partida hacia la memoria colectiva) y el archivo para tratar de entender nuestro presente. Para quien no conozca el caso de Waldheim, la película será desde luego reveladora, porque expone con crudeza la colección de excusas y mentiras que el entonces candidato a presidente de Austria desplegó con tal de ocultar o al menos maquillar su pasado nazi. Pero lo realmente interesante es la manera en que, a partir de un uso muy inteligente del archivo, procedente de todo tipo de cadenas de televisión, combinado con una voz en off que hace su aparición de forma muy puntual, y muy precisa (lejos, por supuesto, de la falsa objetividad periodística, pero lejos también de cualquier ensimismamiento), la película pasa de lo personal (el caso de Waldheim) a lo colectivo, para dibujar cómo el ejercicio del candidato, ese intento de negar su pasado nazi, no es sino una muestra de un gesto colectivo, realizado por el país entero tras la Segunda Guerra mundial: en lugar de asimilar y aceptar su responsabilidad, como hiciera Alemania, Austria quiso verse a sí misma como una víctima del III Reich, y no como un colaborador necesario. Y sobre esa mentira el país entero construyó su futuro y su democracia.
Beckermann lleva todo ese material al presente, sin necesidad de hacerlo de forma obvia, para plantearnos la duda sobre qué y cómo construimos nuestra identidad colectiva, y qué tipo de democracias queremos construir para hacer frente a la cada vez más obvia presencia de las fuerzas y corrientes fascistas, renovadas, escondidas, maquilladas, que ponen en riesgo las sociedades que creíamos (probablemente de forma equivocada e ingenua) abiertas, tolerantes y democráticas. La película se refiere de forma evidente a la actualidad política austriaca, país gobernado desde hace relativamente poco por un presidente y un gobierno de tendencias más que derechistas, pero de forma más general a todas las sociedades que han de hacer frente a la insurgencia de un pasado que no termina nunca de marcharse.
The Waldheim Waltz, cuya única fuente de material son imágenes procedentes de los medios de comunicación, contiene o provoca una reflexión sobre los propios medios transmisores y creadores de imágenes, que en última instancia son los responsables de crear, difundir o consolidar ciertas “verdades políticas” que terminan por ser asumidas como únicas. En el caso de Waldheim, tanto él como todos los miembros de su partido se empeñaron en despreciar las acusaciones hechas desde el World Jewish Congress, la organización internacional que sacó a la luz pública los documentos, fotos incluidas, que probaban la implicación directa del candidato en las deportaciones nazis, como una simple “conjura judía”, alimentando así además las tendencias antisemitas de cierta parte de la población austriaca, y ese mensaje fue ampliamente recogido por todos los medios de comunicación. El trabajo de Beckermann pasa por usar esas mismas fuentes materiales, esas mismas imágenes mediáticas, para despojarlas de esa “verdad”, desenmascarándolas como construcciones que terminan por asumirse como verdades únicas, y sacando a la luz su lado más oscuro: el de la batalla política como una batalla publicitaria, mediática, y no como una cuestión ideológica, pero también el de la amenaza constante del fascismo.
(Esta columna fue publicada previamente en OtrosCines/Europa)
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