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Festival de Sitges 2025: Celebración del eclecticismo
Nuestra enviada a la muestra catalana especializada en cine fantástico recorre algunos de los mejores títulos de esta 58ª edición: La vida de Chuck, Balearic, Un fantasma útil, Scarlet y Teléfono negro 2.
Más de nuestra cobertura del Festival de Sitges 2025:
1- Crítica de No Other Choice, de Park Chan-wook
2- Crítica de Frankenstein, de Guillermo del Toro
3- Palmarés completo y links a todas nuestras críticas
Columna a modo de balance
El Festival de Sitges es uno de los más singulares del mundo. Atravesado por su vinculación con el cine de género, compuesto por una programación ingesta de títulos que puede alcanzar la treintena en la Sección Oficial, y sustentado por una serie de rituales que se repiten año a año: las largas colas y, sobre todo, los aplausos cada vez que aparece cualquier nombre en la pantalla o cada vez que una gota de sangre se ve en la pantalla.
Sitges se maneja en la intensidad, como si en 10 días se pudiera condensar toda una mirada, generosa y ecléctica, de lo que es el género, o como si en una película, se pudiera concentrar todo un mundo propio. Esto es lo que sucede en La vida de Chuck (The Life of Chuck), que fue la mejor película que vi en el festival junto al Drácula de Radu Jude. La última película de Mike Flanagan no solo resume la vida de un hombre, desde la muerte hasta la infancia, sino que, a través de una estructura por capítulos, proyecta un mundo distópico que tiene mucho de esta época nuestra tan mediada por el teléfono móvil.
Flanagan transita desde la vida y el universo a la intimidad, de los miedos y la soledad colectiva a la individual, de lo fantástico al musical, de una época a otra. De hecho, al final del primer acto, ese tránsito es incluso abrupto, por corte, dejando la palabra en la boca de uno de los personajes. Ya en sus anteriores películas, y notablemente en Doctor Sueño –que, como La vida de Chuck, se basaba en un texto de Stephen King–, el director ha sabido como pocos cineastas contemporáneos trabajar sobre una estética que evidencie algo propio de nuestro tiempo: la conexión a distancia. En La vida de Chuck, Flanagan vuelve a trabajar sobre lo fragmentario como síntoma de nuestro tiempo; pero además le añade a su cine un punto de fuga emocional profundamente íntimo, sobre el principio mismo de la existencia.
La fragmentación determina también Balearic, la última película de Ion de Sosa, en la que el director de True Love y Mamantula se adentra en el paisaje de Mallorca para componer una crítica a las diferencias de clase. En una primera, cuatro adolescentes se cuelan en una casa abandonada junto al mar. La mansión, dicen, no estaba ahí el año anterior. Y ante la ausencia de los posibles dueños, los jóvenes deciden aprovechar para bañarse en la piscina. La intromisión se ve interrumpida violentamente, y lo mismo suceden con esta parte de la película. Se da paso, entonces, a otro grupo de personas: la mayoría adultos, y muchos de clase alta, que, junto a los sirvientes, pasan el tiempo en otro caserón. Hay algo buñuelesco en la propuesta de De Sosa, que trabaja aquí sobre lo absurdo, sobre el humor y lo extraño. La textura de sus planos, a veces brumosos, a veces luminosos, evidencia el tono veraniego, y la perversidad del sistema de clase que se esconde bajo el sol y el calor.
También hay una reflexión sobre la clase social en Un fantasma útil (A Useful Ghost), la ópera prima de Ratchapoom Boonbunchachoke, presentada en la Semana de la Crítica de Cannes y en la Sección Oficial del Festival de Sitges. La película parte de una premisa que parece sacada del cine de Quentin Dupieux: un ladyboy se compra una aspiradora, pero esta parece estar poseída por un fantasma. La primera parte de Un fantasma útil se maneja sobre todo a partir de la acción de los aparatos eléctricos que se mueven como si tuviesen vida propia. Son momentos visualmente interesantes, que recuperan además el gusto por efectos especiales analógicos: un aparato que mueve sus distintos tubos como si fueran tentáculos, una aspiradora se acerca a la boca de un hombre para besarle. A partir de aquí, Un fantasma útil se expande como si ella misma también tuviera tentáculos. Al ladyboy le visita un chico, que le cuenta la historia de las aspiradoras fantasma. A través de ese relato, la película extiende sus relatos: hacia el amor, hacia la muerte y el miedo a ser olvidado, hacia el anonimato y la muerte de los obreros, etc. El gran reto de Un fantasma útil era el de dejar su premisa en lo anecdótico, sin embargo, logra adentrarse con profundidad a los temas que propone.
En Un fantasma útil, el tránsito entre el mundo de los vivos y los muertos se expresa a partir de la figura del espectro, convertido aquí en algo tan tangible como un electrodoméstico. En Scarlet, Mamoru Hosoda, que siempre ha trabajado sobre el tránsito entre dos mundos, adapta la tragedia de Hamlet para llevar su animación a nuevos territorios estéticos. La historia de una joven de palacio que quiere vengar a su padre sirve apenas de excusa. Lo importante es la creación de un mundo intermedio, donde vivos y muertos conviven, y donde la chica encuentra a un enfermero de nuestra época contemporánea, que la ayudará, a la vez que le hará ver que la guerra no puede ser una opción para la humanidad. El discurso es pues antibelicista, y quizá algo simple. Su puesta en escena es todo lo contrario, con planos que combinan el trazo tradicional de la animación 2D con elementos de tal naturalismo que parecen fotografías o imagen real. La sensación es, por momentos, de collage, y las texturas son sumamente complejas: las rocas del desierto, el cielo de ese interregno que parece el océano, la transparencia ondeante del mar. Scarlet es la demostración de un cineasta cuya inquietud le ha llevado a buscar nuevas formas.
Las texturas son también determinantes en Teléfono negro 2 / Black Phone 2, la continuación de aquella película dirigida por Scott Derrickson. En esta ocasión, el asesino en serie no es una amenaza en el mundo de los vivos, sino que se aparece en el terreno de los sueños. Y no es Finney quien tiene que enfrentarse a él, sino también su hermana Gwen, una sonámbula que se comunica con los muertos en sueños. Es precisamente en las escenas de lo onírico que Derrickson da rienda suelta a su gusto por la estética analógica, de celuloide granulado. Por si fuera poco, el escenario, el de una campamento cristiano en medio de la nieve, le permite al cineasta explorar otras texturas: las del hielo y el viento. Excelente en su composición estética y en su capacidad para componer escenas de terror –el plano de un rostro partido a hachazos aplastado contra una ventana–, Teléfono negro 2 logra reinventarse respecto a la primera parte, aunque por el camino pague algún peaje, como la restitución de la figura del padre alcohólico y abusivo.
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