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Crítica de “Rocketman”, de Dexter Fletcher, con Taron Egerton (Sección Oficial - Fuera de Competencia) - #Cannes2019
La delirante y entretenida biopic musical sobre Elton John tuvo su estreno mundial en el festival, donde contó con la presencia del popular cantante y pianista. En la Argentina se estrenará el próximo 30 de mayo.
La película comienza con Elton John (Taron “Kingsman” Egerton) yendo disfrazado de Diablo a una reunión de Alcohólicos Anónimos. “Soy adicto al alcohol. A la cocaína. A las pastillas. En verdad a todas las drogas. Y al sexo. Y soy bulímico. Y shopaholic (comprador compulsivo)”. Así, Rocketman se desmarca desde el primer minuto de los lugares comunes de la biopic oficial y celebratoria (que igualmente lo es) para mostrar las múltiples facetas de un hombre que, si bien triunfó en todo el mundo y a los 25 años ya era multimillonario, debió luchar contra una historia familiar aterradora, los prejuicios de las diferentes épocas, la timidez y la soledad. Trauma que lo llevaron (como admite más de una vez el protagonista) “a consumir todas las drogas existentes” y a desayunar con vodka mientras los demás se servían café.
La narración va y viene en el tiempo -desde la traumática infancia con padres no particularmente afectivos y en varios momentos directamente hostiles hasta su sociedad artística y amistad de toda la vida con el compositor Bernie Taupin (Jamie Bell), pasando por varias de sus grabaciones en estudio y recitales o la relación de amor-odio con su manager John Reid (Richard Madden)-, pero lo que hace particularmente distinta a Rocketman de otras biopics son sus números musicales. No estamos hablando de pasajes en los que Egerton toca el piano y canta (que los hay) sino de largas, ambiciosas y creativas escenas con multitudes bailando en coreografías construidas en varios casos a puro plano secuencia y que bien podrían haber sido concebidas por Baz Luhrmann.
En Rocketman, como no podía ser de otra manera, todo es ampuloso, exagerado, artificioso, extravagante, cursi y, en varios pasajes, ridículo (a la Austin Powers) y fascinante. Es un crowdpleaser con todas las letras, lleno de picos emotivos, con interpretaciones de 20 de los temas más populares de su carrera (punto para Egerton) y con fuertes contrastes entre el Elton John público con coloridos vestuarios, botas con plataformas y gigantescos anteojos y el hombre muchas veces abatido, deprimido, consumido por los efectos de la droga en la intimidad.
En definitiva, una fábula sobre los excesos de rock, los peligros de la fama y una épica sobre la fuerza de voluntad para la redención personal. Si 2018 fue el año de Bohemian Rhapsoy, no extrañaría que 2019 le pertenezca -al menos en el ámbito de las biopics musicales- a Rocketman.
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