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Crítica de “Le Sel des larmes”, de Philippe Garrel (Competencia Oficial) - #Berlinale
Vida y ficción se imbrican en la nueva película del director de La cicatriz interior, Inocencia salvaje, Los amantes regulares, La jalousie, A la sombra de las mujeres y Amantes por un día que compite por el Oso de Oro con un anacrónico estudio de la vida sentimental de la juventud francesa.
En Le Sel des larmes, el francés Philippe Garrel filma el presente como si fuese otra época. En su cine, el flirteo no se gestiona a través de WhatsApp, tampoco en las redes sociales, sino mediante un simple plano-contraplano, de un lado al otro de la calle, que acaba con el chico pidiéndole a la chica que queden cuando ella salga del trabajo. El amor siempre responde a una concepción binaria de la sexualidad, aunque ese aparente reduccionismo no se transfiere al ámbito racial: Garrel se abre en esta ocasión al retrato de una Francia no únicamente blanca.
En Le sel des larmes, también se estudia la posibilidad de aquello que hoy en día se ha dado en llamar el poliamor, y que en la obra de Garrel siempre se ha canalizado a través de las idas y venidas sentimentales de sus personajes. Aquí, el tránsito emocional lleva a Luc (Logann Antuofermo) de Djemila (Oulaya Amamra) a Geniviève (Louise Chevillotte, una de las protagonistas de L’Amant d’un jour (Amantes por un día), anterior film del director), y de esta a Betsy (Souheila Yacoub), a quien tiene que compartir con Paco (Martin Mesnier). El trayecto sentimental de Luc va de su deseo de acostarse con la chica a quien conoce por azar en la calle a descubrir el amor y sus heridas. Como en Los amantes regulares, Garrel incluye un pasaje musical, que se corresponde precisamente con el despertar del enamoramiento.
En medio de esta búsqueda del amor, está el padre de Luc, un carpintero de ataúdes –un oficio también de otra época–, con quien el protagonista tiene la relación más bella de toda la película. El plano del padre, solo en el salón, releyendo orgulloso la carta de aceptación de su hijo en una escuela de ebanistería rebosa ternura. Así se maneja Garrel en este mundo inestable de los sentimientos, que se exponen abiertamente, quizá porque la construcción de la ficción se erige sobre algo profundamente verdadero. Tras el rostro del padre ebanista, se intuye el recuerdo del propio padre del director, Maurice Garrel, una presencia recurrente en la obra del director de La Cicatrice intérieure (La cicatriz interior) hasta su muerte en 2011.
Garrel explicita la condición ficcional, casi fabulística, de la película mediante toques de humor y una voz en off que en algunos momentos lleva al personaje a situaciones inverosímiles. Este es un tránsito constante en la obra de Garrel, entre la vida y la ficción. En diversos pasajes de Le Sel des larmes, los personajes se topan con una puerta cerrada: Luc se despide de Djemila en el umbral de su casa; el padre no puede entrar en la casa de su hijo tras perder el tren; y es precisamente una puerta tras la que el personaje esconde su dolor. Por momentos, la película de Garrel respira algo del cine de Hong Sang-soo, del mismo modo que las habituales tribulaciones afectivas en torno a la infidelidad en el cine del director coreano tienen algo de garreliano. En Le Sel des larmes se vuelven a invocar el encuentro, el azar, el amor, la explicitación de las costuras de la ficción y, ahora, también, un toque de humor que convive con las heridas que deja la vida.
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