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Crítica de “La sangre en el ojo”, de Toia Bonino (Competencia Argentina)
Suerte de continuación de Orione, este crudo, incómodo y provocador relato se centra en la historia de vida de Leo, un delincuente que sueña con vengar a su hermano muerto.
La sangre en el ojo (Argentina/2020). Dirección: Toia Bonino. Guion: Toia Bonino y Nicolás Testoni. Fotografía: Armin Marchesini Weihmuller. Edición: Eliane Katz y Anita Remón. Sonido: Guido Ariel Berenblum. Producción: Alejandra Grinschpun, Gema Juarez Allen (Gema Films). Duración: 66 minutos.
En Orione, su ópera prima por la que recibió el premio a Mejor Dirección en el BAFICI 2017, Toia Bonino reconstruyó el caso de Ale Robles, un joven delincuente del barrio Don Orione (en la localidad de Almirante Brown) abatido durante un operativo concretado por las fuerzas de seguridad. La película era valiosa, entre otras cosas, porque le daba una dimensión humana a una historia que solo había ocupado unos minutos en una crónica policial que no iba más allá de la mera estigmatización.
La sangre en el ojo es una suerte de secuela de aquel film y se concentra en Leo, hermano mayor de Ale, quien tras pasar 14 años en la cárcel por lo que él sigue viviendo como una traición sueña con vengar a Ale. Aunque nunca se lo ve hablando a cámara (hay muchas imágenes de este hombre que está a punto de cumplir los 40 sobre una colchoneta inflable en una piscina), sus dichos están cargados de odio, de resentimiento, de una cultura dominada por la violencia, el machismo, la apología de las armas, de los códigos del hampa, de esos pesados que resuelven las cosas muchas veces a los tiros.
Hay también un retrato de ese entorno lleno de contradicciones y carencias que conforman las cárceles, la dinámica del conurbano profundo, la cancha (de Claypole en este caso), el submundo de los profesionales de la delincuencia, más aportes laterlaes que llegan desde imágenes tomadas en vertical con los celulares por amigos, ex parejas y hasta la hija quinceañera del protagonista, que se queja de su ausencia y de su falta de cariño.
El resultado es un film provocador y al mismo tiempo desgarrador, que intenta acercarse a un personaje en muchos casos aterrador (aunque brillante narrador por su capacidad para la anécdota y el detalle) con respeto y rigor, con una mirada curiosa que no lo juzga ni tampoco cae en lo apologético. El país que no miramos, esta vez en un incómodo primer plano.
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