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La chica del circo (un corto, un largo y una moraleja final)
Una columna en la que conviven Miguel Gomes, Lisandro Alonso, Martín Mainoli, la ignota Marí Alessandrini y el lugar del crítico.
Pero el largometraje de Gomes es algo muy especial, uno de los films más originales y luminosos que se hayan visto en mucho tiempo, una película tan placentera y brillante que termina por convencernos de que el cine puede seguir siendo una experiencia vital de primer orden. Me dio especial felicidad que a Gomes le saliera un peliculón semejante porque lo conocía desde hace un tiempo, aunque más en calidad de cinéfilo que de cineasta. Hace muchos años, cuando en el BAFICI había una competencia de cortos internacionales (y dinero para pagar el viaje de tantos directores), Gomes vino a Buenos Aires con uno de los suyos (al parecer, hizo varios buenos). En aquel festival, tuvo una experiencia mística: vio Kenny, el legendario corto de Martín Mainoli, que le produjo un ataque de euforia instantánea. No estoy seguro si yo dirigía el BAFICI en ese momento, pero de todos modos recién vi el corto muchos años después y tuve el mismo ataque de euforia que Gomes. El secreto es... bueno, es mejor no revelarlo y aconsejarle al lector que vea Kenny. Si no le gusta es porque no solo es un negado para el cine, sino también para la música.
Para el Gomes cineasta, además, la música es esencial en todas sus formas. Es como un chef que cocina utilizando cierto ingrediente de mil y una maneras distintas. En Ese querido mes de agosto, su segundo largometraje, la música juega un papel preponderante pero en el primero, La cara que mereces (que tampoco vi en su momento sino hace apenas unos días), la primera mitad es una especie de homenaje a Jacques Demy. La segunda parte, en cambio, se parece a las películas más oscuras de Jacques Rivette (Céline y Julie van en barco, por ejemplo). Es que Gomes parece tener una vertiente lúdica y otra hermética.
Pero no era de eso de lo que quería hablar, al menos no de eso solamente, sino también de los intercambios cinéfilos con Gomes. Nuestra común afición por los cortos de Mainoli logró que convenciéramos a Nuno Gomes, perdón a Nuno Sena (se me mezclaron el cine y el fútbol), director del Indie Lisboa, de programar una retrospectiva con la obra completa de Mainoli (Mainoli: ¿Para cuándo un largo?) en 2005. Allí lo conocí a Miguel Gomes personalmente, pero no supe más de él hasta que alguien me pasó Ese querido mes de agosto.
Pero hace pocos días volví a tener noticias suyas a través del correo electrónico primero, y del Correo Argentino después. Me escribió para decirme que había descubierto un corto notable en la Haute Ecole d’Art et Design de Ginebra, una escuela de cine suiza que lo había invitado a dar un taller. La película, decía Gomes, era de una alumna argentina, Marí Alessandrini, nativa de la Patagonia, que, siempre según el mail, era una chica muy linda que había llegado a Europa trabajando en un circo, aunque no aclaraba si como bailarina, trapecista o domadora. Agregaba Gomes que ya que teníamos ese club de fans privado de Mainoli, tal vez me interesaba ver este otro corto.
Por supuesto, me apresuré a contestar que sí y, cuando el cartero tocó el timbre, me abalancé sobre el paquete anticipando una epifanía. Bueno, no ocurrió eso exactamente: el corto corresponde más al lado hermético de Gomes que al amable. Una chica vestida en el fondo de una pileta busca un lunar en su cintura. Un muchacho la sueña y descubre un lunar propio en el mismo lugar. Luego, se despierta y se viste, lee una carta extraña, se tira a dormir en un parque, se saca los zapatos y estos se van caminando solos, entra en una casa donde la chica toca el piano, se sienta en la banqueta un rato, después se va, se tira en una colchoneta, pero la cámara se aleja y descubrimos que está en el medio de un río de montaña. Unas extrañas frases aparecen impresas. La película se llama Nadie en el espejo y tiene música por todas partes, Bach, tango, electrónica, en la banda de sonido, en la radio o ejecutada en vivo. Me tomó una visión corroborar que el corto era “muy raro” como decía Gomes, dos que era “muy lindo” como agregaba después y tres para declararlo definitivamente misterioso y comentar que se me escapa la unidad de sus bellas imágenes.
El cuento tiene una moraleja y es la siguiente: a raíz de mi columna anterior, hubo en OtrosCines.com una pequeña polémica sobre la crítica y los críticos. Me gustaría decir que no sé bien qué es la crítica, pero creo que tiene más que ver con el esfuerzo amistoso y provisorio para acercarnos a una película que alguien en que confiamos nos recomienda, que con la posesión de una sabiduría eterna que nos permite juzgar infaliblemente todo lo que se ofrece a nuestra mirada. La crítica, en todo caso, es más el contacto con la fragilidad del cine que con sus monumentos.
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Mari la rompe
Si bien no conozco tampoco el cine de Gomes (he leido cosas muy elogiosas de medios franceses y espero ver su nueva pelicula en el próximo BAFICI), me gustó mucho el tono del texto y la "moraleja" final. Besos a Quintin
"La crítica, en todo caso, es más el contacto con la fragilidad del cine que con sus monumentos". Una gran frase, Quintín. Me gustó todo el último párrafo. Lamentablemente, no conozco la obra de Gomes. Y me interesó mucho el debate que generó tu columna anterior sobre Faretta, Tarruella y cía. Abrazo