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Proyecciones en DVD: el espectador como rehén

 
Publicada el 30/11/-0001
Las razones por las cuales en Argentina no termina de conformarse un buen circuito de cine arte son muchas, complejas y endémicas, pero si algo queda claro es que la proyección en DVD no es la solución, al menos para el espectador. Esa suerte de circuito paralelo que circunstancialmente forman ahora el Arteplex Belgrano, Arteplex Centro y Cineduplex Caballito (a quienes ocasionalmente se les suma el Cosmos) pareciera estar creando no tanto un círculo virtuoso sino más bien un círculo vicioso: justamente aquellas películas que deberían verse mejor -porque a priori están concebidas como obra artística y no como producto de consumo, porque supuestamente están dirigidas al sector de público más selectivo y exigente- son en definitiva las que se ven peor.

Pero los exhibidores no son los únicos ni los primeros responsables de esa degradación de las condiciones de proyección. Los distribuidores locales son los causantes originales de la situación, al decidir estrenar los títulos generalmente más valiosos de sus catálogos sólo en formato electrónico. Los argumentos son viejos y conocidos: los costos de copias en 35mm. son altos, el riesgo comercial es mucho y nadie les garantiza que el último Godard vaya a ser un éxito (habitualmente no lo es). "Estrenamos así o no estrenamos", alegan, convirtiendo al espectador en una suerte de rehén. Un rehén relativo, porque ese espectador resuelve la disyuntiva también de la manera más drástica: no asistiendo. ¿Porqué pagar 15 pesos por una proyección que, en la mayoría de los casos, suele ser pobre, oscura, difusa?

Las salas de cine que actualmente exhiben DVD están equipadas con proyectores para uso hogareño, no comercial. La proyección digital no ha llegado todavía a la Argentina (el BAFICI 2007 va a hacer la primera prueba piloto con un proyector High Definition) y en todo caso esa proyección está concebida para films realizados en HD, como Still Life, del chino Jia Zhang-ke, último León de Oro en Venecia, o Climates, del turco Nuri Bilge-Ceylan, presentada en Cannes 2006, que aprovechan en función artística (textura, color, contraste) las particularidades del soporte técnico. Por el contrario, cuando se estrena en DVD un film como Una pareja perfecta, del japonés Nobuhiro Suwa, se desvirtúa por completo el excepcional trabajo de fotografía de Caroline Champetier, pensado para la paleta del 35mm. "Si Caroline se llega a enterar que acá se vio así, seguro viene a matar al distribuidor", comentaba días pasados -mitad en broma, mitad en serio- Oliver Père, director artístico de la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, a su paso por Buenos Aires.

En Europa y los Estados Unidos, hay plena consciencia de que, tarde o temprano, el cine del futuro va a ser digital y que ese cambio va a requerir por parte de las salas exhibidoras una enorme inversión para reconvertir sus equipos. Pero en Francia, por ejemplo, los exhibidores alegan que los distribuidores también tienen que contribuir a amortizar ese costo porque ellos van a ser los primeros beneficiados con el cambio: ya no van a tener el gasto de la vieja copia en 35mm. Si esa solución parece difícil de alcanzar en Francia, bien puede imaginarse cuál puede ser la suerte que corra en Argentina.

Hablando de Francia... Un circuito de cine arte ejemplar es el MK2, la compañía de Marin Karmitz, productor legendario (de Chabrol, Kiarostami, Haneke y Hong Sang-soo, entre muchos otros) que bajo su sello produce, distribuye y exhibe en sus salas sus propias películas, que luego MK2 edita en DVDy acompaña con un CD con la banda de sonido. Sin llegar a tanto, en Madrid las salas Alphaville y Renoir (las únicas que exhiben allí films en su idioma original, subtitulados al castellano) son también distribuidoras de su propio material. Y lo mismo sucede en Rio de Janeiro con el circuito de Grupo Estaçao, surgido a la sombra del Festival de Rio, que programa con su propio material 16 pantallas distribuidas a lo largo de toda la ciudad. En todos estos casos, se fue construyendo pacientemente un público, ese mismo público que también existe en Buenos Aires -¡y cómo!- pero que está disperso y desilusionado, a la espera un circuito de cine arte como corresponde: profesional, confortable y con una programación imaginativa, seria y coherente.

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