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Crítica de “After Yang”, de Kogonada, con Colin Farrell y Jodie Turner-Smith (Un Certain Regard) - #Cannes2021
Luego de la aclamada Columbus (2017), el coreano de nacimiento y estadounidense por adopción Kogonada presentó un ambicioso exponente de ciencia ficción existencialista.
-After Yang (Estados Unidos/2021). Dirección y edición: Kogonada. Elenco: Colin Farrell, Jodie Turner-Smith y Justin H. Min. Guion: Kogonada y Alexander Weinstein. Fotografía: Benjamin Loeb. Duración: 101 minutos.
En un futuro no determinado con exactitud, una familia compuesta por un padre, una madre y una hija posa en el jardín de su casa. Se han alineado perfectamente ante la cámara para inmortalizar el momento, para que -cuando pase el tiempo- alguien pueda recuperar la imagen resultante y no le quede otra que admitir que, en efecto, aquella debía ser una familia perfecta. Quien va a tomar la instantánea, por cierto es Yang, un androide sirviente que se está demorando más de lo esperado a la hora de ejecutar dicha labor.
El nuevo largometraje de Kogonada se apoya en alguna de las virtudes de su anterior trabajo (la sorprendente Columbus, un remanso de calma y trascendencia clasiscista en medio del ruido y el frenesí de nuestros tiempos), pero al mismo tiempo evidencia un salto de ambición; la adopción de unos riesgos que amenazan con desestabilizar su fórmula. No en vano a esta particular pieza de ciencia ficción le pasa lo mismo que al mencionado robot: es un un calculadísimo organismo cuyo diseño está pensado para embelesar a quien lo mire y lo escuche, pero al mismo tiempo verlo en acción deja al descubierto algunos momentos de mal funcionamiento.
Kogonada se la juega apostando por la hibridación de géneros, y acierta encontrando momentos de thriller detectivesto en los que el padre antes presentado (encarnado por un Colin Farrel muy en la línea hierática de sus colaboraciones con Yorgos Lanthimos) se sumerge en las memorias de Yang, ese techno-sapiens averiado con el que su hija y otras personas han establecido una relación profundamente afectuosa. El director y guionista de origen coreano usa este escenario para zambullirse él también en las profundidades insondables de la identidad (como persona, claro, pero también como individuo dentro de marcos familiares o raciales). Pero sobre todo, se dedica a reflexionar sobre la realidad.
Sobre cuándo, cómo y en base a qué podemos atribuir dicha condición a puentes que tendemos a los demás, o directamente a las piezas con las que construimos el relato de nuestra propia vida. Aquí es cuando After Yang luce como un aparato fílmico impresionante: una misma situación se nos presenta primero con un plano general estabilizado con un trípode, y después con el nervio de la cámara al hombro. Del mismo modo, la frase que al principio decía un personaje, al rato es reproducida, exactamente igual, por otro. Jugando con el montaje y el lenguaje cinematográfico, Kogonada difumina la ya de por sí fina línea que separa a los hechos (¿palpables?) de las interpretaciones más dubitativas.
Con ello, la imagen (tanto la manera de captarla como de presentarla) nos descubre su naturaleza líquida; las dudas que despierta en su función legitimadora de relatos. Kogonada navega por las incertidumbres de la era tecnológica: la que ha empezado ahora; la que tal vez desemboque en el mundo de After Yang. Un viaje cuya línea de meta podría explicarse a partir de algunas de las tesis o profecías que Don Hertzfeldt ha ido plasmando en la apabullante trilogía World of Tomorrow, pero que también se empeña en destacar (y ahí está el problema) por un empaque estético que amenaza con comerse al contenido.
El equilibrio que Columbus lucía en este sentido se pierde aquí en pos de ese ensimismamiento narcisista tan característico de cierto indie moderno. Son las luces y las sombras de la sci-fi presentada a base de postales hipsters (no en vano, el proyecto está apadrinado por el sello A24). La ya característica filia de Kogonada por mimar la composición de cada uno de sus encuadres toma aquí la banalidad de un interiorismo feng shui superficial. Es la obsesión por la imagen bonita, por la nota bien tirada; es el sobreuso de la banda sonora y los efectos digitales en los picos emocionales: una fiesta para los sentidos que acalla las inquietudes intelectuales; que diluye el poso que podría haber dejado la historia.
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