Debates
Críticas a un crítico campestre
Publicada el 30/11/-0001
Agradece ahora Quintín, alborozado, aquella decisión, porque detesta al película de Lucía Puenzo y la considera “un perfecto ejemplo de la manipulación ideológica, el oportunismo comercial y la chapucería artística, tan presentes en el viejo cine argentino” (sic). Agrega que, de haber integrado esa corporación, hoy estaría amargado por la elección de lo que considera un bodrio. Más allá de este misil que dispara alegremente y sin sustento, dudo mucho que, de haber formado parte de dicha institución, hubiese ejercido su sano derecho al pataleo.
Quintín aprovecha el asunto para volver sobre uno de sus tópicos recurrentes: la industria del cine y la crítica no tienen nada que ver. Olvida que la industria del cine edificó Hollywood y casi todas las cinematografías que conocemos, porque el cine independiente en estado puro, mi querido Quintín, no existe. Es una actividad que exige mucho dinero y para poner una peli en pantalla se necesitan variadas inversiones oficiales o privadas. Al margen de que, para acceder a ese producto hay que pagar una entrada.
La industria no es una mala palabra. Produce porquerías y películas geniales. Y los críticos no viven en una isla ni pertenecen a un club incontaminado, situado más allá del bien y del mal. “No hay que mezclar la hacienda”, subraya el opinólogo, se define como crítico campestre (aunque como habitante de San Clemente del Tuyú le caería mejor crítico costero) y renueva su sensación de alivio por no estar dentro de un grupo que, a su criterio, elige tan mal.
No sé si los vientos de la costa atlántica le han embarullado las ideas a Quintín, pero todas estas exageraciones risueñas me suenan a tipo que sangra por la herida, porque una vez más, de tantas, lo dejaron afuera. Una verdadera pena.
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