Columnistas
Entrevista a Santiago Mitre, director de “La cordillera”
Por Diego Batlle
Charla con el director de El estudiante y La patota antes del estreno de su nuevo film que encabeza Ricardo Darín.
Tras su presentación en la sección oficial del último Festival de Cannes (aquí nuestra crítica), La cordillera llega a los cines argentinos el 17 de agosto. Entrevistamos de manera extensa al realizador de 36 años sobre la puesta en escena, el trabajo con los actores (Dolores Fonzi, Erica Rivas, Gerardo Romano, Christian Slater, Daniel Giménez Cacho, Elena Anaya, Paulina García, Alfredo Castro), la costosa producción, su interés por la política y los desafíos que implica una película de estas dimensiones en su carrera.
-Comenzaste con una ópera prima, El estudiante, filmada de manera autogestionaria, sin apoyos oficiales, durante los fines de semana a lo largo de varias meses y llegaste, apenas 6 años después, a dirigir La cordillera, la producción más cara del año en Argentina. ¿Cómo ves este crecimiento en perspectiva?
-El salto en términos de producción es abismal, pero los problemas son similares: cómo lidiar con el material y cómo contar la historia de la mejor manera posible. Se dio todo de forma natural. Uno se va adaptando a las condiciones que tiene, los recursos pasaron de ser nulos en El estudiante a ser muchos en La cordillera, pero son finitos y siempre se necesitarían más. Uno debe adaptarse, pero a esta altura no repetiría aquella primera experiencia porque uno tiene la responsabilidad de que le paguen bien a la gente que te acompaña. En ese sentido, La patota fue una buena experiencia intermedia, hecha ya de manera más profesional y cara en su escala, también con 8 semanas de rodaje. De todas maneras, lo esencial sigue siendo encontrarse en el cuadro, en el plano, en la escena. Estaba muy seguro del guión y lo único complicado fue el desafío del día a día, solucionar problemas como la falta de nieve en una locación, la cantidad de viajes, la llegada de los actores extranjeros y esas cosas.
-¿Cómo pasó La cordillera de ser un proyecto manejado por la compañía en la que sos socio, La Unión de los Ríos, a una coproducción internacional a gran escala?
-Siempre tuvimos un socio francés fuerte y tenía en claro que quería trabajar con Ricardo Darín, para mí el único actor argentino capaz de interpretear al presidente con estas características. Con K&S ya había trabajado varias veces como script doctor y guionista, incluso en hermosos proyectos que lamentablemente nunca se concretaron que iban a ser dirigidos por Walter Salles e Israel Adrián Caetano. Matías Mosteirin se interesó en la película y propuso hacerse cargo de la producción de una manera que solo esa compañía, que financió proyectos como Relatos salvajes y El clan, podía hacerlo. Mis socios Fernando Brom Agustina Llambí Campbell, que habían desarrollado el proyecto conmigo, quedaron como coproductores, pero K&S trajo un socio español, se sumaron muchos intérpretes importantes y el presupuesto creció. K&S te da un diferencial de calidad enorme con una concepción estratégica para instalar y posicionar una película en todas las instancias.
-Más allá de los cachets de los actores, que imagino no deben ser baratos, ¿por qué La cordillera es una película cara?
-El universo de la alta política es caro. Los autos son caros, el vestuario es caro, las locaciones son caras. Si lo hacés de manera berreta luce mal. Los presidentes, asesores y diplomáticos se mueven en automóviles de alta gama, van a hoteles cinco estrellas, los trajes son confeccionados a medida. Sabíamos que era una película grande porque estábamos enfocados en conseguir algo de mucha calidad visual.
-¿Trabajar con Darín, con otros intérpretes de primer nivel en Argentina e incluso con varias figuras extranjeras como Christian Slater, Daniel Giménez Cacho, Elena Anaya, Paulina García o Alfredo Castro supuso una presión extra al hecho ya de por sí complejo de lanzar de forma masiva una historia exigente hecha con un presupuesto grande?
-El camino era inverso: entregar un material complejo para que luego se lanzara como si fuese de consumo masivo. La idea era no subestimar al espectador, no retroceder en las ambiciones narrativas o de puesta en escena para facilitar las cosas. Es un material con el que me siento representado completamente. Con respecto al elenco, uno quiere tener a Darín todo el tiempo a su lado. Un actorazo capaz de provocar esa tensión, de generar esa sensación de verdad cada vez que habla. Ricardo fue un aliado espectacular porque tiene un aura de buena onda y energía positiva. El te pone siempre de su lado, pero la película te empuja a dudar sobre las reales intenciones de su personaje. Mi hermana Mariana y Javier Braier -encargados del casting- siempre buscaron actores con el peso específico para interpretar presidentes, como Giménez Cacho en el caso de México o Paulina García en el de Chile. En cuanto al enviado estadounidense, no buscábamos una gran estrella. Y, aunque no habla español y tuvimos que traducirle el guión al inglés, Slater resultó el indicado. De golpe, gracias al éxito de la serie Mr. Robot, se convirtió de nuevo en un actor importante.
-¿De dónde surge el interés por la política, tema muy presente en tus tres largometrajes?
-Evidentemente es algo que me obsesiona (se ríe). En mis películas están siempre latentes el duelo generacional y el cuestionamiento a la práctica política por parte de los personajes de Dolores Fonzi frente al de Oscar Martínez en La patota y al de Darín en La cordillera. Después de meterme con la política estudiantil en El estudiante y con el trabajo social y la militancia de base en zonas marginales en La patota tenía ganas de hacer una película sobre la alta política, meterme en el corazón de la bestia.
-¿Cómo se documentaron para retratar el ambiente de un presidente y de una cumbre de mandatarios?
-La oficina de Hernán Blanco es el auténtico despacho presidencial. Tuvimos acceso a la Casa Rosada una noche entera y todo un domingo. Pudimos rodar en el auténtico avión presidencial. En ese sentido, todo es muy creíble. Por otra parte, para entender la dinámica de las cumbres, acompañé a mi padre, que desde hace muchos años trabaja en organismos internacionales del MERCOSUR y la ALADI, a un par de encuentros regionales. Me documenté mucho y La cordillera está dentro de los estándares, incluso diría un poquito por encima, de este tipo de eventos.
-Uno de los atractivos de La cordillera es ver en el Hernán Blanco de Darín similitudes y conexiones con los últimos presidentes argentinos ¿Había algo premeditado cuando definían su perfil con tu coguionista Mariano Llinás?
-Es un personaje inventado, un tipo en apariencia campechano que evoluciona hasta convertirse en presidente. Quienes han visto la película encuentran guiños con Ricardo Alfonsín, con Carlos Menem, con Néstor Kirchner, con Mauricio Macri... Nosotros lo veíamos como un radical de provincia, alguien que llega a ser gobernador de provincia, un tipo que no es fácilmente identificable como de derecha o progresista. Hay momentos en que el parecido físico de Darín con Macri es impresionante. Miraba a la cámara y le decía a Ricardo: “¡Sos Mauricio!”. Buscamos el verosímil, pero no de manera que fuese facilmente asociado a la historia reciente de Argentina. De todas formas, me divierten todas esas posibles comparaciones. Lo de la alianza petrolera continental que es el marco de la trama nunca existió en la realidad, pero nos interesaba retratar esa tensión que hay en Latinoamérica entre el proteccionismo y la unión regional por un lado y el liberalismo y la apertura a mercados externos por el otro.
-Sin entrar en spoilers, hay un elemento fantástico promediando la película que genera un quiebre en el relato ¿Por qué buscaron romper con el realismo puro?
-La introducción de una cuestión como los efectos de la hipnosis fue clave. Teníamos miedo de caer en el thriller político más convencional, en hacer una House of Cards a la Argentina. Así fue que apareció lo fáustico, el pacto, y eso nos ordenó la película. Buscamos ese quiebre para que el protagonista empezara a meterse en el terreno más temido. El político tiende a controlar su pasado y la vida familiar como parte de su construcción de poder, no quiere que se escarbe demasiado. Indagar en el pasado te permite encontrar zonas oscuras. Queríamos sumergirnos en la oscuridad de ese hombre sencillo y simpático.
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