Debates
En contra: El hombre que no fue jueves
Publicada el 30/11/-0001
Me pregunté por qué alguien menor de 25 querría oír una charla sobre cine de gente más bien entrada en años (especialmente el que suscribe). Pero se me ocurrió formular una pregunta más trascendente: ¿Por qué sigue habiendo gente interesada en cierto cine, y no más bien la nada? Es decir: con una cartelera comercial deprimente, un cine local mediocre, entradas a precios enormes y una crítica resignada, ¿por qué sigue existiendo un cierto fervor, una cierta esperanza no sólo en que el cine puede ser entretenido sino liberador? Porque ese era el clima que me pareció que se respiraba en el Festi-freak: esa gente creía que el cine era importante en sus vidas (y no estoy hablando de profesionales ni de aspirantes a serlo).
Me animé entonces a hacer algo indecoroso, propio de un predicador americano: pedí que levantaran la mano los que a) fueran al cine “normal”, b) al BAFICI, c) bajaran películas de la internet, d) consumieran DVDs piratas, e) leyeran críticas en los diarios. No tengo números precisos y mis conclusiones son probablemente tan confiables como las encuestas electorales, pero, a grandes rasgos, resultó que los consumidores de cultura cinéfila a) iban poco al cine normal, b) iban un poco más al BAFICI c) no leían las críticas de los diarios, e) veían cantidades de DVDs ilegales y películas obtenidas (ilegalmente) de la web.
De confirmarse esta compulsa casera, la conclusión es que la cultura cinematográfica sigue existiendo entre nosotros gracias a la piratería. Es bastante lógico: por un lado, el material trucho es gratis o está a precios razonables; por el otro, la circulación clandestina y las descargas de internet son la única manera de obtener en dosis más o menos altas el material más valioso y que nunca se estrenará en los cines. Ocasionalmente, se exhibirá en los grandes festivales, en los que es imposible ver toda la programación. Además, hay que viajar a Buenos Aires o a Mar del Plata. Recordemos que salvo experiencias aisladas como la patriada freak en La Plata o la del Tío Koza en las sierras de Córdoba, el interior es un páramo cinematográfico.
Estas evidencias llevan a otras deducciones. Una de ellas es que casi todo lo interesante que ocurre en el cine lo hace al margen del calendario oficial, de las rutinas que imponen un ritmo y una visibilidad a los productos de la industria. Lo que sucede es algo fantástico. Vivimos en una burbuja falsa, como en una especie de Truman Show. A nuestro alrededor se despliega la publicidad de las películas en cartel: éstas se anuncian en la vía pública, en los diarios, en radio y televisión. Esos medios, a su vez, comentan los estrenos de cada jueves. No hay programa ni periódico que no tenga un cronista de espectáculos, personaje obligado a decir dos palabras de cada uno de esos films ¡que nadie irá a ver! (basta cotejar las recaudaciones con la audiencia). Es decir, que hay un gigantesco aparato que trabaja en el vacío y para el vacío porque, además, lo que ocurre de significativo en el cine rara vez se estrena. Pero el mundo de Truman no termina allí. La “industria del cine argentino” trabaja para esas rutinas y cada director que estrena es entrevistado en los medios principales y secundarios y hasta el más desconocido tiene asegurado su fin de semana de fama. Pero en una enorme mayoría de los casos, ese cineasta no logrará que su película se vea, por más que pelee y patalee por la cuota de pantalla (esa es la discusión más inútil del cine argentino). Peor aún, vistas o ignoradas, esas películas tampoco valen la pena en su inmensa mayoría.
¿Por qué entonces seguir jugando a la rutina de los estrenos de los jueves? ¿Por qué seguir escribiendo reseñas sobre nada y para nadie con tamaña regularidad? ¿Para obtener un aviso de las distribuidoras? Es posible. ¿Para mantener la ilusión de que existe la crítica? Otro poco. Pero creo que hay una razón más siniestra: el espacio dedicado a la lista de bodrios semanales evita que allí se hable y se escriba de las películas en serio, las que se ven en festivales (aunque allí no son todas las que están ni están todas las que son) o se consumen por medios ilegales en un gran porcentaje. Parece sencillo, en principio, cambiar el menú y comenzar a ocuparse seriamente del cine que importa. Por lo menos que le importa a alguien. O a alguien que no pertenece al circuito (nacional o internacional) de distribución, exhibición, producción, publicidad, educación y obtención de subsidios que conforma la llamada industria del cine. Incluso, es la única manera de que lo ilegal termine siendo algún día parte de lo legal. Con una cobertura muy selectiva de lo que hoy es obligatorio y otra masiva de lo que hoy es ignorado saldríamos fácilmente de la burbuja de irrelevancia en la que estamos metidos casi sin darnos cuenta.
En fin, queridos lectores. Me aparté bastante del tema y los aturdí con esta prédica. Otro tanto hice en la mesa redonda: no dejé hablar a nadie.
Publicada originalmente en la columna El Inclemente de OtrosCines.com
AGREGADO DEL 15/1/2008 A PEDIDO DE QUINTÍN:
Diego Batlle, editor de esta página, me informa que ha publicado una nota firmada por Gustavo Noriega como respuesta a una columna mía y me pregunta si deseo continuar la polémica. No tengo demasiado que agregar y entiendo que su artículo y el mío son de algún modo autónomos y no alcanzo a entender por qué Noriega me menciona. Es verdad que me parece una enorme pérdida de tiempo y de espacio reseñar todas las películas que en cartel (la mayoría de ellas malas o muy malas), pero no niego que entre los estrenos de los jueves haya films valiosos. Desde que vivo a 200 kilómetros de la sala más cercana, además, valoro como nunca el placer de ver cine en en el cine.
Por otra parte, me resulta difícil discutir con un texto que me agrupa bajo una sigla que no me representa. Mis ideas son mías y no de ninguna asociación, ente o colectivo. Pero también quiero hacer notar que la práctica de englobar a los supuestos adversarios en una categoría inventada para la ocasión -que en este caso tiene un matiz ligeramente despectivo y un aroma inocultablemente populista- es discriminatoria y de mal gusto. No estoy dispuesto a debatir con alguien que dice “Los CCC esto” o “Los CCC lo otro”. Ni soy CCC ni tengo interés en andar por el mundo con un brazalete que no me puse.
Quintín
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Hay también una realidad insoslayable: la gran mayoría de los espectadores (que a fin de cuentas mantiene la industria en movimiento incluyendo distribuidores y críticos) están interesados en los estrenos comerciales de los jueves. Y mientras tengan esa enorme superioridad numérica, habrá que seguir dispensándoles la atención que sus preferencias merecen. ¿Podría el segmento más exquisito (público y crítica) subsistir sin ellos? Sin duda hay jugadoras de tenis mucho más sutiles que las hermanas Williams, pero la gente paga en malón para verlas a ellas, y de paso se generan las ganancias que permiten pagarle a las otras "más finas". Con las películas es lo mismo. A aguantar hasta ser (o no) mayoría. Y lo dice alguien que nunca votó por ningún candidato que haya ganado una elección...
Adhiero moderadamente a Quintín (hay muy buenas películas comerciales que merecen una crítica inteligente y entrenada). Y eso que no quise tomar partido, pero bueno, los comentarios hay que tomarlos como de quien vienen. <br /> Encasillar es un poco, sacarse de encima los compromisos y facilitar (en el peor sentido de la palabra) la opinión. Muy buenos los ejemplos en sus "abiertos" gustos: Apocalypto y Honor de Cavallería, patético.<br /> Lo mejor del caso es que existe otroscines.com para poder hablar del tema. Muchas gracias.<br /> Polobarrios
De no existir "la crítica de los jueves" la crítica en general no tendría lugar en los medios escritos masivos de comunicación, salvo quizá en algún suplemento cultural pésimo que hay que comprar como extra del diario y que seguramente nadie o casi nadie lee, igual que los que vienen gratis. Así por lo menos alguien alguien que está interesado en el último mamarracho de Suar, Tinelli y cía. supongo que mira de vez en cuándo la crítica de la pavada que va a ver -ya sea en internet o en el diario mismo-. No me parece que haya que dar más lugar para que la pavada se adueñe definitivamente de esos suplementos.