BAFICI 08: Un día (de terror) en el Atlas Santa Fe

A veces, hasta los festivales mejor organizados (y el de Buenos Aires es uno de ellos) tienen su jornada negra, su día de furia. Es lo que ocurrió en el arranque del Teatro 25 de Mayo y en la jornada del jueves 10 en el Atlas Santa Fe. A continuación, una hilarante crónica de los padecimientos de una periodista de OtrosCines.com. 

por Josefina Sartora
El jueves decidí mudarme del Hoyts Abasto, templo del BAFICI, al Atlas Santa Fe. Programa: conocer a Masahiro Kobayashi (no confundir con el gran Masaki Kobayashi de La condición humana) a partir de Man Walking on Snow, y ver el documental de Barbet Schroeder L´avocat de la terreur.

Primera sorpresa: antes de la función en la sala 1, un número vivo. Para los más jóvenes: hace unos cuantos años se llamaba así al número musical, de canto, baile o prestidigitación que se presentaba antes de la proyección o en el intervalo, en caso de que el programa fuera doble. (Sí, había funciones de dos y hasta tres películas...). El tal número vivo fue reemplazado después por "el Lowe" u otros paquetes de publicidad que lo sucedieron y hoy ha resucitado.

Bajo el enorme afiche del BAFICI que colgaba del telón, una pareja se puso a bailar. Bueno, soy generosa: se movían con tan poca gracia, vestidos de calle, con una coreografía tan elemental y torpe que daba vergüenza ajena. Para colmo, en un momento, la completaron moviendo unas cintas, mientras al chico la camisa se le salía del pantalón, etc. La cosa siguió empeorando y, al final, la gente no sabía si reir o llorar. Si al principio estuve gratamente sorprendida, al instante pensé que hay tantos bailarines y coreógrafos buenos sin trabajo... ¿Quién habrá hecho el casting?

La cosa siguió: la proyección comenzó entorpecida sobre el telón, que sólo había sido abierto parcialmente. Varios debimos avisar a las encargadas de sala, ya que nadie parecía darse cuenta del problema. En la tercera parte de la proyección del film japonés -al cual tal vez me refiera en otro contexto- los subtítulos se vieron invadidos por un color azul y diversos carteles del software, que persistieron allí hasta el final del film. Cuando salíamos, supimos que la función en la sala 2 había empezado con demoras porque también habían tenido problemas técnicos. Al parecer, los mismos perduraban en la sala 1 porque debimos permanecer en la cola -esa que da vuelta por Ayacucho- durante más de media hora. Todos quienes teníamos programada otra película o actividad con horario, debimos renunciar a ver el documental.

Después de dos días en el Abasto, donde reinó una prolijidad cinéfila ejemplar -funciones casi siempre a horario, programa cumplido, proyecciones correctas, subtitulado bien sincronizado- ir al Atlas resultó un shock. Me enteré después de que en el renovado Teatro 25 de Mayo las cosas no estuvieron mejor: el primer día de proyecciones el lugar se inundó, el sistema eléctrico colapsó, y las funciones se suspendieron. Se lo veía tan divino la noche de la inauguración, con una sala estupenda y reciclada, pero al parecer todo es pura cáscara y carece del elemental mantenimiento. Parece que resolvieron las cosas llevando un generador eléctrico.

Tras semejantes contratiempos, ahora sólo temo alejarme del Abasto...