Festivales
Críticas de todas las películas de la Competencia Internacional - #FICValdivia2019
Por Josefina Sartora, Diego Batlle y Víctor Esquirol
-Fueron 10 los largometrajes que compitieron por el Pudú de Oro y el resto de los premios de la sección principal de la 26ª edición del prestigioso festival, que se realizó del 7 al 13 de octubre en ese paradisíaco enclave del sur de Chile.
-Entre las películas elegidas figuraron las premiadas So Pretty, de Jessie Jeffrey Dunn Rovinelly; Electric Swan. de la griega Konstantina Kotzamani; Construcciones, del argentino Fernando Restelli; y 143 Sahara, de Hassen Ferhani; además de Khartoum Offside, de la sudanesa Marwa Zein; Longa Noite, del español Eloy Enciso; Sirena, del boliviano Carlos Piñeiro; y Sete anos em Maio del brasileño Affonso Uchoa.
-So Pretty (Estados Unidos-Francia), de Jessie Jeffrey Dunn Rovinelly (Ganadora del premio Pudú a la Mejor Película) ★★★½
El premio mayor fue para So Pretty, un film sobre una comunidad de jóvenes transexuales en Nueva York. A partir de la obra del escritor y activista alemán Ronald Schernikau So Schön, Jessie (hoy Jessica) Jeffrey Dunn Rovinelly realiza la puesta en escena de esa obra queer, interpretada por sí mismo y los amigos con quienes comparte una casa en Brooklyn. La puesta y lectura del texto se combinan con escenas de la cotidianeidad, con importante presencia de los cuerpos desnudos en mutación.
Film con un fuerte componente político, allí se vive una suerte de sociedad utópica, donde fluye el pan o poli amor; definir el género no es necesario, se vive en una paz idílica y también se hace activismo, en una sociedad que se ha vuelto reaccionaria y peligrosa para los que no cumplen los estándares. Político y sin embargo no panfletario: el activismo es una consecuencia natural de su condición transexual, o queer, gay, o lo que sea.
Una película luminosa, muy bella, con mucha improvisación, que muestra los cuerpos sin rollo, en la que el texto de partida trasciende lo literario para convertirse en la vida misma, una vida ideal en ese hogar amoroso, cercado por un contexto hostil. Sin embargo, también se siente cierto distanciamiento, como si esa realidad residiera en una burbuja. De todas formas, el film constituye en sí mismo un audaz desafío, y el jurado tuvo la valentía estética y política de premiarlo. JOSEFINA SARTORA
-Electric Swan (Grecia-Argentina-Francia), de Konstantina Kotzamani (Ganadora del Premio Especial del Jurado y del Premio del Público) ★★★½
La Competencia Internacional presentó una selección de total variedad, tanto en género y origen como en carácter y hasta en duración. Electric Swan, de la directora de origen griego Konstantina Kotzamani, dura 40 minutos de pleno realismo mágico, pero también con mensaje social.
En un edificio de la clase alta de Buenos Aires, tres mujeres de distintas edades sostienen una íntima relación con el encargado de la seguridad, un inmigrante latinoamericano que sabe intuitivamente cómo tratarlas y acompañarlas. Tres soledades diferentes frente a un hombre de buen corazón. El edificio se mueve, es un cuerpo vivo: eso afecta a las mujeres, y la fantasía recurrente derivará en un final mágico, propio de un cuento de hadas. JOSEFINA SARTORA
-Nona. Si me mojan, yo los quemo (Chile-Brasil-Corea del Sur-Francia), de Camila José Donoso ★★★✩✩
La primera escena es significativa: la mujer prepara una bomba Molotov y la arroja contra la camioneta de quien ha estado molestándola. Josefina es una mujer de armas tomar. Pero es también coqueta y hogareña. Su nieta la filma en sus tareas domésticas, mientras limpia su casa minuciosamente, mientras se acicala, cuando operan su ojo. Además, Josefina es pirómana. Goza de ver los incendios que de golpe se repiten en su pueblo, donde todas las construcciones son de madera.
Camila José Donoso –realizadora de los documentales Casa Roshell y Naomi Campbel- combina ficción y realidad para el retrato de su abuela y, en cierta medida, muestra su país utilizando distintos registros y formatos, y conversaciones que sostiene la protagonista. Hubiera sido interesante que llevara esta propuesta de docuficción algo experimental a una mayor profundidad u osadía. Pero a cierta altura parece tomar distancia. ¿Provoca la Nona esos incendios terribles, que dejan a familias en la calle, sin nada? Lo cierto es que esa misma tarde vi pasar en Valdivia cuatro camiones de bomberos sonoros, a toda velocidad, y me pregunté si la Nona rondaba por allí, siempre vestida de rojo. JOSEFINA SARTORA
-Khartoum Offside (Sudán), de Marwa Zein ★★★½
En un país como Sudán, donde rige la ley islámica, que un grupo de mujeres futbolistas desee formar una selección nacional de fútbol femenino constituye una paradoja difícil de mantener, si no fuera por la determinación de las protagonistas. Este documental, ópera prima de la cineasta Marwa Zein, tiene el fútbol como disparador para mostrar un mundo femenino hasta ahora ignorado, que está luchando por sus reivindicaciones y el reconocimiento nacional. A pesar de haber jugar muchos partidos durante varios años, la Federación Nacional de Fútbol de su país nunca las ha tenido en cuenta, les ha negado todos sus derechos para institucionalizarse, pero ellas mantienen la esperanza encendida, sabedoras de que esta situación ha de cambiar.
Escenas de la vida en Jartúm, con poderosa fotografía, muestran los condicionamientos de esas mujeres: las acusaciones de los hombres, que les reprochan por atentar contra su condición femenina; la discusión sobre su identidad étnica, en conflicto entre lo árabe y lo africano; los problemas habitacionales y de higiene; y su lucha diaria y cotidiana por lograr un cambio cultural. JOSEFINA SARTORA
-Sirena (Bolivia), de Carlos Piñeiro ★★★✩✩
Viaje rudo, exigido, que emprenden cuatro hombres en busca de un amigo que ha desaparecido en el lago Titicaca. Cierta información los lleva a una isla pedregosa habitada por aymaras, que no hablan castellano. Y el único que tiene la posibilidad de comunicarse con ellos es el guía. Se produce un choque de culturas, entre esos hombres urbanos, impacientes por llegar, deseosos de volver, y los indios dueños de su isla, quienes, siguiendo creencias ancestrales, se niegan a entregar el cadáver del amigo que han hallado. La anécdota es mínima, el peso está puesto en la experimentación con la fotografía en blanco y negro, que juega entre las panorámicas de la isla agreste, montaraz, y los frecuentes primeros planos de los personajes, sus manos, sus botas, y el uso del sonido, que crea un clima ominoso, de peligro inminente.
Opera prima del realizador boliviano Carlos Piñeiro (un Piñeiro más para la lista de cineastas latinoamericanos), que había participado en la producción de Viejo calavera, de Kiro Russo, y vista en el último BAFICI, la película maneja una relación con el mito de las sirenas que resulta muy difusa, si no casi inexistente, en la excepción de la fotografía acuática del inicio y del final. JOSEFINA SARTORA
-143 Sahara Street (Argelia-Francia-Qatar), de Hassen Ferhani (Ganadora de una Mención Especial) ★★★½
Con la dirección de Raúl Camargo, la programación de la Competencia Internacional ha devenido más rigurosa aun, con un cine arriesgado, nada complaciente. Películas de distintas latitudes, que muestran culturas dispares, estéticas novedosas. 143 Sahara Streeet es el segundo documental africano en esta sección con una propuesta más extrema y rigurosa aún que Khartoum Offside.
En el Sahara argelino, en medio de ese inmenso desierto de arena, o de la nada, una miserable construcción alberga a Malika y su insospechada cafetería. Allí paran camioneros que la conocen, a tomar un té en sus vasitos de plástico, comprar cigarrillos y charlar con esa mujer obesa, estática como una esfinge, que permanece en su sitial mirando el desierto y responde, sabiamente, lo mínimo que esperan sus interlocutores. Política, teología, son algunos de sus temas. Y no falta la música, que aportan los parroquianos en vitales interludios. Poco sabemos de esa ermitaña, sus referencias al pasado son contradictorias.
Mientras algún público rechazaba su minimalismo por excesivo, yo lo defiendo por su humanidad a rajatabla. Con largos planos fijos, en una dialéctica entre el exterior inmensurable y ese interior tan estrecho, presenta un cuadro de situación de una mujer singular, un ambiente inhóspito, en un film que ilustra a la perfección aquello del menos es más. JOSEFINA SARTORA
-Sete anos em Maio / Siete años en mayo (Brasil), de Affonso Uchoa ★★★✩✩
Mediometraje (40 minutos) muy duro, oscuro, del director de Arabia, con el racconto casi exclusivo que un hombre hace de su detención abusiva, siete años atrás, por parte de un grupo parapolicial, que lo acusaba de poseer droga. Esa experiencia dolorosa y traumática deja huellas imborrables en su vida y su personalidad, llevándolo por un camino de perdición. El director presentó su película expresando que estaba mostrando una realidad latinoamericana, y sostuvo su posición de resistencia frente al las formas del fascismo que hoy desean dominar Brasil. JOSEFINA SARTORA
-Historia de mi nombre (Chile-Brasil), de Karin Cuyul ★★★✩✩
Karin, la directora, descubre cierto día que ha recibido su nombre porque evoca a la hija de compañeros de militancia de sus padres. Entonces, inicia una búsqueda de ese origen. Utilizando una profusión de registros del pasado, y tomas actuales, realiza un viaje que no sólo es histórico, a las épocas en que sus padres eran jóvenes y se trasladaban de un sitio a otro en busca de un buen trabajo y bienestar, sino -y por ese motivo- también geográfico, que la lleva al extremo norte de Chile, Antofagasta, hasta el sur, en Chiloé.
“El interior de un auto es un lugar seguro”, dice la omnipresente voz en off de la realizadora narrando su documental y, desde la ventanilla de un coche, vemos pasar las distintas geografías chilenas: el desierto de Atacama, junto al mar, los paisajes lluviosos del sur. Esta abundancia de imágenes desordenadas -como lo son los recuerdos-, si bien alcanza a mostrar algunos efectos de la dictadura, provocan que el film pierda su objetivo inicial: conocer la historia de ese nombre. La Erin original, que fue apresada y torturada, es dejada súbitamente de lado y se nos niega esa historia. JOSEFINA SARTORA
-Construcciones (Argentina), de Fernando Restelli (Ganadora de una Mención Especial) ★★★½
Hace siete años Hermes Paralluelo estrenaba Yatasto, película insoslayable dentro de la evolución del Nuevo Cine Cordobés. Con Construcciones, Fernando Restelli retoma la posta y, aunque el efecto ya no es el mismo y hasta hay por momentos cierta sensación de déjà vu, la película alcanza a transmitir de forma pura, cristalina, noble y respetuosa toda la intimidad de la relación entre Pedro (un curtido trabajador de la construcción) y su pequeño hijo Juan Pablo, un torrento de dulzura, un terremoto de energía incontrolable. Y por allí deambulan otros dos “personajes secundarios” como Jesica y Lucas. Son, a su manera -imperfecta, ensamblada- una familia de extracción muy humilde que trata de salir adelante como pueden, en condiciones más que precarias.
Como bien sostiene la reseña del catálogo del Festival de Mar del Plata 2018, hay una escena muy hermosa cerca del principio en la que Pedro regresa a la zona de La Calera luego de su jornada laboral y se encuentra con su hijo pateando la pelota. El chico quiere jugar un partido, el papá está cansado y prefiere ir a la casa a bañarlo y cocinar. El pibe patea el balón y el camarógrafo (en el único momento de “intervención”) le devuelve el pase.
De este tipo de momentos muy sensibles -registrados a la distancia justa- está compuesto un film que expone, además, una paradoja muy terrible de la Argentina: mientras Pedro se ocupa de cuidar por las noches las obras en construcción (no solo es un obrero sino también una especie de guardia de seguridad), él y sus seres queridos deben lidiar con una emergencia habitacional extrema y apelar a situaciones al borde de lo ilegal para intentar salir adelante.
Nada demasiado trascendente ocurre durante la poco más de una hora del relato. Pero Restelli -que siguió durante tres años a Pedro, Juampi, Jesica y Lucas- convierte la elección de un buzo o el momento de la lectura conjunta de un libro en momentos de indudable belleza y serena emoción. DIEGO BATLLE
-Longa Noite (España), de Eloy Enciso
Siete años después del estreno de Arraianos, Eloy Enciso vuelve a rondar los rincones olvidados de la geografía gallega, esta vez para arrojar luz sobre unos capítulos que el tiempo ha querido enterrar de mala manera. Y es que, con Longa noite, el cineasta de Meira se desprende un tanto del interés etnográfico para ganar en carga política. No en vano, el propio título del film nos remite a un sombrío período histórico que, en la España actual, parece generar tanto extrañamiento como incomodidad. Hablamos (habla Enciso) del franquismo, esa noche de treinta años, esa herida mal cauterizada.
Un hombre vuelve a su pueblo natal, convirtiéndose así en una especie de hilo conductor entre historias humanas inevitablemente marcadas por el contexto sociopolítico. En uno de las pocos planos generales urbanos que nos ofrece la película, se percibe un toque de atención metafórico: vemos cómo, en plena noche, la luz de las farolas pugna silenciosamente contra la espesura de una niebla que impide ver con claridad. La luz y la niebla ofrecen una nueva posibilidad para el lucimiento (nunca mejor dicho) de Mauro Herce en las labores de dirección fotográfica, aunque, lejos del exhibicionismo gratuito, las imágenes se erigen en elocuentes portavoces del espíritu reivindicativo que motiva en esta ocasión el trabajo de Enciso.
Estamos en Galicia, en unos años en los que la luz no tiene permitido moverse con libertad. Advertimos esto cuando, tras escuchar las quejas de dos mendigos que intentan ejercer su “profesión” con orgullo y dignidad, uno de ellos muestra su recaudación del día: un puñado de moneadas seguramente ajenas a la memoria de las nuevas generaciones. Al poco rato, por si todavía quedaban dudas, los dos mendigos se enfrentan a un obrero que está construyendo una prisión para un régimen totalitario. A partir de ahí, Enciso va invocando el recuerdo de victorias y derrotas pasadas que marcan los complejos, inseguridades y (crueles) vanidades del presente. Se trata de romper el tabú del ayer para conocer mejor el ahora. Para ello, el director y guionista echa mano de una fértil materia prima intelectual (textos de Max Aub, Luís Seoane o Ramón de Valenzuela) para moldear un proceso memorístico encarnado en la cercanía corpórea de un elenco de actores semiprofesionales.
Discursos, caras y cuerpos hermanados por la tierra de la que emanan. Una tierra inevitablemente manchada por una realidad cuyo terror pasó a ser normalidad durante tres décadas. La narración, dividida en tres episodios, nos habla del pánico sostenido, el exilio forzado y el encierro injusto. Lo hace, principalmente, a través de monólogos travestidos de diálogos. En bares, autobuses y casas de campo se encuentran personas que intercambian, a través de la palabra, sus respectivas vivencias, de las que se derivan claras consecuencias. Lo hacen en la soledad de un primer plano en el que solo cabe su semblante. La única comunicación posible se efectúa a través del corte de montaje entre planos de rostros que nunca llegan a compartir pantalla. Como si cada uno estuviera solo, atrincherado, en sus pensamientos; como si éstos fueran irreconciliables con los de la persona que está a pocos centímetros de distancia física… aunque, ideológicamente, ya se ve, a años luz.
Esta compilación de encuentros –o directamente de enfrentamientos, pues sobrevuela, durante buena parte del metraje, la idea de esas dos Españas condenadas a no encontrarse– se resuelve en un último acto de fuga hacia una naturaleza aparentemente inaccesible, pero que al mismo tiempo parece ser el último refugio de unas voces que no deben caer en el olvido. Hacia allí nos dirige Enciso, en un apunte final que refuerza sus tesis fílmicas, pues una vez más, en lo recóndito, allí donde nos dijeron que no podríamos llegar, reside el secreto que nos acerca los unos a los otros. VICTOR ESQUIROL
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