Festivales
Críticas de la Competencia Estados Alterados - #34MDQFilmFest
Este muestra competitiva dedicada al cine más experimental está integrada por 12 títulos entre largos, medios y cortometrajes (aquí reseñamos 5). El jurado está conformado por Nicolás Pereda, Graham Swon y Lina Rodríguez.
-Ne croyez surtout pas que je hurles / Just Don’t Think I’ll Scream, de Frank Beauvais (Francia - 2019 -75’)
Una de las imágenes que más impacto causó en la 69ª Berlinale fue la de Frank Beauvais presentando su nuevo trabajo, Ne croyez surtout pas que je hurle. La conmoción reinó cuando el director subió al escenario para enfrentarse a una ronda de preguntas y respuestas con el público del Kino Arsenal, uno de los buques insignia de la sección Forum. Su aspecto, visiblemente demacrado, unido a las sensaciones que había despertado su película, provocaron una preocupación sin visos de curación. El hombre ahí plantado, más que delgado, estaba consumido. Pero lo más grave es que su aspecto físico, ciertamente deplorable, parecía ser la conclusión lógica de uno de los discursos más devastadores que seguramente nos haya dado el cine en los últimos años.
El film es un video-diario personal comprendido entre abril y octubre de 2016. Medio año aproximado en el que el mundo del autor pareció dirigirse hacia el mismísimo Apocalipsis. Instalado en Alsacia –muy lejos de su hábitat natural, París–, Beauvais tuvo que enfrentarse a la ruptura con su pareja sentimental, a la inminente muerte de su padre, a la de Prince, a un cambio de hogar forzoso y, por supuesto, a una Francia en estado de pánico tras los ataques terroristas perpetrados tanto en su capital como en Niza. En este periodo, todos los estímulos del exterior (espantosos, terribles) percutían violentamente en un interior ya de por sí atormentado. Un frente chocó contra otro y creó vientos huracanados que cristalizaron (y ahí está el mayor encanto de la propuesta) en 400 películas que se convirtieron en unidad de medida de tiempo y de estado emocional. 400 sesiones en las que Beauvais se protegió del dolor… y lo alimentó. Para capear el temporal, el hombre huyó a una velocidad aproximada de cuatro cintas al día, convirtiendo las pantallas de su televisor y ordenador en una ventana de escape que, al final, se confirmó como espejo. El cine al servicio del autor como herramienta auto-fustigadora, como refugio y como prisión.
Como resultado de tanta destrucción, se creó una película… compuesta por otras películas. Ne croyez surtout pas que je hurle se construye a partir de micro-clips correspondientes a aquellas 400 experiencias fílmicas. Recordemos que el año pasado Guy Maddin, Evan Johnson y Galen Johnson estrenaron The Green Fog, video-collage de films ambientados en San Francisco cuya suma debía recordarnos la herencia imperecedera del Vértigo de Alfred Hitchcock. Ese mismo año, Johann Lurff nos hizo soñar con ★, estelar compilación de prácticamente todos los momentos en los que el séptimo arte se maravilló ante la gran bóveda celeste, encendida con sus infinitas luces. Ejemplos recientes de propuestas que, al igual que la que nos ocupa ahora, se concibieron y ejecutaron en la sala de montaje, sin necesidad de cámara alguna. Aunque el título que guarda un mayor parentesco con Ne croyez surtout pas que je hurle sería Stand By for Tape Back-up, donde Ross Sutherland solapaba en una vieja cinta VHS grabaciones de El Príncipe de Bel-Air o Tiburón (entre otras muchas), resucitando recuerdos propios y desajustándolos (cosas del tracking) para hablar de nuestros deformados modos vida.
La traducción literal de Ne croyez surtout pas que je hurle se leería como “sobre todo no creáis que grito”, y en efecto la voz (en off) de su autor, omnipresente en todo el relato, no sobrepasa nunca los niveles más sensatos de decibelios, aunque su discurso se desgañita. El cielo les pertenece, de Jean Grémillon, sirve para despedir a una figura paterna despreciable, pero inevitablemente entrañable. Y aún faltan 399 películas. Con el tono abatido pero lúcido de Josh Fox y el sentido poético (entre humanista y misántropo) de Don Hertzfeldt, Beauvois da con un texto digno del Mariano Llinás más inspirado. Un grito fílmico de formas literarias. Los actores son películas, y las imágenes (en las que, para mayor reclusión, apenas se muestra un rostro humano) se seleccionan su sentido literal y espiritual. Beauvois viajó de la luz a la oscuridad. Entre un punto y el otro, fue repitiendo, como los jóvenes de El odio, aquello de que “de momento, todo va bien”. Y con ello, nos hizo entender que todo estaba mal. En Alsacia, en París, en Niza, en el Mediterráneo… plasmó un drama personal que, en realidad, era depresión colectiva: el espíritu malherido de nuestros tiempos. VICTOR ESQUIROL
-L’île aux Oiseaux / Bird Island, de Maya Kosa y Sergio da Costa (Suiza - 2019 - 60’) ★★★✩✩
Del documental a la ficción, del realismo puro a lo abstracto, los codirectores de Rio Corgo filmaron aquí el día a día en un centro de recuperación de pájaros (un refugio donde se trata de curarlos para que puedan volver a volar). El protagonista es Antonin, un joven frágil y conflictuado que viene de un largo aislamiento y -como parte de su reinserción social- empieza a trabajar en el lugar. Su maestro en el metódico y riguroso oficio de cuidar las aves es un anciano que está a punto de jubilarse.
Más allá de ciertos paralelismos, metáforas y simbolismos un poco obvios (la situación del protagonista y la de los pájaros, el tema del encierro, la recuperación luego de tantas heridas -físicas y afectivas-) y de unos pocos golpes de efecto (cuando las ratas atacan a múltiples pájaros), el film consigue varios pasajes bellos, entrañables y queribles. Un retrato melancólico de un universo dominado por la soledad, una actividad tan noble como extraña y almas en pena que buscan su lugar en el mundo. DIEGO BATLLE
-Sete anos em maio, de Affonso Uchôa (Brasil - 2019 - 42’) ★★★✩✩
Mediometraje (dura poco más de 40 minutos) muy duro, oscuro, del director de Arabia, con el racconto casi exclusivo que un hombre hace de su detención abusiva, siete años atrás, por parte de un grupo parapolicial, que lo acusaba de poseer droga. Esa experiencia dolorosa y traumática deja huellas imborrables en su vida y su personalidad, llevándolo por un camino de perdición. El director presentó su película expresando que estaba mostrando una realidad latinoamericana, y sostuvo su posición de resistencia frente al las formas del fascismo que hoy desean dominar Brasil. JOSEFINA SARTORA
-Longa noite / Endless Night, de Eloy Enciso - España - 2019 - 90’
Siete años después del estreno de Arraianos, Eloy Enciso vuelve a rondar los rincones olvidados de la geografía gallega, esta vez para arrojar luz sobre unos capítulos que el tiempo ha querido enterrar de mala manera. Y es que, con Longa noite, el cineasta de Meira se desprende un tanto del interés etnográfico para ganar en carga política. No en vano, el propio título del film nos remite a un sombrío período histórico que, en la España actual, parece generar tanto extrañamiento como incomodidad. Hablamos (habla Enciso) del franquismo, esa noche de treinta años, esa herida mal cauterizada.
Un hombre vuelve a su pueblo natal, convirtiéndose así en una especie de hilo conductor entre historias humanas inevitablemente marcadas por el contexto sociopolítico. En uno de las pocos planos generales urbanos que nos ofrece la película, se percibe un toque de atención metafórico: vemos cómo, en plena noche, la luz de las farolas pugna silenciosamente contra la espesura de una niebla que impide ver con claridad. La luz y la niebla ofrecen una nueva posibilidad para el lucimiento (nunca mejor dicho) de Mauro Herce en las labores de dirección fotográfica, aunque, lejos del exhibicionismo gratuito, las imágenes se erigen en elocuentes portavoces del espíritu reivindicativo que motiva en esta ocasión el trabajo de Enciso.
Estamos en Galicia, en unos años en los que la luz no tiene permitido moverse con libertad. Advertimos esto cuando, tras escuchar las quejas de dos mendigos que intentan ejercer su “profesión” con orgullo y dignidad, uno de ellos muestra su recaudación del día: un puñado de moneadas seguramente ajenas a la memoria de las nuevas generaciones. Al poco rato, por si todavía quedaban dudas, los dos mendigos se enfrentan a un obrero que está construyendo una prisión para un régimen totalitario. A partir de ahí, Enciso va invocando el recuerdo de victorias y derrotas pasadas que marcan los complejos, inseguridades y (crueles) vanidades del presente. Se trata de romper el tabú del ayer para conocer mejor el ahora. Para ello, el director y guionista echa mano de una fértil materia prima intelectual (textos de Max Aub, Luís Seoane o Ramón de Valenzuela) para moldear un proceso memorístico encarnado en la cercanía corpórea de un elenco de actores semiprofesionales.
Discursos, caras y cuerpos hermanados por la tierra de la que emanan. Una tierra inevitablemente manchada por una realidad cuyo terror pasó a ser normalidad durante tres décadas. La narración, dividida en tres episodios, nos habla del pánico sostenido, el exilio forzado y el encierro injusto. Lo hace, principalmente, a través de monólogos travestidos de diálogos. En bares, autobuses y casas de campo se encuentran personas que intercambian, a través de la palabra, sus respectivas vivencias, de las que se derivan claras consecuencias. Lo hacen en la soledad de un primer plano en el que solo cabe su semblante. La única comunicación posible se efectúa a través del corte de montaje entre planos de rostros que nunca llegan a compartir pantalla. Como si cada uno estuviera solo, atrincherado, en sus pensamientos; como si éstos fueran irreconciliables con los de la persona que está a pocos centímetros de distancia física… aunque, ideológicamente, ya se ve, a años luz.
Esta compilación de encuentros –o directamente de enfrentamientos, pues sobrevuela, durante buena parte del metraje, la idea de esas dos Españas condenadas a no encontrarse– se resuelve en un último acto de fuga hacia una naturaleza aparentemente inaccesible, pero que al mismo tiempo parece ser el último refugio de unas voces que no deben caer en el olvido. Hacia allí nos dirige Enciso, en un apunte final que refuerza sus tesis fílmicas, pues una vez más, en lo recóndito, allí donde nos dijeron que no podríamos llegar, reside el secreto que nos acerca los unos a los otros. VICTOR ESQUIROL
-Nona. Si me mojan, yo los quemo, I’ll Burn Them, de Camila José Donoso - Chile, Corea del Sur, Brasil, Francia - 2018 - 100’) ★★★✩✩
La primera escena es significativa: la mujer prepara una bomba Molotov y la arroja contra la camioneta de quien ha estado molestándola. Josefina es una mujer de armas tomar. Pero es también coqueta y hogareña. Su nieta la filma en sus tareas domésticas, mientras limpia su casa minuciosamente, mientras se acicala, cuando operan su ojo. Además, Josefina es pirómana. Goza de ver los incendios que de golpe se repiten en su pueblo, donde todas las construcciones son de madera.
Camila José Donoso –realizadora de los documentales Casa Roshell y Naomi Campbel- combina ficción y realidad para el retrato de su abuela y, en cierta medida, muestra su país utilizando distintos registros y formatos, y conversaciones que sostiene la protagonista. Hubiera sido interesante que llevara esta propuesta de docuficción algo experimental a una mayor profundidad u osadía. Pero a cierta altura parece tomar distancia. ¿Provoca la Nona esos incendios terribles, que dejan a familias en la calle, sin nada? Lo cierto es que esa misma tarde vi pasar en Valdivia cuatro camiones de bomberos sonoros, a toda velocidad, y me pregunté si la Nona rondaba por allí, siempre vestida de rojo. JOSEFINA SARTORA
-Danses macabres, squelettes et autres fantaisies / Danses Macabres, Skeletons and Other Fantasies, de Pierre Léon, Rita Azevedo Gomes y Jean Louis Schefer (Francia, Portugal, Suiza - 2019 - 110’)
¿Qué rol juegan las “danzas macabras” en esta película filmada por la cineasta Rita Azevendo Gomes, montada por el actor y montador Pierre León, y argumentada –en el sentido más amplio de la palabra– por el escritor, filósofo y teórico del cine Jean-Louis Schefer? ¿Son estas representaciones alegóricas de la muerte el centro de la película, el motivo, el objetivo? ¿O son estas danzas calavéricas apenas una excusa para invocar una reflexión compartida, un intercambio de ideas, el placer de la conversación, la charla entre amigos? Ofrecer una respuesta tajante a cualquiera de estas preguntas sería en todo caso una traición al propio espíritu de una película en la que se afirma que “está bien que haya cosas que no se entienden”, o que “¡la ambigüedad es fundamental!”. Nada parece unívoco o definitivo en esta obra entregada a la más gozosa improductividad, en la que los principios del joven Richard Linklater (el de Slacker o Waking Life / Despertando a la vida) se hermanan con las formas del viejo Manoel de Oliveira.
De lo que deja pocas dudas Danses macabres, squelettes et autres fantaisies es del enorme saber que atesora Schefer, a quién Azevedo Gomes y Léon invitan a teorizar acerca del género artístico de las “danzas macabras”, que tuvo su máximo apogeo en el arte de mediados del siglo XV, unos tiempos de peste negra y de guerras que derivarían en el nacimiento de fuertes sentimientos nacionalistas (empezando por el de Juana de Arco). Aunque cabe advertir que esta película-ensayo se desmarca por completo de la rigidez historicista. Mientras las imágenes muestran al trío de creadores-protagonistas charlando durante sobremesas, en jardines, museos, o durante paseos bucólicos, el discurso del film se aboca a una zigzagueante odisea del conocimiento en la que caben desde grabados prehistóricos a las imágenes de las Silly Symphonies de la factoría Disney, desde los cuadros del Bosco a las imágenes de La regla del juego de Jean Renoir o de Utamaro y sus 5 mujeres de Kenji Mizoguchi.
Por momentos, parece que el hilo conductor de las charlas y las imágenes sea la naturaleza vivaz, casi festiva, de las danzas macabras, pero las reflexiones de Schefer tienen el don de la imprevisibilidad (además de una propensión al desvío, la fuga y el eclipse). Resulta particularmente interesante escuchar al filósofo teorizar sobre la condición fundacional de estas representaciones mortuorias, en las que, por primera vez, la Historia era contada por figuras anónimas, ajenas al poder y la épica. En un momento genial de la película, Schefer reflexiona sobre la naturaleza “fluida” de la danzas macabras pictóricas, con sus fondos descontextualizados y su reticencia al moralismo, a lo que Léon (el montador) responde insertando unas imágenes de El discreto encanto de la burguesía de Luis Buñuel. Mundos sin reglas, mundos lúdicos. Schefer defiende que la verdadera belleza es “ese momento de soledad ante la obra de arte”, un arte que conmociona, que revela algo esencial, que se convierte en receptáculo de nuestras emociones y vivencias (en una de sus intervenciones, Azevedo Gomes habla de la experiencia que supone reencontrarse con una obra de arte y hallar en ella un testimonio fulgurante de nuestra memoria y del transcurso del tiempo, o más bien de “nuestro” tiempo).
En un pasaje emocionante, Schafer reniega de todo cientifismo para declararse un pensador “sentimental”. Y, de hecho, la película funciona como un catálogo de las emociones del escritor, que muestra su enfado ante la incapacidad de los museos para poner en valor sus tesoros (“si supieran lo que tienen, se limitarían a mostrar uno o dos cuadros… los museos están hechos para gente que no tiene tiempo de pararse a mirar”). Más adelante, el filósofo se muestra melancólico al penetrar en el sentido último de las danzas macabras de la mano de un texto en el que Virginia Woolf describe la figuración súbita de “la línea entre el cielo y el mar” ante un cambio de luz (“los personajes de las danzas macabras caminan sobre la nada, van hacia la nada”). Y luego, en otra de las cumbres de esta película enamorada de los rostros y los paisajes, Schafer se muestra exultante ante la belleza de un valle en el que confluyen los ríos Duero y Côa. ¿Podría ser la noción del encuentro (entre amigos, entre ideas, entre los cursos fluviales) la llave con la que resolver los enigmas de Danses macabres, squelettes et autres fantaisies? ¿Pero quién querría descifrar las claves de una película concebida como un juego, ejecutada como una danza sin coreografía y destinada a alimentar el misterio del arte? MANU YÁÑEZ
También compiten:
-De barrio, de Xurxo Chirro (España - 2019 - 69’)
-Príncipe de paz, de Clemente Castor (México - 2019 - 84’)
-Demonic, de Pia Borg (Australia - 2019 - 28’)
-Lonely Rivers, de Mauro Herce (España, Francia - 2019 - 28’)
-Parsi, de Eduardo Williams y Mariano Blatt (Argentina - 2019 - 23’)
-Subject to Review, de Theo Anthony (Canadá - 2019 - 38’)
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En el cierre de la cobertura Diego Batlle y Manu Yáñez analizan el palmarés título por título, lo nuevo de Kelly Reichardt, Nadav Lapid, Christian Petzold y Lav Diaz, entre otros films, y hacen un balance general de esta edición 78.
-La sección oficial de la 78ª edición a realizarse entre el martes 13 y el sábado 24 de mayo consta de 73 largometrajes, a los que hay que sumarles los títulos de Cannes Classics (clásicos restaurados y documentales sobre cine) y Cinéma de la Plage (proyecciones públicas al aire libre).
-Además, se proyectarán los 39 largos de las tres secciones paralelas e independientes: Quincena de Cineastas, Semana de la Crítica y ACID.
-La oferta se completa con las distintas competencias y programas de cortos que hay en todos los apartados.
-En este espacio iremos sumando links a todas las reseñas publicadas durante la cobertura del festival. Ya hay 64 disponibles.
La Quinzaine eligió como film de cierre esta ópera prima que ya había tenido buena recepción en el Festival de Sundance, donde ganó el premio a Mejor Guion.