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Crítica de “Seis días corrientes” (“Sis dies corrents”), de Neus Ballús (Concorso Internazionale) - #Locarno2021
Tras La plaga (2013) y El viaje de Marta (2019), la directora catalana presentó su tercer largometraje en la sección principal del festival suizo.
Seis días corrientes (Sis dies corrents, España-Francia/2021). Dirección: Neus Ballús. Elenco: Mohamed Mellali, Valero Escolar y Pep Sarrà. Guion: Neus Ballús y Margarita Melgar. Fotografía: Anna Molins. Edición: Neus Ballús y Ariadna Ribas. Música: René-Marc Bini. Duración: 85 minutos.
Pep (Pep Sarrà) está próximo a jubilarse en una mini compañía de servicios de reparaciones hogareñas. Muy a su pesar, Valero (Valero Escolar) toma para un período de prueba a Moha (Mohamed Mellali), un joven inmigrante marroquí que de manera simultánea está tratando de aprender catalán e integrarse. Las tensiones entre el encargado, un tipo querible pero muy cabrón y dominado por los prejuicios, y el bienintencionado pero poco experimentado aprendiz no tardan en aparecer.
Hija de un plomero, Neus Ballús decidió construir una ficción a partir de historias y personajes reales; es decir, trabajando con no-actores, personas comunes que se interpretan a sí mismos en pantalla. El resultado es una comedia asordinada que apuesta a la reivindicación de la clase trabajadora, de esos seres anónimos, sencillos y nobles (incluso con sus contradicciones y miserias) en la línea del cine de Ken Loach.
En el trasfondo de Seis días corrientes (sí, la acción transcurre de forma cronológica entre un lunes y un sábado) aparecen las penurias de los inmigrantes (la única voz en off corresponde a Mohamed), las diferencias de clase y los trabajos precarizados, pero Ballús se despega por completo de la bajada de línea o la mirada horrorizada para ofrecer pequeñas viñetas cotidianas donde aflora más el humor que la denuncia: el trío arregla pérdidas de agua, instalaciones eléctricas, cámaras de seguridad o aires acondicionados (en el estudio de una fotógrafa Mohamed terminará como improvisado modelo) y, en cada hogar, se encuentra con variopintos exponentes de la sociedad barcelonesa.
Como ocurría con La hija de un ladrón, de Belén Funes, la Barcelona de Ballús está alejada del centro, de la Las Ramblas, la Diagonal y el Paseo de Gracia. Estamos en los barrios obreros, en los suburbios, en los bares de barrio, en las casas bajas de las periferias que quedaron fuera del boom del modernismo. Es en esas comunidades más humildes y austeras, desprovistas del glamour turístico, donde se mueven nuestros antihéroes, con sus familias y amigos, con sus contradicciones y frustraciones a cuestas. Más allá de que por momentos está demasiado cerca de la romantización e idealización propias del crowd-pleaser, Ballús les da a sus criaturas entidad y dignidad sin caer en la solemnidad. Cine sensible y humanista con una fuerte impronta documental, construido con ligereza, calidez e inocencia. No es poco en estos tiempos donde el cinismo y el odio son la norma.
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