Cómo es “Chambre 999”, la “secuela” de “Room 666” en la que grandes directores opinan sobre la muerte del cine - #Cannes2023

En la sección Cannes Classics (espacio reservado para clásicos restaurados y documentales sobre cine) se estrenó este film que reúne testimonios (algunos reveladores) de realizadoras y realizadores como David Cronenberg, James Gray, Arnaud Desplechin, Lynne Ramsay, Asghar Farhadi, Nadav Lapid, Claire Denis, Baz Luhrmann, Alice Winocour, Olivier Assayas, Paolo Sorrentino, Agnès Jaoui, Cristian Mungiu, Kleber Mendonça Filho, Albert Serra, Pietro Marcello, Rebecca Zlotowski, Ruben Östlund y Alice Rohrwacher. Se trata de una suerte de "secuela" de Room 666, film similar rodado por Wim Wenders en 1982.

Chambre 999 / Room 999 (Francia/2023). Dirección: Lubna Playoust. Duración 85 minutos. En la sección Cannes Classics.

En 1982 el por entonces treintañero alemán Wim Wenders rodó el documental Room 666, en el que entrevistó en la habitación que lleva ese número en el mítico hotel Martínez de Cannes a 16 directores y directoras fundamentales (Jean-Luc Godard, Michelangelo Antonioni, Rainer Werner Fassbinder, William Herzog, Paul Morrissey, Susan Seidelman, Robert Kramer, Monte Hellman y Steven Spielberg, entre varios otros) con un simple interrogante: sus visiones sobre el futuro del cine.

Cuatro décadas más tarde, Lubna Playoust retoma la posta de aquel largometraje y en la introducción va en busca de un enorme árbol que por entonces había filmado Wenders y que hoy luce caído. Más allá de ese preámbulo simbólico y de algunas reflexiones al respecto por parte de la propia directora, el eje de Room 999 es el mismo que el de Room 666: planos fijos de realizadores y realizadoras reflexionando a partir de la siguiente pregunta/premisa: ¿Es el cine un lenguaje a punto de perderse, un arte a punto de morir?

Durante los 85 minutos que dura el documental, autores de los más diversos orígenes, generaciones y estéticas (empezando, claro, por Wenders) opinan de forma profunda o lúdica, con monólogos extensos o breves parlamentos, con miradas optimistas o pesimistas, sobre el presente de su oficio, el estado de la producción, la merma de público en las salas y los condicionamientos que genera el boom del streaming, mientras se aventuran a pensar qué puede pasar en los próximos meses, años o décadas.

Además del mencionado Wenders, aparecen hablando a cámara -en ese orden- Audrey Diwan, David Cronenberg, Joachim Trier, Shannon Murphy, James Gray, Arnaud Desplechin, Lynne Ramsay, Asghar Farhadi, Nadav Lapid, Claire Denis, Davy Chou, Baz Luhrmann, Alice Winocour, Ayo Akingbade, Olivier Assayas, Paolo Sorrentino, Agnès Jaoui, Kirill Serebrennikov, Cristian Mungiu, Kleber Mendonça Filho, Albert Serra, Monia Chokri, Ninja Thyberg, Pietro Marcello, Rebecca Zlotowski, Ali Cherri, Ruben Östlund, Clément Cogitore y Alice Rohrwacher. Un auténtico seleccionado del cine mundial elegido entre quienes asistieron a la edición 2022 de Cannes.

Wenders le habla confiado a los futuros cineastas; Diwan expone sobre la fragmentación en la narración que hoy es la norma entre los jóvenes; Cronenberg exalta la transformación y evolución permanente; Trier pone el foco en la distribución del cine; Murphy se queja de la distracción del pública en las salas; y Gray se muestra pesimista y cree que el cine será reemplazado por una mezcla de videojuegos, IMAX y espacios virtuales.

Luego es Desplechin quien cita a sus admirados Ingmar Bergman y Woody Allen, quienes también decretaron en su momento la muerte del cine, así como el sonoro iba a ser la muerte tras el período mudo, y la TV o el VHS iban a generar la muerte de las salas (“El cine nunca dejó de morir y sigue vivo”, afirma). El iraní Farhadi asegura que los jóvenes no necesitan relacionarse a través del cine sino vía redes sociales, que hay una profunda grieta generacional y que se ha perdido el ritual de las salas; y Lapid se dice un admirador del presente (“el presente ganó, el pasado no existe más”), se manifiesta en contra de la nostalgia, y reivindica el estado de vulnerabilidad y agonía del cine para de alguna manera volverse más fuerte.



Denis y Assayas coinciden en reivindicar la idea godardiana de los “films pequeños”. Para Assayas, hoy es difícil determinar qué es cine y qué no. Se muestra bastante escéptico y exalta el cine independiente porque allí se encuentra cierta libertad como para salir de las presiones. Davy Chou duda de que dentro de 10 o 20 años pueda seguir produciendo a jóvenes cineastas camboyanos como lo hace en la actualidad y opina que lo mejor que se ha hecho en los últimos tiempos es la tercera temporada de Twin Peaks, que David Lynch rodó para la TV y el streaming y no para el cine.

Winocour cuestiona la estandarización de las imágenes y la uniformidad del lenguaje en estos tiempos del streaming y asegura que la resistencia estará en pequeñas películas hechas por mujeres que nunca han dirigido. En ese sentido, su compatriota Zlotowski vincula la pandemia y el movimiento #MeToo tras el caso Harvey Weinstein como una enseñanza para el cine y una forma de encarar nuevos temas sin abusos a las mujeres, sin cuerpos enfermos ni maltratados.

El italiano Sorrentino dice que el miedo de los financistas al descontento del público y la obsesión por agradar a la gran mayoría han convertido a las películas en algo muy restrictivo y exalta un cine que aborde la decadencia, que no prescinda del coraje, que abrace la incorrección, que sea rudo, maleducado y provocador, incoherente dentro de su propia coherencia, bello, libre y auténtico.

El rumano Mungiu cree que se produce demasiado contenido en la actualidad y hay poca educación respecto de lo mucho y bueno que se hizo en el pasado (que merece ser más visto y analizado); el brasileño Mendonça Filho expone sobre la uniformidad, la preponderancia de un solo tipo de cine, sobre la diferencia entre la realidad en las calles de su país y lo que muestran las películas de Hollywood. Albert Serra ofrece uno de sus habituales discursos delirantes (o no tanto) e histriónicos en el que cuestiona al teatro, al arte contemporáneo pero sobre todo a las plataformas de streaming para terminar exaltando “la fantasía ineficaz”.

Chokri dice que no hay que tenerle miedo al nicho, a filmar con menos presupuesto, con más experimentación, aceptar menos público y menos salas para conseguir un arte vivo porque que ella no quiero hace un cine rico para los ricos. El italiano Marcello arranca citando a Guy Debord, otro intelectual que en 1975 decretó que el cine había muerto, y dice que el sistema ya no necesita de autores, utopías ni deseos, sino de profesionales que ejecuten órdenes, ve al cine, que alguna vez fue algo potente, como una mera mercancía y cuestiona el narcisismo.

Östlund, que en la edición pasada justamente ganó su segunda Palma de Oro con El triángulo de la tristeza y este año preside el jurado oficial, dice que hay que ampliar y no limitar al artista, que le da miedo que las plataformas de streaming estén manejadas por solo cinco grandes compañías y que la panacea de la distribución global que ellas prometen no es tal. El cierre es para la italiana Rohrwacher, quien asegura que si el cine estuviera muriendo no sería algo negativo, porque eso lo haría más humano, más frágil, pero entiende que todavía no es tiempo de funerales. Y remata: en tiempos de individualidad se hacen necesarias las experiencias colectivas; en tiempos de imágenes que te sofocan y asaltan a cada momento se necesitan miradas críticas, refinadas, poéticas, que propongan diversas perspectivas. En esta época de control obsesivo es imprescindible perder el control.

Y dejé para el final (aunque aparece en la mitad) al ruso Kirill Serebrennikov, quien se cambia y luego baila de forma desaforada en pantalla. No dice una sola palabra. Se ríe, se acerca a la cámara y la apaga. Fin.

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