Festivales
La diversidad de la oferta latinoamericana
Un repaso crítico por cinco títulos de esta edición; Alamar (foto), Todo, en fin, el silencio lo ocupaba, Agua fría de mar, El vuelco del cangrejo y Viajo porque preciso, volto porque te amo.
Una de las características de este 12º BAFICI es la importante presencia -por lo abundante- de films latinoamericanos. Tanto en la Competencia Oficial, como en Cine del Futuro y en Panorama se observa un amplio espectro de las nuevas realizaciones de países que ya tenían su lugar ganado en el festival, como México y Chile, y de otros menos presentes previamente, como Costa Rica o Bolivia. Este detalle que se observa este año provoca que algunos comenten en qué gran medida los festivales de Mar del Plata y de Buenos Aires son cada vez más parecidos.
En años anteriores pudimos apreciar la revitalización que disfruta el cine mexicano, algo que se ratifica este año con Alamar, una de las joyitas de la Competencia Oficial, que ya ha ganado varios premios en otros festivales. Un film mínimo, que se agranda en su modestia, y que explora tanto el mundo geográfico como la emocionalidad de los personajes: un chico pasa unos días en el Caribe con su padre mexicano, quien acaba de separarse de su mujer italiana. La madre es urbana, y de Roma, el padre es un pescador que vive en una cabaña sobre el mar, donde va el muchachito antes de instalarse en Italia. El hijo de pocos años vive una estadía que lo inicia en los secretos de la pesca en lancha, de la caza submarina, del buceo con snorkel, pasando del miedo inicial a la confianza que le dan un padre cálido y protector y un abuelo sabio. Los tres hombres viven la cotidianeidad de la vida en el mar sin presencias femeninas, excepto la de Blanquita, una garza bellísima casi domesticada. La película no se ata demasiado a ninguna de las categorías tradicionales -documental, ficción, película familiar- y respira libertad y espontaneidad. Pedro González Rubio es uno de los directores del documental Toro negro -visto en el BAFICI 2009- , y en este film que destila amor y belleza visual da una vuelta de espiral como realizador.
Otra curiosidad mexicana es Todo, en fin, el silencio lo ocupaba, de Nicolás Pereda, quien también presenta otro film, Juntos. Obra hipnótica, realizada en base al recitado de los poemas de Sor Juana Inés de la Cruz por la actriz Jesusa Rodríguez en solitario, postrada y en tinieblas. El film tiene un excepcional trabajo con la luz -o mejor dicho, con la oscuridad- al tiempo que da una vuelta de tuerca sobre el meta-film, o el proceso de producción del mismo. Una película sumamente intelectual, no apta para desprevenidos.
También junto al mar transcurre la historia de Agua fría de mar, de Paz Fábrega. Esta vez, en las playas costarricenses, donde una niña -tan atractiva como el muchachito de Alamar- que se ha escapado de su familia encuentra ocasionalmente una pareja de la ciudad. La falsa historia de abuso familiar que cuenta la niña provoca en la mujer una conmoción y angustia que le hacen perder toda estabilidad, confrontándola con su propia vulnerabilidad y -tal vez- con su pasado. Otro film mínimo, que no llega a la altura de Alamar, pero que está poblado de sugerencias, de gestos significativos, de miradas, más que de palabras. Si bien la imagen explota la belleza del lugar, el guión no está a su altura, tornándose errático y desvahído.
Los niños abundan en las películas latinas exhibidas: es también una niña quien recibe al viajero de El vuelco del cangrejo, un hombre que llega a una playa huyendo no se sabe de qué o de quién ni hacia dónde va. Como no hay lanchas para irse de allí, el protagonista queda varado por unos días. El colombiano Oscar Ruíz Navía realizó una película sobre la espera, en la que poco sucede, más allá de algunos tiempos muertos en una comunidad pequeña, con mucho de color local. Tras la aparente calma, se sacuden rencores locales contra quien quiere instalar el “progreso”, alterando la paz; y en el orden más amplio, llegan ecos de las luchas entre la guerrilla colombiana y las fuerzas armadas. Otro film con cuidado esteticista, aunque no tiene la misma solidez.
Viajo porque preciso, volto porque te amo, de Marcelo Gomes y Karim Aïnouz, es un largo film de viaje, que relata la historia de un geólogo que se interna por el sertão, las áridas tierras del noreste brasileño. Suerte de fluir de la conciencia del protagonista, a quien nunca vemos, que va relatando su historia de amores frustrados con una mujer que lo abandonó, a quien está dirigido su monólogo. Diario de viajero con imágenes digitales, atravesado por la melancolía de quien ama sin ser amado, y va buscando sucedáneos en las chicas que encuentra en su recorrido, pero también retrato de un país, de su gente y sus costumbres, pero nunca un documental etnográfico.
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