Editorial

Lo que Toronto me dejó

Una evaluación muy personal (casi íntima) de esta primera incursión en el TIFF, festival inmenso y, al mismo tiempo, ejemplo de diversidad, de organización, de convivencia y de amabilidad. Una edición con mucha presencia argentina y una calidad artística notable. Pasen y lean.
Publicada el 19/09/2011
Desde hacía bastante tiempo, mis amigos y colegas Diego Lerer y Luciano Monteagudo me venían insistiendo en que tenía que conocer el Festival de Toronto. Sabía de su creciente importancia en el contexto internacional, pero siempre preferí viajar a Venecia o -cuando no se pudo- a otros eventos más pequeños y afables como, por ejemplos, los chilenos del SANFIC o Valdivia.

Este era “el” año para “debutar” en el TIFF, ya que la muestra City to City estaba dedicada a Buenos Aires. Así, la presencia argentina -que también alcanzó a otras secciones- superó la docena de largometrajes. Cuando el diario La Nación decidió que no era yo quien debía viajar a cubrirlo, me convencí de que el “maleficio” de Toronto continuaría por bastante tiempo más. Sin embargo, un par de días más tarde, recibí de la organización una invitación para presidir el jurado FIPRESCI de la crítica internacional con todos los gastos pagos. Imposible decir que no a semejante propuesta.

La experiencia fue por demás satisfactoria en todos los terrenos: viajar por primera vez a Canadá y disfrutar de la ciudad y de un festival que son ejemplo de diversidad, de organización y de amabilidad es algo que agradeceré por siempre.

El TIFF tiene desde el año pasado (aunque recién en esta edición funcionando a pleno) una sede propia, un edificio llamado Bell Lightbox que es una maravilla arquitectónica y un deleite para los cinéfilos, con cinco salas (hay otros microcines para uso del staff), un par de bares e instalaciones de lo más confortables. A dos cuadras, hay también un megacomplejo de 15 pantallas dedicado íntegramente al festival y varios auditorios más en el resto de la ciudad. Así, cada una de las más de 300 películas se exhibe un promedio de cinco veces.

Los servicios para los acreditados son únicos: dos funciones de prensa e industria para cada película, un lounge para los periodistas con comida y bebidas gratis durante todo el día, wi-fi libre en todas partes y muchas cosas más. En mi caso, al ir como jurado, teníamos una asistenta permanente (gracias Jacqueline por tanta buena onda) que nos conseguía entradas a funciones y fiestas o nos solucionaba cualquier inconveniente que pudiera surgir.

Es cierto que no todos los festivales invitan a hoteles cinco estrellas o ponen un auto a tu disposición. Eso es privilegio de las organizaciones que, como la del TIFF, tienen un amplísimo presupuesto a su disposición (conté 65 sponsors oficiales y privados). Tampoco eso es lo más importante. Lo esencial de Toronto es que ha podido construir un ámbito donde conviven con armonía Hollywood y el cine de arte más radical; la prensa y la industria con el público común de la ciudad que llena todas y cada una de las proyecciones.

En Toronto estuvieron desfilando por la alfombra roja Madonna y Robert De Niro, U2 y George Clooney; los Pearl Jam con Neil Young y Brad Pitt con Angelina Jolie, Ryan Gosling y Viggo Mortensen, Rachel Weisz y Keira Knightley, y muchísimas estrellas más. Nadie se resiste al star-system. Pero también hubo un buen espacio para muchas novedades del cine indie nortemericano y para que, por ejemplo, la producción argentina mostrara sus mejores exponentes. Todos disfrutaron de El estudiante, de Santiago Mitre, reverenciaron la presencia de Pablo Trapero y aclamaron a un clásico como Invasión, de Hugo Santiago (quien viajó desde París a presentarlo), al que muchos críticos ubicaron en su top 10 del festival.

Toronto demostró que se puede ser un festival poderoso e influyente (allí arranca la “temporada de los Oscar”) sin tener una competencia oficial como la de Berlín, Cannes, Venecia y la inmensa mayoría de las muestras. Se dan pocos premios (el de FIPRESCI y los del público) y son lo de menos. En el TIFF se puede recuperar lo mejor del calendario anual y disfrutar de más de 120 estrenos mundiales.
 
No sé si volveré a Toronto alguna vez, pero esta experiencia fue muy enriquecedora (todos los viajes, en mayor o menor medida, lo son). Conocí gente muy interesante (uno de los colegas del jurado, por ejemplo, vive en Hong Kong y me contó detalles sobrecogedores de lo que es vivir ahora bajo el control chino), vi varias excelentes películas (la cobertura completa está aquí) y pude apreciar por qué Toronto está hoy en condiciones de disputarle a cualquiera el segundo lugar del circuito festivalero detrás del insuperable Cannes. La larga espera, esta vez, valió la pena.

COMENTARIOS

  • 20/09/2011 15:12

    Excelente tu cobertura Diego - Coincido totalmente con lo que expresan Martina cinefila, Dufo y Godardista - Abrazo.

  • 20/09/2011 14:59

    Qué festival!!! Igual nosotros no podemos quejarnos con el BAFICI y con MARDEL por más que los problemas presupuestarios conspiran contra su crecimiento.

  • 20/09/2011 8:58

    Como ya digerì la envidia puedo disfrutar tambien, como dice Martina, de tus minuciosos y càlidos relatos. Estoy seguro que volveràs a Toronto. Un abrazo

  • 19/09/2011 20:06

    me encantan Diego los textos en primera persona, contando la experiencia desde lo más puramente personal, no tanto desde el "profesional" que analiza. Te envidiamos de lo lindo, pero compartimos gracias a vos lo que es un festival de esta envergadura. beso

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