Festivales

Brian De Palma, Ang Lee y Takeshi Kitano ganaron el primer round de la Mostra

por Manuel Yáñez Murillo, desde Venecia
Redacted, una contundente exploración de Brian De Palma (foto) sobre los abusos de la guerra en Irak y los límites de la realidad, fue lo mejor de las tres primeras jornadas de la Mostra, en las que también se destacaron el humor extremo de Kitano y el erotismo coreográfico y la maestría narrativa de Ang Lee en el film de época Lust, Caution. En cambio, defraudaron Sleuth, de Kenneth Branagh, y Michael Clayton, un thriller judicial construido para el lucimiento de George Clooney.
Publicada el 30/11/-0001
Varias dudas asaltan ante la perspectiva que ofrece la presente edición de la Mostra Cinematografica de Venecia. El último año con Marco Müller como maestro de ceremonias del certamen se presenta como una suerte de variación respecto a las ultimas dos ediciones, en las que se había apostado claramente por trabajar en una renovación del panorama autoral mundial, una valiente actualización de la cartografía del Planeta Cine en la que dar cabida a cineastas que, por su vocación radical, tenían problemas para situarse en la escena internacional: los Straub, Claire Denis, Arnaud Desplechin, David Lynch, Manoel de Oliveira, Jia Zhang-ke, Apichatpong Weerasethakul...

Sin embargo, la presente edición, parece reorientar su mirada hacia territorios mas seguros, lugares más comunes, y por ello, quizás, menos radicales. Con una programación marcada por un perfil anglófono, las grandes producciones de Hollywood y la presencia de numerosos maestros consagrados, está por verse qué sector de la extensa programación acabará imponiéndose como el foco neurálgico del festival. ¿Será el trabajo de los viejos maestros (Eric Rohmer, Ken Loach, Claude Chabrol, Manoel de Oliveira, Brian De Palma, Woody Allen) o el de los nuevos aspirantes indies norteamericanos (Wes Anderson, Todd Haynes)? ¿Cuál será el papel del cine asiático (Takeshi Kitano, Takashi Miike, Jia Zhang-ke, Im Kwon-taek), convertido en caballo de batalla de Müller en los pasados años? ¿Que depararán las extrañas remakes que alberga la competición: Sleuth, de Kenneth Branagh (sobre el film de Josep L. Mankiewicz) y 12, de Nikita Mijalkov (sobre Doce hombres en pugna, de Sydney Lumet)? De hecho, corre el rumor en Venecia de que Müller puede haber diseñado la presente edición del festival como un escaparate reluciente y de fácil digestión (lleno de crowd pleasers) persiguiendo una renovación de contrato. Con la programación cerrada y las cartas echadas, es hora de iniciar el juicio (ejercicio implícito en toda crónica de festival). Empecemos por el principio.

El festival se abrió el miércoles 29 con la proyección de Atonement (Expiación, pecado y deseo será el título de estreno en la Argentina), segunda película de Joe Wright, en la que el director de Orgullo y prejuicio se reencuentra con su musa, Keira Knightley, y en la que vuelve a afrontar una adaptación literaria, esta vez de la novela homónima de Ian McEwan. En esta ocasión, el realizador británico opta por desarrollar un film autoconsciente, en el que la narrativa se cuestiona a sí misma (bajo el paraguas de un juego de espejos entre diferentes grados de realidad literaria). En un grandioso y ampuloso transito del melodrama romántico de época (la acción esta ambientada en 1935) al cine bélico (situada en la Segunda Guerra Mundial), Wright reflexiona, con irregulares resultados, sobre las restricciones que impone el escenario social, la fragilidad de las apariencias y el poder del arte para modificar la realidad. A la postre, la primera parte del film nos muestra a un cineasta dotado para la rítmica narrativa, mientras la segunda evidencia sus carencias a la hora de sostener el armazón lírico sobre el que pretende sostener el filme (una fallida poética humanista que pretende emular a Terrence Malick).

Después de una inauguración de perfil bajo (practica extrañamente habitual en los grandes festivales), el nivel del festival subió notablemente gracias a dos films asiáticos: las nuevas películas de Takeshi Kitano y Ang Lee. Recibida con escepticismo, cuando no con desprecio, por los sectores mayoritarios de la critica acreditada en el festival, la nueva película de Kitano, Kantobu Banzai! (¡Gloria al director!) marca un punto y seguido en su filmografía. La película será una decepción para aquellos que esperaban un cambio de registro de Kitano después del ajuste de cuentas con su propio cine que proponía su anterior trabajo, Takeshis. Sin embargo, aunque Kitano vuelve a situar en el centro del discurso su propia frustración creativa, aquí el escenario sobre el que se ironiza no es solamente la propia obra, sino toda la historia del cine japonés. Kantobu Banzai! es un delirante recorrido paródico por los dramas familiares de Yasujiro Ozu, la figura japonesa del fantasma (kwaidan), los dramas sociales de los 50 y 60, la resurrección del wuxia, o el cine de ciencia ficción catastrófica con monstruo, cuyo mayor exponente fue Godzilla. Pero lo que hace brillar el film, convirtiéndolo en una obra conmovedora, es la pureza de corte primitivo del humor de Kitano. Y es en ese violento choque entre la sofisticada propuesta autoreflexiva de la película y su descarada inocencia (la actuación de Kitano es más muda y keatoniana que nunca) donde el largometraje emerge con una fuerza radical y moderna (aun cuando su modernidad llega con décadas de retraso, otra deliciosa muestra de ingenuidad).

Luego llegó Ang Lee con su esperado thriller erótico, ambientado en el Shanghai de los años 40. Asistir a la presentación del film en la sala PalaLido en el marco del festival me despertó, de manera harto lógica, una fuerte sensación de deja vu respecto a la proyección del año pasado de Black Book (El libro negro), de Paul Verhoeven. Cada uno a su manera (con Verhoeven explorando terrenos escatológicos y violentos aún vedados para Lee), pero ambos compartiendo una férrea confianza en las posibilidades del relato puramente cinematográfico, estos narradores natos son capaces de hacer fluir con asombrosa claridad los más opacos y tenebrosos entramados morales y políticos.

En Lust, Caution, Lee ofrece un retrato áspero y minucioso del movimiento de resistencia contra la ocupación japonesa en la China de los años '40. El director opta por partir desde un cierto distanciamiento para luego ir penetrando en los complejos pliegues morales de la trama, centrada en la relación entre una resistente infiltrada y un comandante colaboracionista (un sensacional y contenido Tony Leung), mediante una agresiva apelación al registro físico. Una vez ocupado ese territorio, el sexo, rodado con precisión caligráfica y talento coreográfico, se convierte en la principal herramienta narrativa. En el roce de los cuerpos, la modulación sinuosa de los estados de ánimo, las actitudes y las embestidas, Lee consigue hacer patente todo aquello que las palabras sólo pueden vislumbrar desde la lejanía. Es esta una película oscura, compleja, exigente y sin concesiones. Una nueva demostración de la solvencia estilística de uno de los mejores narradores del cine actual.

Tambien se proyectó Sleuth, de Kenneth Branagh, nueva versión de la obra teatral en la que se basó Mankiewitcz para realizar su ultimo film. En esta ocasión, Michael Caine repite en pantalla, pero dando vida al personaje que en la versión de 1972 encarnaba Laurence Olivier, mientras Jude Law retoma el papel que originalmente correspondió a Caine. Lo más destacable de la nueva versión de esta historia de enfrentamiento y celos entre dos personajes, repleta de competición, manipulación y poder, son las aportaciones al relato que introduce Branagh. Así, cabe destacar la introducción de un juego explicito de seducción homosexual que podía percibirse sólo de manera soterrada y latente en la versión original, y también la modernización y ultra-sofisticación del entorno escénico en el que se desarrolla la acción. Donde naufraga Branagh es en la coherencia del conjunto. Mientras en un principio parece plantear un juego de depuración teatral, pronto cae en todo tipo de artificiosos efectismos de puesta en escena que desvirtúan la cohesión formal del film, y logros como el uso de imágenes capturadas por cámaras de vigilancia (que enfatizan la dinámica de poder y control que guía la acción) pronto quedan en un segundo plano. Finalmente, Branagh se entrega al texto (y al primer plano) y queda en manos de las interpretaciones de un Michael Caine sobrio, contenido y brillante y de un Jude Law preso de un histrionismo ridículo y mediocre.

Aun así, lo peor estaba aún por llegar, y lo hizo bajo la sombra de George Clooney y respondiendo al título de Michael Clayton. Dirigida por Tony Gilroy (eficiente guionista de la saga de Jason Bourne), la película se enmarca en un genero en alza que podría bautizarse como "thriller corporativo-judicial". Junto a películas como El informe Pelícano (1993), Una acción civil (1998), El informante (1999), Erin Brockovich, una mujer audaz (2000) o Veronica Guerin (2003), Michael Clayton despliega su trama sobre la lucha a vida o muerte de un hombre que, de forma súbita, se halla enfrentado a una gran corporación. El problema de la película es que sus diferentes vértices temáticos (el enfrentamiento de una persona contra el sistema, sus conflictos familiares y sus adicciones al juego, al trabajo, a las drogas) no se refuerzan unos a otros, sino que se anulan mutuamente, llevando al film a terrenos epatantes, pero absolutamente inofensivos, carentes del elemento transgresor al que apela de forma continuada. En resumen, una película mediocre para el lucimiento de una gran estrella, hecho que queda demostrado a las claras en el extenso último plano del film, en el que unos interminables títulos de crédito desfilan sobre el rostro de Clooney, la estrella.

Y para el final, lo mejor. Y lo mejor hasta el momento responde al título de Redacted y se trata del último largometraje del maestro Brian De Palma. La película versa sobre el actual conflicto de Irak, pero, a pesar de albergar elementos propios del agit prop, acaba trascendiendo el punto de partida bélico para instituirse en una brillante reflexión en torno a la dinámica de los medios de comunicación actuales y la transformación de aquello que solemos llamar realidad. Para acercarse al conflicto bélico de la manera más verídica posible, De Palma opta por asumir como materia prima toda clase de formatos audiovisuales. Se ficcionalizan diarios filmados de soldados, videos de YouTube, reportajes para noticieros, cámaras de seguridad, video-blogs o documentales televisivos de corte didáctico, para así ir construyendo un relato en torno a la violación y el asesinato de una familia iraquí por parte de unos soldados norteamericanos. Lo que podría verse como una suerte de remake de Pecados de guerra (la película de De Palma sobre el conflicto bélico en Vietnam), termina erigiéndose en una sofisticada y vanguardista meditación sobre los límites de la realidad tal y como la comprendemos hoy en día (conquistada y controlada por los medios de comunicación).

En ese sentido, De Palma juega continuamente con la apelación a canales de información tanto oficiales como no oficiales, dibujando con precisión el límite más allá del cual no puede, o no quiere, acceder el oficialismo. La verdad se aprecia como un puzzle fragmentario, complejo, casi inaccesible, y resulta asombroso observar cómo el animal cinematográfico que es De Palma consigue organizar los materiales para terminar construyendo una narración vibrante y emotiva, en la que a pesar de su apariencia documental, los recursos puramente fílmicos (el suspenso, el tempo, el encuadre, el fuera de campo...) pueblan la pantalla en todo momento. Ante una realidad en crisis, varios cineastas con talento han decidido explorar las posibilidades éticas y estéticas del hiper-realismo, desde el Paul Greengrass de Vuelo 93 al Gus Van Sant de Elefante, pasando por el Michael Winterbottom de In this World. Sin embargo, nunca antes esa exploración había sido tan autoconsciente, radical y siniestra. Llegado el momento de gritar, a veces vale la pena dejar las sutilezas a un lado. Y eso De Palma lo sabe muy bien.

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