Críticas
Justicia a cualquier precio, de Andrew Lau
Vigilar y castigar
El debut del realizador hongkonés Andrew Lau (Asuntos infernales/Infernal Affairs) en Hollywood es un film tan derivativo como desabrido, en el cual una pareja de agentes encargados de aconsejar y vigilar a ex convictos acusados de cometer crímenes sexuales termina persiguiendo a un grupo de psicópatas asesinos. El silencio de los inocentes se encuentra con 8MM., aunque los resultados distan mucho de ser satisfactorios.
Richard Gere y Claire Danes interpretan a sendos agentes civiles encargados de monitorear, aconsejar y, en última instancia, vigilar a todos aquellos ex convictos acusados de cometer crímenes sexuales. El hombre maduro tiene casi dos décadas de experiencia laboral encima, lo cual le permite pronunciar citas de Nietzsche con ánimos didácticos y enseñarle a la joven aprendiz todos los gajes del oficio. La cátedra de Gere parece indicar que entre el hábito de alguna práctica sadomasquista y el crimen sexual a lo Clan Manson hay una línea muy delgada (el famoso: empecé por un porro…), y que el que nace sexópata, sexópata muere, sin posibilidad de que la reeducación y el condicionamiento social logren algún cambio en la persona. Y el film no hace más que darle la razón.
Luego de un primer acto donde el reconocimiento del terreno va acercando a los personajes, el guión dispara la presencia de un grupo de psicópatas criminales -alumnitos ellos de Hannibal Lecter y de los productores de películas snuff de 8MM.- para quienes una noche de placer no debería excluir la lenta mutilación de un ser humano vivo y consciente. Así las cosas, la dupla protagonista se olvida del manual del buen asistente y se dispone a hacer aquello que la policía parece incapaz de llevar a cabo: perseguir y desenmascarar a los victimarios, afortunadamente sin caer plenamente en la justicia a cualquier precio del título.
Derivativa desde la primera hasta la última imagen que aparece en pantalla, aunque decenas de efectos de posproducción intenten darle un look aggiornado, las escenas de Justicia a cualquier precio se suceden previsiblemente hasta su desenlace último, en el cual se deduce, entre otras cosas, que Nietzsche no tenía razón. Si el film de Lau roza y se frota a gusto con el ridículo es, paradójicamente, la seriedad que lo recubre la que termina por arruinar cualquier atisbo de interés. Quizás un film más descerebrado y menos solemne, condimentado con una pizca de irreverencia, hubiera logrado que el debut de Andrew Lau en las ligas del cine norteamericano se disfrutara con el placer que evidencian los villanos de la película, en lugar de sufrirse con la frigidez constreñida de los agentes.
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