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Malick también evoluciona, pero no revoluciona

Por Manu Yáñez Murillo, desde Venecia
En su camino hacia la abstracción y la experimentación extrema, el director de El árbol de la vida construye en To the Wonder una película fallida, por momentos demasiado cerca del bochorno.

Publicada el 30/11/-0001

Un fin de semana apasionante; dos grandes autores norteamericanos dispuestos a doblar la apuesta con su genio incorruptible; dos película alejadas de todo cálculo o contención. Sábado y domingo; Paul Thomas Anderson y Terrence Malick; la notable The Master y la fallida To the Wonder. Un fin de semana que este cronista tardará mucho tiempo en olvidar.

To the Wonder empieza con unas estampas románticas filmadas con una cámara digital de baja resolución. Malick reconvertido, puntualmente, en Jonas Mekas y filmando souvenirs de los paseos en tren y por París de la pareja que forman la rusa Olga Kurylenko y el norteamericano Ben Affleck. Sería tentador, dada la naturaleza un tanto catastrófica del film de Malick, relacionar el arranque de To the Wonder con la películas turísticas de Woody Allen, pero el razonamiento sería erróneo. La realidad es que, por primera vez en su carrera, Malick dirige una película sin un sólido contexto histórico, geográfico y social. En su camino (imparable) hacia un cine abstracto, sustentado en un lirismo cada vez más ensimismado, Malick sitúa su nuevo film en escenarios contemporáneos, pero los signos históricos son confusos, algo especialmente palpable en el personaje de la etérea Rachel McAdams (la presencia más estimulante de la película): una mujer de sentimientos volátiles que susurra a los caballos y, en ocasiones, viste con ropajes que parecen sacados de un armario de los años '50.

Si El árbol de la vida era una película que comprendía y relacionaba todos los tiempos -del nacimiento de nuestra galaxia hasta el fin de nuestro planeta-, To the Wonder es una película fuera del tiempo. Sus protagonistas parecen ángeles (o alienígenas) que se pasean por la Tierra ensayando un ballet de interrogantes y (des)afectos. El empeño de Malick por radicalizar, aún más si cabe, los postulados de su cine no tiene parangón. Si la trayectoria del director de Badlands puede entenderse como el descubrimiento progresivo de la fuerza poética de los gestos hieráticos y las voces espirituales, To the Wonder significaría la muerte definitiva de todo clasicismo, o el triunfo final de los cuerpos por encima de los diálogos. A muchos les sorprendió que en El árbol de la vida la primera escena dialogada “tradicionalmente” tardara unos 45 minutos en acontecer. Pues abróchense los cinturones porque en To the Wonder no hay prácticamente ninguna escena de ese tipo.

Las ráfagas de planos breves y móviles se imponen como el (reduccionista) vocabulario visual de Malick. Es la apoteosis del cine fluvial, de las cámaras flotantes ¿Y qué decir del trabajo de los actores? Si les inquietó el desconcierto mudo de Sean Penn en El árbol de la vida, probablemente alucinarán con el personaje de Ben Affleck, que se pasea por To the Wonder como una alma en pena -heredera de los ángeles de Wenders o los hombres de Antonioni- sin que su voz se escuche en el sonido directo de ninguna escena (Jaime Pena, al que le maravilla la película -la vio dos veces-, afirma que el único momento en el que se ve hablar a Affleck es una escena que comparte con la hija del personaje de Kurylenko). Así, la voz del actor sólo aparece en el off del film, donde los personajes recitan sus dudas existenciales. En resumen, To the Wonder podría verse como la película en la que Malick consolida su concepción del actor como mera “presencia corporal”: al margen de toda “interpretación” -en el sentido tradicional del término-, Affleck, McAdams y sobre todo Kurylenko se convierten en bailarines, contenedores emocionales, actores de perfomance (en la línea del trabajo que va de John Cassavetes a Abel Ferrara y que culmina en Claire Denis y Philippe Grandrieux).

Así, provistos únicamente de su cuerpo, Affleck se transforma en una roca fosilizada, McAdams en un espíritu escurridizo y Kurylenko en una saltarina centelleante. En el mejor plano de la película, la actriz rusa baila grácilmente por los pasillos de un supermercado; una imagen que evoca el tema central de El árbol de la vida, que vuelve a ser el de To the Wonder: la dicotomía entre la existencia terrenal y la espiritual, el camino de la gracia y el de la naturaleza. Una cuestión que, con la muerte en un segundo plano, se dirime en el vaivén emocional de los protagonistas, que se entregan a amores y pasiones que vienen y van, que queman, abrasan y se consumen sin control posible. Así, el cine de Malick posiciona la filosofía en el subtexto y se arrima a los postulados sentimentales de Philippe Garrel o Wong Kar-wai.

El resultado de esta operación resulta un fracaso, demostrando que el cine de Malick necesita la reflexión para llegar a la emoción: en su intento por acceder directamente a lo segundo, su discurso se banaliza. Las voces en off de To the Wonder son un despropósito que roza el bochorno. Mientras recibe la subida de la marea a los pies del Mont Saint-Michel, Kurylenko recita en off: “Love makes us one… two… one”. Pronunciadas sobre imágenes que no pueden ocultar su vacuidad, estas palabras suenan como salidas de una película de Isabel Coixet. Los problemas se evidencian dramáticamente en los recitados de Javier Bardem en castellano -To the Wonder es una auténtica Torre de Babel: Kurylenko habla en francés y ruso, Romina Mondillo en italiano-. Como el Padre Quintana, un cura que está pasando por una crisis de fe, Bardem recita sus líneas de forma monótona, desangelada: “¿Serás como un arroyo que se seca?”; “Mi alma tiene sed de ti… extenuada”; y mi preferida: “El amor que nos ama”. En una película de personajes que no consiguen estar en paz con sus sentimientos y sus dilemas morales (Kurylenko entra en una espiral de culpa cuando se deja seducir por la infidelidad), Malick, a través del personaje de Bardem, termina ofreciendo un sermón cristiano militante.

Como fanático de las cuatro primeras películas de Terrence Malick, escribir este texto me resulta particularmente incómodo. Intento comprender qué dejó de funcionar en su cine, y pienso que, en el camino hacia la abstracción más radical, Malick perdió de vista que sigue siendo un cineasta narrativo. En To the Wonder, el director de La delgada línea roja juega a ser un cineasta puramente experimental -ya lo hacía en numerosos fragmentos de El árbol de la vida- y confía en que la belleza de las imágenes y el poder de sugestión de su poética pueda resolver su misión artística. Malick es el cineasta que, hoy en día, exige más del espectador: una entrega emocional absoluta y constante durante todo el metraje. Ya no nos brinda reflexiones históricas, retratos sociales -aunque en To the Wonder hay algunos planos desconcertantes de gente muy pobre a la que visita el Padre Quintana- o relatos vertebrados. Y, sin embargo, sigue queriendo contarnos historias: en To the Wonder hay crisis de pareja, un hombre preocupado por el medioambiente, un cura que se cuestiona su vocación… Pero la reflexión y la emoción están en otra parte: en las maravillosas películas anteriores de Malick, uno de los cineastas más importantes de la historia del cine norteamericano.


Video con la conferencia de prensa y el photocall del equipo del film:




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COMENTARIOS

  • 4/09/2012 16:21

    Excelente análisis, realmente. Hace rato que no leo una (mala) crítica hecha con tanto amor, al cine y a Malick.

  • 4/09/2012 15:51

    <p>UUUYYYYY!!!!!!!!!!!! &iquest;Tan mala e?s As&iacute; ser&aacute; imposible que alg&uacute;n distribuidor argentino la traiga. Mar del Plata o BAFICI la presentar&aacute;n Yo creo que a un director como Malick -a&uacute;n en su peor pel&iacute;cula- hay que programarlo y hay que verlo en cine, no en streaming TV.</p>

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