Críticas
Seduciendo a un extraño, de James Foley
Bajos instintos cibernéticos
Halle Berry intenta imitar a Sharon Stone, pero ahora a través del chat o las manipulaciones tecnológicas y con Bruce Willis como víctima (¿o victimario?). El resultado es un thriller decepcionante.
Tras varios desatinos como Gatúbela o Gothika: en compañía del miedo, Berry optó ahora por aportar su poder de seducción en un thriller sobre perversiones sexuales, manipulaciones políticas y mediáticas, y abusos de poderosos empresarios que tiene como "gancho" el uso de las nuevas tecnologías con el chat como principal elemento narrativo.
El irregular James Foley, que dirigió algunos dignos trabajos como En la mira o El precio de la ambición, se limita aquí a complacer a guionistas y productores con un típico engendro plagado de twist-plots, vueltas de tuerca que, en vez de sorprender, confunden, irritan o directamente generan una risa involuntaria. De hecho, se sabe que el realizador rodó tres finales diferentes con los distintos personajes centrales como asesinos. Todo vale, todo sirve, mientras los testeos de público den positivo.
Berry es Rowena, una cotizada periodista neoyorquina que, en la primera secuencia del film, concreta una investigación que demuestra que un senador republicano bien discriminador es, en realidad, un gay reprimido. Sin embargo, las presiones del poder hacen que su diario decida no publicar la noticia. Ella renuncia, pero al poco tiempo una conocida aparece asesinada de manera brutal y la protagonista vuelve nuevamente al ruedo con la ayuda de su asistente (Giovanni Ribisi), un nerd especializado en trucos informáticos.
Todos los caminos parecen conducir al gran magnate de la publicidad de Manhattan (Bruce Willis), un mujeriego irascible que no tarda en obsesionarse con los encantos de Rowena. A partir de ese planteo inicial (previsible, pero dignamente presentado), todo se derrumba. Lo que sigue es una catarata de lugares comunes, de trampitas cancheras que intentan (en vano) disimular las torpezas de guión y de narración. El grado de absurdo e inverosimilitud alcanzan niveles insólitos, como cuando el multimillonario permite que un desconocido -al que no llamó- ingrese a su oficina a revisarle la computadora personal donde tiene todos sus secretos íntimos atesorados.
Bruce Willis -a quien pronto veremos en la cuarta entrega de Duro de matar- está lejos de sus mejores trabajos con un papel dominado por los clisés del publicista desalmado. Ni siquiera Manhattan (es la primera película rodada en la zona del Ground Zero después de los atentados) aporta su habitual fisonomía que tan bien luce en el terreno cinematográfico. Nada ni nadie parece haber podido inspirar a un remedo de cyberthrillers como Hackers y del poder manipulatorio de la seducción femenina como en la primera Bajos instintos. Sharon Stone, volvé. Estás perdonada.
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