Balance 09: Grandes películas vs. películas grandes

Pedro Almodóvar, Matteo Garrone, Arnaud Desplechin, Raya Martin, Werner Herzog, Harmony Korine, Corneliu Porumboiu, Hong Sang-soo, Wes Anderson, James Gray... Diez directores que dignificaron el año cinematográfico que concluye.

Aunque sé que es sólo una especulación intelectual -porque el gigantismo parece ser la medida uniforme de una amplia porción del cine internacional- me gusta pensar que un buen año de cine se concreta cuando hubo más “grandes películas” que “películas grandes”.

Pienso en la idea de “grandes películas”, obviamente distanciándome de todo lo que confusamente viene asociado a esa idea: espectáculo, entretenimiento, extensión, tramas con trescientos personajes, mil decorados y cincuenta géneros comprimidos. Cuando digo “grandes películas” me refiero a aquellas que son capaces de pensar algo sobre el cine sin ser sólo cine, que es lo que hace a Los abrazos rotos una película mucho más interesante que Bastardos sin gloria, por ejemplo.

Cuando vemos al director ciego volver sobre la película que le arruinó el productor, decidido a volver a editarla en su propia casa, solo, para sí mismo, como un artesano o un luthier, por la felicidad de ver su obra como él la pensó, Almodóvar no piensa que el cine sea sólo hacer una película, mientras Tarantino cumple con lo que se espera de él, haciéndose el gracioso con sus chistes sobre el asesinato de Hitler y el cine… Dicho de otro modo: para Almodóvar, el cine es un medio y para Tarantino, un fin en sí mismo.

La confusión entre “grandes películas” y “películas grandes” es la que ha motivado enormes malentendidos como el que ocurrió con La cinta blanca / The White Ribbon, de Michael Haneke. La indudable densidad de Haneke, el refinamiento con que despliega las líneas dramáticas y el tejido de tela de araña que inventa para articularlas, son notables. Pero también es notable la precisión del cálculo. Es curioso que el punto en cuestión sea justamente la precisión del cálculo porque es un rasgo inherente al “estilo Haneke”, en la medida en que parte del impacto de su cine se sostuvo siempre en su justeza para aplicar los golpes de efecto más contundentes en los momentos más apropiados. Lo que ocurre con su última película, en realidad, paradójicamente, es lo contrario: con el objetivo de confortar a públicos y jurados frecuentemente reactivos a sus impactos, las situaciones de La cinta blanca se detienen justo en los momentos en que en películas anteriores el tono enloquecía y se volvía desmesurado, incontrolable y visceral. Así, la precisión del cálculo tiene un sentido, un objetivo y sentido opuesto en esta película en la que Haneke fusiona al Bergman de El huevo de la serpiente con el Carpenter de Village of the Damned.

Pero también me refiero a “películas grandes” por su ambición alegórica, como fue el caso de Between Two Worlds, de Vimukthi Jayasundara, donde parece estar encerrado un presunto misterio o una idea trascendente que si la ponemos en palabras resulta de lo más pedestre y esquemática, y donde se termina hablando de la fotografía y de los planos, entendidos aisladamente, como si cada uno de ellos tuviera un valor en sí mismo. Es interesante que Between Two Worlds empiece con un hombre cayendo al agua y dé paso a un enigma, y que también empiece con un hombre cayendo al agua la que para mí fue una de las sorpresas mayores y de las mejores películas del año: Los amantes/Two Lovers, de James Gray

Me tienta decir que Los amantes fue la mejor, pero me vienen algunos otros estrenos del año, como Gomorra, de Mateo Garrone, o El primer día del resto de nuestra vida, de Arnaud Desplechin, u otras “grandes películas” que vi este año, como Police, Adjective, de Corneliu Porumboiu, Independencia, de Raya Martin, Bad Lieutentat: Port of Call New Orleans / Un maldito policía en Nueva Orleans, de Werner Herzog, Trash Humpers, de Harmony Korine, Like You Know it All, de Hong sang-soo, o Fantastic Mr. Fox, de Wes Anderson, y me detengo.

Inexplicablemente rebautizada en Argentina como Los amantes, en una traducción que elimina toda la elusiva ambigüedad que sugería el título original, desplegando varias direcciones de sentido al mismo tiempo respecto de cuáles eran esos “dos amantes”, la película de James Gray recupera una dimensión del cine que parece perdida, extinta. El modo en que Gray construye las relaciones entre los protagonistas y sus familias, y entre ellos y los espacios propios y ajenos, el fuera de campo pleno de informaciones escamoteadas, la marcación de los actores -especialmente: el lugar de las miradas en las escenas decisivas de la película-, la fluidez de los giros dramáticos, la exactitud para definir en una línea de diálogo todo un background -como en el encuentro previo al final entre el hijo y la madre-, todo aquello que queda suspendido e incierto al terminar la película -la adopción del protagonista, la certidumbre de si el amante de Michelle abandonó o no a su esposa, la pregunta acerca de si el epílogo es decepcionante o una chance para Leonard-, hacen de Gray uno de los cineastas más singulares del contexto actual. En el horizonte de Two Lovers sobrevuelan cientos de películas y, al mismo tiempo, no se parece a ninguna de ellas, justo lo contrario de lo que ocurre con las de Tarantino, siempre inferiores y derivativas de sus modelos.

Almodóvar, Garrone, Desplechin, Herzog, Porumboiu, Raya Martin, Korine, Hong Sang-soo, Wes Anderson, Gray. No estamos tan mal.