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Crítica de “Nunca fui a Disney”, película de Matilde Tute Vissani (Competencia Argentina) - #BAFICI2024
Esta artesanal ópera prima es un típico relato de iniciación construido con sensibilidad.
Nunca fui a Disney (Argentina/2024). Dirección: Matilde Tute Vissani. Elenco: Lucía Martínez Lag, Alejandra Borges, Alma Flores y Francisco Antelo. Guion: Matilde Tute Vissani y Agustina Márquez Merlin. Fotografía: Florencia Barbati. Edición: Sebastián Zanzottera y Pat Pérez. Dirección de arte: Magdalena Márquez. Sonido: Marlene Vinocur y Martín Galimani. Música: Nicolás García Médici. Duración: 74 minutos. En Competencia Argentina.
Nunca fui a Disney se suma a la larga lista de óperas primas femeninas que apuestan por el coming of age, ese período en la vida en el que se dejar de ser niña para convertirse en adolescente e iniciar un camino ya más adulto. Lucía (Lucía Martínez Lag) tiene un look más infantil de lo que indica el calendario: 11 años. En un principio, la vemos con Amanda (Alma Flores) y las Barbie, pero apenas aparece en esa zona de San Bernardo Juan (Francisco Antelo), un atractivo chico algo mayor, entendemos que sus prioridades ya van bastante más allá de jugar con amigas a las muñecas.
Con una puesta en escena sencilla y una producción bastante artesanal, Matilde Tute Vissani nos lleva de viaje a distintos estados y rituales del universo preadolescente: fútbol mixto en la playa, incursiones en los típicos locales de juegos electrónicos de la Costa, primera menstruación, duelo de eructos, enseñanzas por parte de los más grandes y desengaños amorosos que se viven sin red. Y lo hace, más allá de las limitaciones, con austeridad, encanto, sutileza y naturalidad.
La obsesión de Lucía por espiar o estar cerca de Juan contrasta con las crecientes tensiones y distancias que se evidencian con su madre (Alejandra Borges) que, por algunas llamadas que escuchamos a medias, se está separando de su marido (la protagonista siente esa ausencia y manifiesta que extraña a su padre) y además tiene ganas de experimentar con otro tipo de relaciones.
Cuando esos chispazos entre madre e hija hacen pensar en un inminente estallido (Lucía se muestra cada vez más rebelde), la directora nos regala una hermosa escena de baile de las chicas bajo un diluvio a la que pronto se sumará la mamá. Una suerte de epifanía, una liberación.
Aunque en cierto sentido Nunca fui a Disney transite senderos ya bastante recorridos por otras cineastas, Matilde Tute Vissani trasciende fórmulas y lugares comunes a fuerza de carisma (Martínez Lag evidentemente lo tiene) y sensibilidad. La experiencia, por lo tanto, es siempre bella y en varios pasajes, cautivante y encantadora.
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