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Festival de San Sebastián 2025: crítica de “Le cri des gardes” (“The Fence”), película de Claire Denis con Isaach de Bankolé y Matt Dillon (Competencia Oficial)
La talentosa directora francesa de films como Bella tarea, 35 rhums, Un bello sol interior y High Life regresó a la muestra vasca con su más reciente largometraje, basado en una obra de Bernard-Marie Koltès, que hace pocos días tuvo su estreno mundial en el Festival de Toronto.
Le cri des gardes (The Fence, Francia/2025). Dirección: Claire Denis. Elenco: Isaach de Bankolé, Matt Dillon, Mia McKenna-Bruce y Tom Blyth. Guion: Claire Denis, Andrew Litvack y Suzanne Lindon, basado en la obra Combat de Nègre et de Chiens, de Bernard-Marie Koltès. Fotografía: Eric Gautier. Edición: Guy Lecorne y Sandie Bompar. Música: Tindersticks. Sonido: Jean-Paul Mugel. Duración: 109 minutos. Estreno mundial en Competencia Oficial.
En 1978 Bernard-Marie Koltès estrenaba en Nanterre su segunda obra como dramaturgo profesional: Combate de negro y de perros / Combat de Nègre et de Chiens / Battle of the Black and the Dogs. Aquella pieza partía de una premisa, la de un hombre africano que se planta en la puerta de una constructora europea instalada en su región para exigir que le entreguen el cuerpo de su hermano muerto. Claire Denis recupera ahora aquel texto para trasladarlo al cine. Junto a Denis, los guionistas son Andrew Litvack y Suzanne Lindon, hija de Vincent Lindon, con quien Denis había trabajado en Los canallas / Les salauds. En aquella ocasión Denis tomaba de referencia Santuario / Sanctuary, aunque la novela de William Faulkner quedaba completamente diluida y solo se evidenciaba con el plano que cierra la película. Algo similar sucedía con Un bello sol interior / Un beau soleil intérieur y su relación con los textos de Roland Barthes, o con Bella tarea / Beau travail y Billy Budd.
En Le cri de gardes la palabra deviene fundamento, como ya sucedía en el texto de Koltès. Las frases corresponden sobre todo a Horn (Matt Dillon), el capataz de la obra, que intenta convencer al hombre para que se vaya, y al determinado Alboury (Isaach de Bankolé), que no cesa de repetir que de ahí no se irá sin el cadáver. Mientras los dos hombres intercambian palabras de un lado al otro de la valla que rodea la constructora, el ingeniero Cal acaba de llegar con la esposa de Horn, Leonie, a quien atosiga a la vez que anhela. La violencia de Cal se evidencia antes que nada con Leonie: en un plano pegado al cuerpo de ella, Denis filma cómo él intenta bruscamente desatascar su cinturón de seguridad, rozándole los pechos. La violencia ya está ahí, pero sobre todo está en el fuera de campo, en lo que sucedió a aquel obrero cuyo cuerpo Alboury quiere recuperar.
Aunque buena parte de Le cri des gardes se sitúa en el único espacio de la constructora, Denis desplaza el texto a una materialidad cinematográfica, del paisaje y de los cuerpos, muy propia de su filmografía. La película de hecho comienza con un plano sobre la tierra rojiza del paisaje de la África occidental, con el gesto tenso de Cal al volante (un Tom Blyth que encaja en la fisicidad masculina que suele retratar Denis), y finalmente con los cuerpos de dos hombres, Alboury y su hermano, tendidos en lo que parece un sueño en torno a un perro que entre medio de la oscuridad se aparece como una terrorífica encarnación entre lo real y lo digital. Le cri des gardes comienza así de manera fragmentaria, insinuando su misterio. Incluso, los tiempos parecen no corresponderse: mientras Horn y Alboury discuten de noche, Cal y Leonie van en coche en pleno día. A medio metraje los personajes se encuentran en esa suerte de no lugar rodeado por una alambrada, donde los guardas cantan desde sus torres y los focos iluminan la noche. No es fácil dar luz a la nocturnidad, pero Denis lo hace dejando que la penumbra luzca, un poco a la manera de Mati Diop. De la misma manera, las escenas diurnas resultan tremendamente luminosas.
En ese no lugar, de noche, se va desplegando un discurso en el que la cuestión de clase y de raza está mediada por las estructuras geopolíticas, por las nuevas formas de colonialismo de la economía neoliberal. “Un obrero ha muerto”, dice al comienzo Alboury, a lo que Horn responde que “los obreros mueren”. Así, Claire Denis dispone un relato en el que la dignidad de Alboury deviene un gesto político.
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