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Crítica de “Jesús”, de Fernando Guzzoni (Competencia Oficial)
El director de Carne de perro presentó en en la lucha por la Concha de Oro su nuevo film, basado libremente en un caso que impactó a Chile: la brutal golpiza a un adolescente gay. Guzzoni cuenta la historia desde el punto de vista de uno de los victimarios en lo que termina siendo una crítica brutal y demoledora del machismo imperante en ese país.
Curiosamente, en el mismo año, el cine chileno hizo dos películas basadas en el mismo caso: el de la golpiza proporcionada por un grupo de jóvenes a Daniel Zamudio, un adolescente gay. La primera fue Nunca vas a estar solo, de Alex Andwandter, que ponía el eje y el punto de vista en la víctima. En Jesús, en cambio, Guzzoni se centra en uno de los victimarios. Sin embargo, y pese a sus grandes diferencias estilísticas, las películas tienen un núcleo común: ambas ponen el acento en la relación de los protagonistas con sus respectivos padres.
En el caso de Jesús, lo que se cuenta es la vida de un adolescente que, como le dice su violento y agresivo padre, no hace nada, no trabaja ni estudia. El chico sale con amigos a beber, ensaya coreografías en una banda de K-Pop y pasa su tiempo mirando videos en internet, muchos de ellos bastante violentos. Confundido sexualmente, se junta de todos modos con una bandita un tanto pesada con la que sale varias noches a vagar por ahí, a ver bandas y, principalmente, a emborracharse.
Durante su primera parte, el director de Carne de perro narrará con una cercanía casi de documental (la cámara de la uruguaya Bárbara Alvarez, está siempre encima de la acción) la vida cotidiana de Jesús con sus amigos y, en especial, la siempre tensa relación con su padre, con quien convive (su madre murió) y con el que no se lleva del todo bien, especialmente por el desagrado que a su padre –hombre recio de modales más que brutales– le causa casi todo lo que su hijo es y hace (o no hace).
Una de esas noches en la que el alcohol no deja ver nada ni a nadie, Jesús y su grupo de coocidos encuentran tirado y alcoholizado en un parque a un chico. En plan “bardo” lo empiezan a molestar, a empujar, tratan de despertarlo y llevarlo, pero no hay forma. La situación se va enrareciendo y terminan golpéandolo de manera tan bestial que termina en coma. El resto del film estará dedicado a seguir qué es lo que hace Jesús después del hecho: lo que le pasa internamente, los conflictos que se produce con los otros atacantes y, de vuelta, cómo reacciona su padre al enterarse de que su hijo está implicado en este caso que tomó para entonces alcance mediático nacional.
Guzzoni narra con una demoledora seguridad. Si bien durante buena parte de la película –toda la primera parte– poco y nada parece pasar, la cámara nos mete de lleno en la vida diaria del protagonista, con su obsesión por las coreografías del pop coreano pero, a la vez, juntándose con amigos un tanto más violentos que los que lo acompañan en esa actividad. Esa mezcla de mundos –sumado a su machista padre– le hace vivir de manera más que incómoda los deseos sexuales que empieza a tener por uno de sus amigos. Y uno podría tranquilamente interpretar –la película no lo subraya– que parte de su agresión a la víctima se sostiene en esta confusión, miedo y hasta vergüenza.
El realizador pinta este universo oscuro con una brutalidad e intensidad inusuales. Las coreografías parecen suceder en vivo en la sala de cine (el fenómeno del K-Pop es tan extraño como fascinante) lo mismo las dos escenas sexuales del protagonista, con una chica primero y su amigo después. Donde, en mi opinión, se pasa de la raya es en la golpiza. Si bien es cierto que lo que se busca es dejar en claro lo cruento de la agresión –Jesús es llevado por las circunstancias y el alcohol, es cierto, pero es claro y voluntario partícipe en los hechos–, la cercanía de la cámara a los horribles hechos bordea la morbosidad y, más que incómoda, es desagradable e innecesaria. Es una escena en la que debería haberse pensado más utilizar el fuera de campo.
La negrura de Jesús va más allá de la golpiza. Es un retrato de una herencia violenta y machista que pasa de padres a hijos y que no parece tener solución. Con sobresalientes actuaciones de todos los protagonistas, la segunda película de Guzzoni es un claro avance en muchos aspectos respecto a la primera, aunque su negrísima mirada sobre la realidad de su país no deja ni siquiera un mínimo resquicio para la esperanza. Ese Mal que aqueja a Jesús hace pensar que su padre no es (metafóricamente hablando) quien todos suponen que es, sino el que juega para el otro equipo…
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