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Crítica de “Thirst Street”, de Nathan Silver
Tras su paso por festivales como los de Tribeca, Venecia, Sitges y Viena, se presenta en la sección Panorama – Autores este thriller psicológico con ecos del cine de Fassbinder y De Palma.
El prolífico director de Exit Elena (2012), Soft in the Head (2013), Uncertain Terms (2014), Stinking Heaven (2015) y Actor Martinez (2016) se fue a París -donde vivió en dos etapas distintas- para rodar allí una película que se desmarca bastante de cierto minimalismo que venía imperando en su filmografía.
La protagonista es Gina (la deslumbrante Lindsay Burdge), una azafata de 36 años que, en una de sus tantas escalas, mantiene un encuentro sexual con el cuarentón Jerôme (Damien Bonnard, visto en Rester vertical). Lo que en principio parece ser una relación casual para ella se convierte en una obsesión. Abandona todo, se instala en París muy cerca del departamento de él y empieza a visitarlo, a acosarlo. Hasta consigue un trabajo como camarera en el mismo night club donde él se desempeña como barman y que regentea un ser despreciable interpretado por el gran Jacques Nolot.
Con una narración en off fría, monocorde y quirúrgica a cargo de Anjelica Huston, diálogos donde fluye la improvisación y un look gentileza del director de fotografía Sean Price Williams con imágenes distorsionadas que remite al cine de los años '70 y '80 (piensen en reminiscencias de Rainer Werner Fassbinder, Dario Argento y Brian De Palma), Silver construye un thriller voyeurista, tragicómico y delicioso en su deformidad y perversión, que recupera por momentos la negrura y la incorrección política de la perturbadora Elle: abuso y seducción, de Paul Verhoeven.
Además del dúo protagónico y de Nolot, se luce Esther Garrel como Sophie, una cantante punk y (ex) pareja de Jerôme. La presencia de la nieta de Maurice Garrel, hija de Philippe Garrel y hermana de Louis Garrel no parece casual. Thirst Street comparte algo de los amores obsesivos y enfermizos de los Garrel con París como telón de fondo.
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