Críticas
Estreno en cines
Crítica de “Amo a mi papá” (“I Love My Dad”), película de James Morosini
El director de Threesomething (2018) sigue apostando por la vertiente más incómoda y deforme de la comedia.
Amo a mi papá (I Love My Dad, Estados Unidos/2022). Dirección y guion: James Morosini. Elenco: Patton Oswalt, James Morosini, Claudia Sulewski, Lil Rel Howery, Rachel Dratch, Amy Landecker y Ricky Velez. Música: Jeremy Bullock. Fotografía: Steven Capitano Calitri. Duración: 96 minutos. Distribuidora: Impacto Cine. Calificación: Solo apta para mayores de 16 años. Salas (primera semana): 10 (Cinépolis Recoleta, Patio Bullrich, Cinema Devoto, Cine Arte Cocodelphia, Atlas Caballito, Showcase Haedo, Showcase Norte, Cines del Centro de Rosario, Visual de Bahía Blanca y América de Santa Fe).
Las relaciones entre padres e hijos son uno de los tópicos más frecuentados por películas de todas las épocas y de todos los géneros. Pero pocas las abordan a partir de una premisa tan incómoda, casi perversa, como Amo a mi papá: borrado de las redes sociales por un hijo dispuesto a todo con tal de cortar el lazo paterno, el hombre no tiene mejor idea que hacerse pasar por una chica para, a través de charlas digitales, saber qué es de su vida. Cuando el chico se enamore del álter ego digital del padre, el asunto se desplazará hacia carriles un tanto más oscuros.
Estrenada en la edición 2022 del Festival South by Southwest (SXSW), la película dirigida, guionada y protagonizada por James Morosini, quien utilizó sus recuerdos familiares como pilares centrales del relato, comienza con varias llamadas telefónicas del padre avisándole al hijo que no irá a su cumpleaños, ni a su fiesta, ni mucho menos a compartir una cena. Lo de Chuck (Patton Oswalt) es un abandono constante que condimenta con malicia, un combo que dejó una huella tan profunda en Franklin (Morosini), que terminó con un tratamiento psicológico para superar el fantasma paterno.
La única manera que Chuck tenía de saber en qué andaba Franklin era viendo sus posteos en redes sociales. Al borrarlo de todas ellas, y ante el “consejo” de un amigo, decide replicar el perfil de una joven camarera para, haciéndose pasar por ella, tener charlas diarias con él. Mensajito va, mensajito viene, el bueno e inseguro Franklin termina enganchado con esa mujer que, en realidad, no existe –o sí, pero no tiene idea de nada- y a la que inevitablemente querrá conocer.
Durante su primera mitad, Amo a mi papá se erige como una comedia de enredos un tanto enfermiza, pues Chuck está lejos de ser buena persona y hay una evidente manipulación emocional hacia su hijo. El menú incluye un humor entre negro e incómodo, fruto de los chats eróticos entre padre e hijo que Morosini ilustra recreando lo que imagina cada uno: si Franklin siente que besa a la chica, Chuck, en cambio, siente los labios de su hijo. Una comedia incestuosa.
Pero la película baja varios cambios en su último tercio, cuando comienza el acercamiento entre padre e hijo con la excusa de un viaje para conocer a la señorita. Un viaje con intenciones de reconexión que, sin embargo, pone contra las cuerdas a Chuck. Y a Morosini también, pues la encerrona lo obliga a correrse del tono más demencial para abrazar uno en el que los pases de factura adquieren el gusto de la venganza.

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