Crítica de “Locust”, película de KEFF (Semana de la Crítica) - #Cannes2024

Valiosa ópera prima del director taiwanés-estadounidense conocido como KEFF.

Locust (Taiwán-Francia-Estados Unidos/2024). Dirección y guion: KEFF. Elenco: Liu Wei Chen, Rimong Ihwar, Devin Pan, An-Shun Yu, Yi Jung Wu y Nien-Hsien. Fotografía: Nadim Carlsen. Edición: KEFF, Siuloku O. y Jenson Tay Yi. Música: Yoshihiro Hanno. Duración: 135 minutos. En la sección Semana de la Crítica (Competencia Oficial).

El 2019 fue un año agitado en Hong Kong. Durante varios meses hubo protestas sociales, cada cual más multitudinaria y violenta que la anterior, contra una ley de extradición que, según los manifestantes, significaba una mayor incidencia de Pekín en el entramado político local. También reclamaban por reformas democráticas. Fueron tiempos de incertidumbre y represión, de una crisis sociopolítica poco habitual en una región del mundo con poco espacio para disidencias.

Ese es el telón de fondo de la acción de Locust, debut en el largometraje del realizador taiwanés-americano apodado KEFF. Su protagonista se llama Zhong-Han, es mudo y trabaja en un pequeño local gastronómico familiar. Eso es de día, porque de noche se une a una pandilla de enmascarados para, munidos con palos, pegarle a todo aquello que se interponga en sus caminos, desde el auto de un adinerado hasta una multitud de pasajeros que salen de un subte.

Las cosas tampoco marchan bien para los dueños del local. O, mejor dicho, quienes alquilan el espacio para su emprendimiento. La llegada de un nuevo dueño con ideas renovadoras de índole cosmopolitas pone contra las cuerdas el futuro de un lugar que todos definen como “comedero”.

Lo que vemos es el derrotero de Zhong-Han a lo largo de un periodo clave de su vida, aquel que puede empujarlo hacia nuevos destinos. Mientras observa cómo sus empleadores intentan evitar una rescisión de contrato, la aparición de un interés romántico, encarnada en la empleada del mini mercado donde habitualmente compra, significa la posibilidad de una conexión emocional que hasta ahora no tiene.

Locust pendula entre el fresco sociopolítico que tanto agrada a los paladares del festival francés –con las protestas, pero también con el avance del desarrollo inmobiliario– y el drama interno de un personaje por momentos inescrutable. Lo que pierde en el primer aspecto, cuando por momentos cae en el trazo grueso discursivo (ver si no al líder de la pandilla, que parece un villano de Marvel), lo gana en su segunda vertiente, esto es, cuando se deja envolver por la solapada frustración y la sensibilidad silente de Zhong-Han.

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