Especial cine europeo: críticas de “El Reino Animal”, de Thomas Cailley; y “Sin códigos”, de Thomas Arslan

La película de Thomas Cailley tuvo su estreno mundial en el Festival de Cannes 2023 y terminó ganando cinco premios César (los Oscar del cine francés), mientras que el más reciente film de Thomas Arslan tuvo su world première en la última Berlinale y pasó por el reciente Festival de Cine Alemán. Esta semana coinciden en la cartelera argentina con una decena de salas para cada una.

Tras el éxito de Les combattants (2014) y de su serie para Netflix Ad Vitam (2018), Thomas Cailley impactó en Cannes 2023 con un film que toma una premisa del cine fantástico (humanos que mutan hacia cuerpos de aniomales), pero se concentra sobre todo en una relación padre-hijo. Se exhibió en el marco del Festival de Cine Francés 2024 y ahora llega a 11 salas comerciales.

El reino animal (Le Règne animal, Francia/2023). Dirección. Thomas Cailley. Elenco: Romain Duris, Paul Kircher, Adèle Exarchopoulos y Tom Mercier. Guion: Thomas Cailley y Pauline Munier. Fotografía: David Cailley. Música: Andrea Laszlo De Simone. Edición: Lilian Corbeille. Distribuidora: Terrorífico Films. Duración: 128 minutos. Salas: Patio Bullrich, Multiplex Belgrano, Showcase Belgrano, Showcase Norte, Hoyts Abasto, Cinemark Palermo, Cinépolis Pilar, Cinépolis Recoleta, Showcase Córdoba, Showcase Rosario y Hoyts Rosario.

Desde su estreno mundial como película de apertura de la competencia oficial Un Certain Regard del último Festival de Cannes, el segundo largometraje del realizador de Les combattants no paró de generar polémicas ni de recibir reconocimientos. De hecho, en los prestigiosos premios Lumière Cailley le ganó en la categoría de Mejor Dirección a Justine Triet, mientras que El reino animal consiguió más nominaciones a los César (los Oscar franceses) que Anatomía de una caída (12 contra 11), aunque finalmente el film de Triet consiguió 6 estatuillas contra 5 del de Cailley.
 
¿Qué tiene El reino animal para generar tantas controversias por una lado pero también tanta celebración? En principio, una mixtura entre el drama familiar (una conflictiva relación padre-hijo), el coming of age (el verdadero protagonista es un adolescente que experimenta todo tipo de cambios emocionales y físicos) y el cine fantástico (personajes que van mutando de forma progresiva hasta adquirir la fisonomía y las habilidades de distintas especies animales). En ese sentido, Cailley combina desde un hombre pájaro que parece una respuesta a Birdman, de Alejandro González Iñárritu, hasta escabrosas transformaciones que lo conectan con el cine de la “nueva carne” de David Cronenberg, pasando por ciertos elementos sobrenaturales y existencialistas que lo emparientan con M. Night Shyamalan; y algo también de Julia Ducournau (Crudo/Grave/Raw, Titane).

Émile (Paul Kircher, la revelación de Invierno en París / Winter Boy / Le Lycéen, que también se proyecta en el Festival de Cine Francés) es un chico de 16 años que vive con su padre François (Romain Duris), mientras su madre está internada desde hace ya mucho tiempo por una infección que pronto descubriremos convierte a los humanos en criaturas híbridas, seres mutantes.

Padre e hijo se mudan a uno de esos pueblos dignos de las películas de Bruno Dumont y, mientras el adulto -chef de formación- empieza a trabajar como un todoterreno en un restaurante del lugar, Émile se suma a la secundaria, donde conectará rápidamente con la chica freak de la división, y comienza a percibir los primeros síntomas de extraños cambios en su cuerpo.

Hasta aquí el planteo general de una película siempre imprevisible que pendula no solo entre los (sub)géneros ya indicados, sino que se permite constantes cambios de registro, de tono, de climas, yendo de lo serio a lo cómico y viceversa con bastante naturalidad y con un despliegue visual muy creativo. Los problemas aparecen sobre todo en su parte final, cuando Cailley cede a la tentación de apelar a lo simbólico-alegórico-metafórico, aunque -por suerte- su película nunca cae del todo en el ridículo ni en la moraleja aleccionadora. DIEGO BATLLE




Catorce años después de In the Shadows, el director de Brothers and Sisters (1996), Dealer (1998), A Fine Day (2001), From Far Away (2005), Vacation (2007), Gold (2013) y Bright Nights (2017) presentó la segunda parte de una trliogía a la que todavía le queda una última entrega.

Sin códigos / Scorched Earth / Verbrannte Erde (Alemania/2024). Guion y dirección: Thomas Arslan. Elenco: Mišel Matičević, Marie Leuenberger, Alexander Fehling, Tim Seyfi y Bilge Bingül. Fotografía y edición: Reinaldo Pinto Almeida. Duración: 101 minutos. Salas: 10 (Cinépolis Recoleta, Cinépolis Pilar, Multiplex Belgrano, Atlas Patio Bullrich, Lorca, Cine Arte Cacodelphia, Showcase Belgrano, Showcase Norte, San Martín de La Plata y Del Centro de Rosario).

Quizá era una de las películas más esperadas de la Berlinale: una pieza situada en Panorama, una sección que en los últimos años ha quedado arrinconada en la programación, sin funciones de prensa, y ubicada normalmente lejos de Potsdamer Platz, lugar inhóspito pero centro neurálgico del festival.

El título es Sin códigos, y su director es Thomas Arslan. La premisa prometía: la película recuperaba al protagonista y el universo de la que, al menos según mi opinión, es la mejor obra de Arslan, In the Shadows / Im Schatten. En aquel film, Arslan seguía a Trojan, un ladrón del que apenas sabíamos nada, y del que en realidad nunca sabremos gran cosa. In the Shadows era una película sobre la acción, profundamente deudora (como el mismo Arslan me reconocó en su momento en una entrevista) del cine de Don Siegel. Como aquel, a Arslan no le interesaba aquí la construcción psicológica del personaje, sino su eficacia.

Como In the Shadows, Sin códigos es una película de acción, en el sentido de que los gestos, el movimiento, el nervio, rigen las imágenes. Arslan recupera a Trojan (Mišel Matičević). De nuevo, no sabemos qué ha sido de él en este tiempo, de dónde viene, qué ha hecho en los 12 años que han pasado desde la historia anterior. Apenas entendemos que ha vuelto a Berlín y que necesita dinero. Se pone así a trabajar de nuevo. Y de hecho es así como Arslan presenta a su personaje, irrumpiendo en una mansión de donde sustrae unos relojes de lujo. Como sucedía en In the Shadows, Arslan propone un viaje hacia una fatalidad que no está exenta de una cierta absurdidad. Ya desde el comienzo de la película, nada sale como debería: el negocio de los relojes se tuerce cuando el comprador quiere quedarse tanto con los objetos robados como con el dinero. Esta primera parte es solo una exposición, a pequeña escala, de lo que sucederá luego cuando Trojan acepte un golpe mayor, el robo de un cuadro para un avaricioso comprador.

Curiosamente, el cuadro que tiene que robar Trojan es La mujer en la ventana, una pintura de Caspar David Friedrich, adalid del romanticismo, y de la expresión de los sentimientos a través del paisaje. El protagonista de Sin códigos no dice nada, solo se expresa mediante su profesionalidad y parece exento de cualquier emotividad.

El retrato del mundo del crimen se presenta así lejos de la épica que rige habitualmente el género del thriller. Sin códigos es una película tensa, pero su vocación es anticlimática. Ni la escena del robo en el museo, ni los encuentros entre Trojan y su compañera con el esbirro del comprador que no quiere pagar suceden desde la pirotécnica. Sin códigos es un globo desinflado, y curiosamente en eso está su grandeza, en la manera que Arslan trabaja sobre la acción. Este gusto por la acción por encima de la emoción lleva a la película a un terreno sumamente plástico, el de las sombras, las luces en la noche, el movimiento, los gestos. VIOLETA KOVACSICS

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