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El teleobjetivo tembloroso en la era de la sospecha

Una ¿entrevista? de María Julia Oliván a Facundo Macarrón, acusado de matar a su madre Nora Dalmasso, en el programa La liga desnudó los procedimientos más arteros de la TV vernácula.
Publicada el 15/06/2007
Mientras se va desovillando y "actualizando" la trama de hechos, conjeturas, culpables, pesquisas, líneas de investigación y móviles del caso policial de la muerte de Nora Dalmasso, ocurrido en la localidad cordobesa de Río Cuarto, en noviembre pasado, el programa La liga (martes, 23 horas, Telefé) busca propiciar el goce por detallar pormenores incestuosos entre la víctima y su hijo Facundo Macarrón, acusado de un matricidio todavía no probado y que el programa -y la televisión en general- pretendía ilustrar con las fotos domésticas de madre e hijo.

Pero ese goce prometido tomó la forma de una decepción desde el inicio ya que esa re/develación no mostraba nada de lo que auguraba. La batería de soluciones de la siempre infértil imaginación televisiva alcanzó apenas para volver a presentar las mismas fotografías ya mostradas n veces de la mujer que apareció muerta en ese lugar de resonancias novelísticas llamado Villa Golf. Como sabemos, nuestra TV no se priva de nada, y así es que la estrechez alcanzó también para reconstruir el crimen con gráficos, expertos criminalistas que abundaron en salvajismos inauditos (como éste que recuerdo perfecto: "¡es imposible que haya penetrado a la madre porque el chico es homosexual!") o recurriendo a maniquíes sin ropa, en una sagaz aceptación de la sexualidad mediatizada y el supuesto erotismo que despertaría el puro latex.

De todos modos, la ilusión de mostrar lo que materialmente no podía ser mostrado se desvaneció y, cuando las ilusiones de la televisión se desvanecen, los productores suelen duplicar la apuesta y dar un paso más, con frecuencia al borde del precipicio… Así es que la promesa consistía ya no en decir que tenían imágenes de Facundo Macarrón sino en decir que tenían la palabra de Facundo Macarrón. Y lo que mostró La liga fue a Facundo Macarrón hablando con la periodista María Julia Oliván. Hasta aquí, un scoop periodístico: el programa tenía la palabra del imputado principal a la fecha, y después de que, como todo buen caso que se precie de serlo, fue cambiando de género y carátula, desde el crimen sexual al crimen político, pasando por la crónica de los ocultamientos de las clases acomodadas y sus consecuentes efectos públicos, cuando la marcha popular impidió que fuera acusado el pintor que había estado trabajando en la casa de los Macarrón. Pero ese botín que es toda primicia esta vez puso en evidencia dos cuestionables decisiones en el  modo de representación, que disparan interrogantes a discutir.

La primera de esas decisiones fue que toda la entrevista estuvo grabada a considerable distancia, con un teleobjetivo tembloroso que evidenciaba -inadvertidamente, como ocurre con todo inconciente que se sabe culpable- lo terrible, reprochable y artero del procedimiento. A pesar de que hace tiempo ejercita el periodismo televisivo, Oliván se presentó frente a Macarrón junior y le explicó que era periodista, sin aclarar para qué programa de TV trabajaba y sin que el entrevistado se lo pidiera. El diálogo fue muy fluído, y casi se diría que fue sorprendentemente fluído tratándose de dos desconocidos que acababan de conocerse y del tema áspero y privado del que se estaban ocupando: nada menos que de si había o no matado a su propia madre. Macarrón junior estuvo de espaldas todo el tiempo y no dudó nunca de la situación, ni imaginó que podía haber una cámara. Si hubiera existido consentimiento del entrevistado para que lo filmen, ¿por qué hacerlo casi entrando a un aula, los dos parados y como "de paso", a tantos metros de distancia, tomándolo de espaldas como si la cámara lo hubiera encontrado de casualidad?

La segunda cuestión se desprende de la primera, y es que al ser tomado de espaldas, nunca se puede ver el sincronismo entre la boca que habla y la persona que está hablando, volviéndose imposible comprobar no sólo si el que está hablando es Macarrón junior u otra persona con una apariencia física parecida y, más aún, si está contestando las preguntas en ese preciso momento o existe alguna clase de montaje entre imagen y sonido, a partir de una entrevista previa o realizada en otro lugar y contexto. No hay que olvidar que -como bien lo caracterizó Roman Gubern- el impacto de lo audiovisual sobre la vida cotidiana hizo que percibamos nuestro tiempo como la era de la sospecha.

El dispositivo deliberadamente imaginado para traicionar -al entrevistado, al televidente- supone una acusación previa de la televisión sobre el personaje, y supone también que en el caso se está jugando algo que es tan importante que sepa el televidente como para atraparlo hablando aunque no quiera. Las supuestas verdades que Macarrón junior tiene para decir, o que la periodista tendría por misión arrancarle, justifican tenderle una celada, engañarlo.

Por supuesto que no hay tal cosa sino, llana y lisamente, la mera y bastarda voluntad de entregarle al televidente a un personaje que -al menos en esta situación que detallamos- no puede defenderse y que tiene todo el derecho de saber que será grabado por la cámara de televisión, y cuyas verdades, en todo caso, dirá en los ámbitos que la sociedad dispone como pertinentes.

Si en el mundo contemporáneo la invasión de la privacidad hace sistema con la voluntaria confusión entre lo privado y lo público, no es menos cierto que el teleobjetivo tembloroso a través del cual la televisión busca intervenir sobre un proceso judicial en curso y, para peor, sin tomarse el trabajo de avisarle al implicado, lo que aquí hizo fue juzgarlo de antemano. No es (sólo) el rating quien le confiere esa energía fría y calculadora a la televisión, sino la arrogancia de creerse destinada a las grandes causas, a correr el velo de las grandes verdades que el tele-espectador jamás conocería sin ella. Qué bueno sería pensar que es cierto y que más pronto que tarde la televisión nos va a contar cómo se compone su capital societario, de qué manera acuerda con políticos y funcionarios sus pactos de agresión o silencio, cómo y quiénes deciden cambiar o mantener la programación y cuáles son los números de inversiones y subsidios. Pronto lo sabremos, porque la televisión siempre está (pre)ocupada en contarnos la verdad del país en que vivimos…

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