Festivales
Diario del festival 4 - La hora de los argentinos y un tour gastronómico por la ciudad
Las presentaciones de El hombre robado, el ambicioso debut en la dirección del joven Matías Piñeiro (foto), y de M, el controvertido documental político y autobiográfico dirigido por Nicolás Prividera, fueron dos de los hechos más destacados de un nuevo día de la edición 2007 de la Viennale. El resto de la jornada sirvió para degustar hasta la madrugada toda clase de manjares salados y dulces en varios restaurantes y bares de la bellísima e imponente capital austríaca.
Con M y su director, en cambio, la situación es más fluida. Prividera es un tipo de convicciones firmes, en general opuestas a las de Q (sobre todo en cuestiones cinematográficas), pero muy civilizado. En ocasión del Festival de Mar del Plata, el crítico y el cineasta sostuvieron una animada polémica en La Lectora Provisoria.
Después de algunos meses, y frente a una audiencia más distante del tema de la película (la investigación sobre Marta Sierra, desparecida durante la dictadura y madre del director), el balance es bastante favorable. Aunque la discusión en general sobre el cine sigue pendiente, Prividera ha hecho una contribución importante al cine político en la Argentina: su posición no es dogmática sino la de alguien que tiene muchas más preguntas que respuestas y la decisión de que el debate sobre el pasado y la memoria debe hacerse sin preconceptos, so pena de quedar atrapada en el dogmatismo y la manipulación. En el debate con el público, Prividera contó que la película enojó a la gente a la derecha y a la izquierda, lo cual constituye una buena señal: nadie quiere oír algo distinto de lo que cree que sabe, pero es muy importante que alguien lo diga, como este caso.
Un rato más tarde, frente a una sopa de zapallo en el café Prückel, F, Q y Prividera departían sobre las bondades de Viena. P venía de un largo tour de festivales que incluyó Yamagata y Varsovia. La película está haciendo un recorrido interesante y por la manera en que hablaba el director, Q se atrevía a contestarse mentalmente la pregunta que se hacía al final de la nota sobre Mar del Plata: Prividera va a seguir haciendo cine.
Matías Piñeiro también, no hay duda. Q tuvo la posibilidad de ver de nuevo El hombre robado (solo había visto en DVD una versión no terminada) y le pareció una película con méritos extraordinarios, que confirman que efectivamente está pasando algo nuevo en el cine argentino. Aunque en la Argentina les parece una broma, en Austria ya se dieron cuenta: ya hay dos tesis universitarias sobre A propósito de Buenos Aires, que se exhibió el año pasado junto con La prisionera, de Alejo Moguillansky, dos piezas del nuevo-nuevo cine argentino. En el diálogo con la audiencia, Q tuvo también la oportunidad de darse cuenta de otra cosa: que Piñeiro está medio loco, pero en un sentido muy favorable para el cine.
La película es de una ambición fabulosa: se propone nada menos que como una reintroducción a la cultura argentina que desecha todos los clisés populistas e introduce en la pantalla la plenitud del siglo XIX. Desde Sarmiento hasta Thays, la película está llena de referencias políticas, literarias y hasta botánicas detrás de una trama compleja y elusiva, llena de espejos, espejismos y resonancias. Devoto de Sarmiento, de Borges y de Macedonio Fernández pero también del placer cinematográfico, Piñeiro logra que una audiencia que nunca ha oído hablar de Mansilla ni de Larreta, que identifica a la Argentina con el tango, el fútbol, los gauchos y las tragedias políticas recientes se interese en un film cuya trama de comedia solo se va armando después de una hora de proyección. El secreto es, posiblemente, que las escenas se van hilvanando con enorme fluidez, con una particular musicalidad.
Para Q fue una experiencia más que interesante asistir a la primera presentación de El hombre robado en el exterior y comprobar que la película de distingue como un proyecto original, riguroso y de una sorprendente belleza. Su mayor problema es que nunca se amplió a 35mm, en parte por una muy desacertada decisión del comité de selección del BAFICI que prefirió darle dinero para ampliar a un film lamentable como El desierto negro, a un documental televisivo y deshonesto como Estrellas y a un ejercicio escolar como El asaltante en lugar de premiar a un verdadero film. Luego, en el festival, el premio fue para UPA, una propuesta de méritos muy inferiores a los de esta brillante opera prima. Pero no le echemos toda la culpa a los argentinos. Los programadores y los críticos internacionales se mostraron bastante perezosos frente a El hombre robado y sÓlo atinan a reconocer en ella un supuesto rohmerismo que es un rasgo bastante superficial del film. Pero el tiempo se encargará seguramente de poner las cosas en su lugar.
La noche fue encantadora. Nuestro querido amigo Christoph Huber nos llevó a comer a su restaurant favorito, Reinthaler, donde sirven las deliciosas milanesas vienesas de carne. Se trata de un restaurant tradicional que queda a la vuelta del Film Museum. Pero resulta que como llegamos a las 21.30 hs. ya no había más milanesas (la hora habitual de la cena es las 7 de la tarde). Pero no solo se habían quedado sin Wiener Schnitzel . También se había acabado nuestra sopa favorita, la Kürbiscremesuppe (sopa de zapallo con crema). Resignados, cambiamos los planes. F cenó una sopa con tiras de panqueques y Q un caldo extraño con dos yemas de huevo y, como plato principal, una carne con papas. A la hora de los postres, nos dijeron que la cocina estaba cerrada. En fin, nos rajaron porque la cocina cierra rigurosamente a las 10.30.
Pero el hambriento Q quería comer su postre, fuera donde fuera. Así que nos dirigimos al Café Mozart —a donde Christoph solo va una vez por año y con nosotros— a tomar schnaps con torta Sacher. Es un lugar estirado, adonde van los turistas o los habitués de la Opera. Pero a nosotros nos gusta. Es todo de terciopelo rojo, mucho dorado, es estilo Sissi. Q probó la torta Sacher y dijo que estaba vieja. Y dictaminó que la mejor Sacher torte es la del Hotel Sacher porque es la que tiene menos mermelada. F no está segura y además la probó y no estaba nada vieja, estaba riquísima. Pero es duro discutir con Q. De pronto, a las 12 de la noche, empezamos a sentir un extraño frío en el cuerpo. Lo que ocurría era que los mozos del Café Mozart, en lugar de decirnos que estaban cerrando, habían decidido abrir las puertas y congelarnos. Una medida un poco brutal… Como solo atinamos a ponernos los abrigos y no demostramos la menor intención de partir, nos apagaron la luz. Costumbres vienesas. A nadie se le ocurrió simplemente sugerirnos que nos fuéramos.
La conversación era muy agradable. Queríamos seguir charlando con Christoph. Y los tres estábamos muy relajados y contentos. Nadie se quería ir a dormir pese a que nos echaban de todas partes. Así que decidimos seguir la farra en el Kleines Café, un boliche encantador muy cerca de la iglesia de San Esteban que sabíamos que cerraba recién a las 2 de la mañana. Como su nombre lo indica el bar es minúsculo. Además es muy viejo y cálido. Y, para colmo, pasan una música extraordinaria. O al menos la que les gusta a F y Q. El año pasado tocaban a Johnny Cash. Este año le tocó a Leonard Cohen, que aunque no somos sus fans, el disco que habían elegido estaba muy bueno. Siguieron los schnaps, el Apfelstrudel y las cervezas hasta las 2 en punto. Esta vez, el servicio del establecimiento fue mucho más sensato y humano. El mozo se acercó a la mesa para cobrarnos y avisarnos que querían cerrar. Así que nos fuimos caminando por las solitarias calles vienesas hasta el hotel y Christoph se tomó el tranvía para ir a su casa. Hasta mañana.
Reproducido -con permiso de los autores- de La Lectora Provisoria.
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