Festivales
4 días, 6 películas, 1 balance positivo
En su breve paso por el festival, Josefina Sartora pudo ver varios films valiosos, de directores como Jia Zhang-ke, Fernando Eimbcke, Joâo Canijo, José Campusano y Alexandre Rockwell.
Este año estuve sólo cuatro días en el festival, los últimos, de manera que podré evaluar sólo algunos aspectos del mismo. No he podido ver aún las películas premiadas, proyectadas en los primeros días y no repetidas en la segunda parte.
Empezaré por lo que más me gustó: la amabilidad del festival, mayor que en años anteriores. Eso pudo percibirse en el trato a los acreditados y en el clima distendido, entre otros detalles. En cuanto a lo cinematográfico, la programación fue excelente y una de las mejores fue la última película de Jia Zhang-ke, A Touch of Sin. Dedicado a filmar los cambios que están produciéndose en China, en esta ocasión indaga en la violencia que subyace como común denominador a varias historias, tratadas de manera independiente. Personas y animales son víctimas de la fuerte expansión social y económica que vive China: la ambición desmedida, corrupción, prostitución y marginalidad parecen ser el precio que la sociedad paga por el desarrollo. Una imagen potente para historias de crueldad donde la venganza no queda a la zaga.
He tratado de ver todo lo posible en Competencia Internacional, que presentó un buen nivel, sin grandes películas pero mejor que en años anteriores, en su mayoría de directores jóvenes, cada una con su valor a considerar. Para destacar: Club sándwich, del mexicano Fernando Eimbecke. Extra minimalista, pareciera que el director ha realizado un trabajo de extracción en vez de adición. Se trata de un film sobre la relación madre-hijo en el momento que éste vive su despertar sexual, su llegada a la adultez. Casi sin diálogos, o con comentarios banales, a fuerza de gestos y pequeños movimientos operativos se retrata ese vínculo estrecho entre ambos, roto con la aparición de una chica. La reacción de la madre (excelente María Renée Prudencio), quien intenta retener a su hijo, y la solución final son extraordinarias.
Little Feet, de Alexandre Rockwell, que tuvo su premio, era la presencia indie infaltable en todo festival. El tema de los chicos abandonados por los mayores resulta atractivo para su representación cinematográfica, y ya hemos visto muchas películas sobre el tema. En este caso, Rockwell se vale de un tratamiento algo casero -y en blanco y negro- para retratar a sus propios hijos sin padres a cargo, que se las arreglan para sobrevivir solos y salen a la ruta, en una suerte de road movie infantil, a conocer el mar. Tierna, fresca, mínima y casi genial.
Pese a la crisis económica y política que Grecia está atravesando, ha emergido un joven cine griego que no falta en ninguna muestra. The Eternal Return of Antonis Paraskevas, de Elina Psykou narra la patética historia de un presentador de televisión que, después de muchos años de fama, atraviesa una etapa de decadencia y, para recuperar el centro de la escena mediática, planea un autosecuestro. La soledad en el aislamiento de un hotel cerrado provoca, como en El resplandor, un desequilibrio en su mundo emocional y anímico, arrastrándolo a la tragedia. Con un peculiar humor negro y auto parodia, el film no deja de evocar la situación general del país, con gestos mínimos, diálogo ausente (el protagonista casi no tiene interlocutores). Su excesivo minimalismo y su aspereza en el trato le valió retiros en masa de la sala.
Parece que lo mejor de la cosecha argentina fue Fantasmas de la ruta, lo último de José Celestino Campusano, habitué de Mar del Plata, y única película nacional que pude ver. Con la contundencia de siempre, Campusano sigue delineando su fresco sobre el conurbano y las bandas de motociclistas. Con el liderazgo de Vikingo, esa fraternidad ahora se dedica a rescatar a una chica caída en las redes de la trata. El director no limita sus ambiciones -tal vez demasiadas, o demasiado desarrolladas-, en un film con muchas ramificaciones, personajes, situaciones. Hubiera convenido el uso de la tijera para conseguir mayor fuerza aún con la elección. También hay problemas con la dirección de actores, muy despareja, pero todo ello no quita méritos a este film fuera de todo parámetro convencional.
En el BAFICI 2012 conocí toda la filmografía del portugués Joâo Canijo, que me resultó fascinante, sobre todo por su tratamiento del mito y el melodrama. En Mar del Plata se presentó su último opus, È o amor, un curioso documental sobre una familia de pescadores que vive y trabaja cerca de Oporto. Su actriz fetiche, Anabela Moreira, entrevista a una mujer que lidera un grupo de trabajadoras del pescado, y participa de su trabajo, al tiempo que presenta un emocionante retrato de ese grupo social, esos trabajadores, con sus relaciones laborales y familiares. Con una naturalidad sorprendente, en donde ficción y realidad -una vez más- se pisan la cola, Canijo realizó un film absolutamente original.
Encuentro que este año, más que en otras oportunidades, el festival dedicó un gran espacio a la revisión de cine de otras épocas. No sé si esto es bueno o malo, en todo caso hubo ofertas para todos los gustos: Miklós Jancsó, Alfred Hitchcock en su etapa inglesa primitiva, Roberto Rossellini, Juan Antonio Bardem, el cómico John Landis, nuevamente Pierre Étaix, (mucho) cine argentino clásico y una retrospectiva del jurado coreano Bong Joon-ho. Es cierto también que de esta manera el festival adquiere el perfil de un evento cinéfilo más que la ventana a un nuevo cine mundial. Que no lo es tanto: hubo en proporción poco cine europeo, asíatico, árabe o estadounidense: este año, quedó claro, adquirió protagonismo el cine latinoamericano y, sobre todo, el argentino.
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