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Reivindicando a los viejos Muppets
Nuestra columnista, no demasiado contenta con la nueva versión de los muñecos, repasa la historia en cine y televisión de estos queribles personajes creados por el gran Jim Henson.
Publicado el 29/4/2014
Como ese paternal inventor Vincent Price que el joven manos de tijera veía caer inexplicablemente, Jim Henson los creó en los '50 y, cuando murió en 1990, después de varias temporadas de Sesame Street, The Muppets Show, Fraggle Rock y de unas cuantas películas, los dejó solos. Pero si el padre de Edward no logró dar los toques finales a su criatura antes de morir, y mucho menos prepararlo para salir al mundo, los muñecos de Henson, habitantes interminables del lado de la alegría que desconocen por completo la seriedad melancólica, ya tenían vida propia y eran un grupo lo suficientemente sólido como para seguir viaje sin el creador que, antes que la vida, les dio la forma.
El proceso es fascinante: si buscan en YouTube algunos comerciales con Muppets creados por Jim Henson podrán ver, en riguroso blanco y negro, los proto-muppets que están a mitad de camino entre la media con ojitos y pelo de lana y los definitivos muppets que vinieron después, aunque las voces ya sean totalmente reconocibles.
Es que Henson ya parecía haber encontrado una identidad antes que una imagen, la de un grupo de muñecos que están a años luz de la ternura obligatoria de los peluches y de las voces compradoras destinadas al público infantil. Roncos y rasposos, chillones o con voz de pito y de comediante petiso y algo neurótico como tendría René no muchos años después, los Muppets son desde el principio un engendro enamorado de la indefinición, de lo inclasificable, de lo inacabado.
Unos años después, es 1976 y detrás del telón de The Muppets Show asoma el grupo definitivo: una rana sureña de patas finísimas, una cerdita fuerte como un toro y coqueta como una cocotte, un oso de aires judíos, gallinas coristas, un perro pianista, un músico hippie de color verde y diente de oro y una rubia que o es medio ciega o está muy fumada, un científico sin ojos cuyos lentes no se sabe si aumentan la visión o la ceguera, un Animal cuyo nombre no aclara nada, una cosa llamada Gonzo, y así. El zoológico se adorna también con algunos muñecos tan humanos como Scooter o el cocinero sueco -pero mucho menos humanos y civiles que, por ejemplo, la rana René-, para demostrar que, puestos en conjunto y arrastrados por la misma lógica enloquecida que cruza cerditos con ranas y Gonzos con Camillas, todos pertenecen a una misma categoría, antropomórfica, sí, pero felizmente liberada de la carga de cualquier tipo de humanismo.
Quizás haya sido este punto el que les permitió, desde la plataforma de un show de vodevil a la vieja usanza, burlarse de lo que viniera, apropiarse del cine clásico y la música contemporánea, tener invitados de lujo como el más cotizado talk show y mezclar a las estrellas de Hollywood con los peores chistes de salón, con bromas tan baratas como tirar chorros de agua por una trompeta o con los musicales más brillantes. Henson venía de hacer algunos números cómicos con sus muñecos para distintos programas televisivos y de ocuparse, desde 1969, de una parte de Plaza Sésamo, pero con este show, que tuvo cinco temporadas a partir de 1976, la idea era ganarse al público adulto y realmente lo lograron.
Es difícil imaginarse que durante cinco años miles de personas prendían la tele una vez por semana para ver el show de los Muppets, y también da un poco de envidia. Una ayudita de un montón de amigos sirvió para impulsar el programa hasta el tope del ranking y, aunque al principio los famosos se mostraban reticentes, la aparición de Rudolf Nureyev en la segunda temporada (episodio 213) sirvió para convencer a las estrellas, que terminaron por conformar una lista impresionante de nombres como Liza Minelli, Julie Andrews, Sylvester Stallone recién salido de Rocky, Vincent Price, Linda Carter, Charles Aznavour, Joan Baez, Dizzy Gillespie, Elton John, Peter Sellers, Brooke Shields y muchísimos más.
A nadie le dio vergüenza bailar, cantar o decir unas líneas de igual a igual al lado de ratas, cerditos o verduras cantantes, y creo que esto fue así porque el nivel de inteligencia y el derroche de creatividad puestos en el show eran altísimos. Con un formato simple de números de vodevil que se reinventaba a sí mismo –Steve Martin hace animalitos con globos en un episodio en el que el show se reemplaza con un casting, y Liza Minelli es la femme fatale en un noir en el que René es el detective, por ejemplo-, no hubo tema contemporáneo que no fuera satirizado por los Muppets, que tanto podían presentar un entretenimiento bien naif como un glee club de verduras que cantaban “Hoy no tenemos bananas” como poner a unos cerdos a interpretar Macho Man de Village People.
Pero aunque se codearan con estrellas, los Muppets siempre parecieron juguetes de segunda mano, muñecos usados y vueltos a usar que no parecían inventados a propósito para un show sino poseedores de una vida previa. Y de una vida quizás hasta marginal, de rebusque, de artistas descastados que intentan (y logran) revivir el musical en un mundo donde las candilejas se apagaron hace tiempo. Así los encuentra su primera película, The Muppets Movie (1979), que abre con la rana René cantando su canción al Arco Iris acompañado con el banjo y en un estanque en el que enseguida aparece un agente de Hollywood. Sólo se necesita que el agente le cuente a René sobre un casting de ranas que están haciendo en Hollywood, y que le permitiría no sólo hacerse rico y famoso sino también hacer felices a miles de personas, y la road-movie ya está servida, al menos desde el momento en que René se encuentra con Figueredo haciendo stand-up en un club de mala muerte, y salen juntos para la ciudad de los sueños en una Studebaker destartalado.
Lo que va surgiendo alrededor de ellos por el camino es un mundo acorde con los Muppets, una Norteamérica de segunda clase que el cine de los '70 visitó ampliamente y que es el escenario apropiado para estos buscavidas que andaban desperdigados por el país: Piggy acaba de salir reina de la belleza en una típica feria sureña de algodón de azúcar y vuelta al mundo, la banda del Dr. Teeth ensaya en una iglesia abandonada que Scooter piensa convertir en bar, Gonzo recorre la zona en una camioneta con la que hace trabajos de plomería, y un magnate empresario vestido de blanco que recuerda a aquel comisionado de los Dukes de Hazzard los persigue para obligar a la ranita a poner el cuerpo en una publicidad de una cadena de fast-food que vende ancas de rana.
Artistas y entertainers enamorados del oficio antes que de otra cosa, los Muppets tematizaron el mundo del espectáculo en esta y otras películas como The Muppets Take Manhattan (1984), dirigida por Frank Oz. Allí la banda acaba de terminar la universidad, “algunos con honores y otros con asistencia psicológica diaria”, dice René, y se entusiasman con llevar a Broadway el show de variedades que organizan para la graduación. Pero inexpertos e ingenuos -después de todo son del interior-, luego de fracasar uno tras otro con todos los productores con que se entrevistan, los amigos se desbandan para probar suerte individualmente en otras partes del país. Con centro en un típico dinner de inmigrantes de New York donde las ratas cocinan y la linda Jenny, la hija del dueño, sueña con ser diseñadora de modas algún día (un sueño que en los '80 compartió Molly Ringwald), la película vuelve a recorrer pueblitos y rincones del país y también géneros musicales -el rock and roll de los Muppets bebés es simplemente increíble- para terminar a todo trapo con una boda medio ficcional medio real entre René y Miss Piggy.
Aunque hubo varias películas más, y algunas muy buenas como The Muppet Christmas Carol (1992), dirigida por Brian Henson, ese es el tipo de argumento que retoman las más recientes películas de estos nuevos Muppets comprados por Disney: Los Muppets (2011) y Muppets 2: Los más buscados (2014). Y digo nuevos, aunque los Muppets no parecía que podían serlo, porque de verdad Miss Piggy nunca estuvo tan bronceada y la rana René (Kermit) nunca fue tan brillante, aunque hay algo con estos nuevos Muppets revestidos del glow tecnológico y empresarial del nuevo Disney que no encaja. Basta con la presentación de The Muppets Show replicada, pero con “mejoras”, al inicio de Muppets 2: Los más buscados, para entender que es lo que Disney agrega: dinero, dinero, dinero, y esa gran tentación de la prolijidad y del retoque. Un aire de glamour, ahí donde antes había un viejo teatro con el telón medio gastado, que era mejor porque hablaba de varias décadas de show-business, mientras que el escenario supuestamente mejorado y desprovisto de contexto del musical actual no habla de nada.
No se trata de nostalgia fácil, pero una de las particularidades de los Muppets siempre fue la apariencia de harapos, trapos viejos, peluches despeinados y de pelos duros, algunos tan rotosos que parece mentira que estuvieran en la tele. Los Muppets eran chiches gastados y de voces rotas que producían el milagro de musicales perfectos, y ahora el esquema está un poco al revés. Ya no parece haber buenos escritores y compositores que estén a la altura de los Muppets y, en general, a las películas les falta locura y las canciones son muy malas. Además, hay algo con la forma de presentar los cameos de actores famosos, que siempre fueron un clásico de los Muppets, que habla más de esta época que otra cosa. Porque antes las estrellas pasaban tan inadvertidas que si uno no sabía, por ejemplo, que el policía que entra en el dinner en The Muppets Take Manhattan y se sorprende con la salida de una rana es Elliot Gould, tranquilamente puede no enterarse de su presencia. Ahora, por más que uno no conozca a los nuevos famosos, hay un subrayado que denota que estamos frente a famosos y parecería que esa presencia vale más en tanto celebrities que personas que se prestan a jugar con los Muppets.
Pero tantas décadas no pasan sin arrasar con unas cuantas cosas y a pesar de ese aire de sencillez que ya no está, de juego descocado y libre hecho con mucho rigor y mucho oficio, los Muppets siguen siendo esas dos cosas hermosas que son por sí solas una especie de resistencia: viejos y reales.
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<p>Muy lindo repasar ese recorrido. Creo que desde las últimas pelis (como Muppets in Space) hay una mejora en el regreso de los Muppets, no vi la secuela todavía pero mientras falta algo que ... que... ese plus, quizás sí, esa mugre que lo hace sentir más amigo, más real y humano (sucio, claro) todo... igual sigue emocionándome ver estos bichos dando vueltas. No sé si habrá tanta fuerza tironeándolos para al final terminar convirtiéndolos sólo en producto y que hagan que quede atrás esa emoción que todavía me provocan.</p>