Críticas

Hairspray, de Adam Shankman

Bailando por un sueño

Con una energía, una vitalidad y una inteligencia que el musical extrañaba desde hacía décadas, esta remake del clásico de culto de John Waters e inspirada también en el exitoso show de Broadway recupera -con su mirada a los conflictos interraciales de los '60 y con un elenco encabezado por John Travolta (foto), Michelle Pfeiffer, Christopher Walken y la sorprendente Nikki Blonsky- el glamour y el desparpajo de la época dorada del género.
Estreno 09/08/2007
Publicada el 30/11/-0001
Hairspray (Estados Unidos/2007). Dirección y Coreografía: Adam Shankman. Con John Travolta, Michelle Pfeiffer, Nikki Blonsky, Christopher Walken, Amanda Bynes, James Marsden, Queen Latifah, Brittany Snow, Zac Efron, Jerry Stiller. Guión: Leslie Dixon, basado en el film de 1988 dirigido por John Waters y en el musical de 2002. Fotografía: Bojan Bazelli. Música: Marc Shaiman. Letras; Scott Wittman y Marc Shaiman. Edición: Michael Tronick. Diseño de producción: David Gropman. Distribuidora: Distribution Company. Duración: 117 minutos. El musical tuvo su época de oro entre los '30 y los '40, pero quizá los momentos extraordinarios estén mayormente en los años '50, como en el caso de dos de los grandes hitos: Cantando bajo la lluvia y Brindis al amor.

Y, aunque pareciera que el signo de los tiempos lo fue arrumbando en un rincón lejano de la historia del cine, con Amor sin barreras primero, con la irrupción de Bob Fosse después y, más tarde, con esas dos apuestas de Francis Ford Coppola que forman una sola, como fueron su visión de una continuidad imposible para el género en El camino del arco iris y luego su revitalización electrónica y utópica de un mundo al que ya no se podía volver salvo virtualmente, con Golpe al corazón, pareciera que el musical es capaz de renacer. Y es capaz de renacer a pesar del videoclip, de los canales de música de 24 horas y tanto de los intentos que cultivan una amnesia mediocre (Chicago, Los productores) como de los simplemente mediocres (los de Alan Parker), por lo que la decisión de hacer una remake del cult de John Waters, Hairspray, incluso más allá del paso intermedio que el proyecto tuvo por el teatro, permitía al menos pensar de qué modo Hollywood resolvería el reto esta vez.

Ambientada en el despuntar de los ´60, Hairspray es la historia de Tracy Turnblad (Nikki Blonsky: un hallazgo), una chica que está fuera de estado para el canon de belleza y sueña con bailar en el Corny Collins Show de Baltimore, donde hay días para que bailen los blancos y uno para que lo hagan los negros. La madre por lo menos cuadriplica a su hija en volumen y voracidad y hace años que por pudor no sale de su casa, se llama Edna y la curiosidad no es que esté representada por un hombre (lo que ya ocurrió tanto en su primer versión cinematográfica como en la teatral) sino por John Travolta, marcado con un exceso desaforado que refracta muy bien en la construcción de su marido y padre de Tracy, el Wilbur que hace el gran Christopher Walken, más bien escueto y preciso. Hay una villana rubia llamada Velma Von Tussle (Michelle Pfeiffer, demasiado cruela) que intenta alterar el concurso que busca a la nueva bailarina del programa y sólo obtiene un efecto indeseado: una creciente unión entre negros y blancos que tendrá como instigadora a la no menos voluminosa Maybelle (Queen Latifah), que hará dar un giro al pueblo, al programa y a las relaciones interraciales.

Hay algo gozoso y vital en esta remake que dirigió Adam Shankman, y que se apoderó de la película al punto de contagiarla, como si el pop fuera de verdad un virus. Y quizás el logro de Shankman no esté tanto en un diseño de producción que entiende que los colores y decorados en el musical no son un mero revival arqueológico ni tienen la misma resonancia que en otro género, ni tampoco esté en la inteligencia musical de las canciones de Marc Shaiman y Scott Wittman (a veces extraordinarias, como en la memorable Timeles to Me), ni en la justeza de las coreografías ni tampoco en el uso refinado de las citas a momentos del clasicismo del género, o de las parodias, como en hacer que Travolta vuelva a bailar en clave de mal gusto, como si fuera un Tony Manero camuflado e inflado con moda XXL. El logro de Hairspray, más bien, está en la convicción con que asume el reto de la película. Es como si la película tomara la decisión de Tracy como propia y quisiera cambiar las reglas.

Así, la energía de Shankman aleja a Hairspray del desgano, de la película "de financistas" que arman un producto a partir de una probada rentabilidad previa. Pero al mismo tiempo cabe preguntarse para qué volver a esta estética y por qué para hablar de integración racial hay que viajar a unos años ´60 de glamour, si después pasaron Martin Luther King, Malcolm X, los Black Panthers y Rodney King. Cabe pensar si esa alusión al notable epílogo de Imitación de la vida (Douglas Sirk, 1959), casi 50 años después, no termina demostrando que esa integración es un imposible, un camino que la sociedad norteamericana está imposibilitada de resolver en un marco realista.

Y, por otro lado, es interesante pensar que detrás de esta recuperación de un "saber hacer" que pone en evidencia Hairspray, detrás de un "saber hacer" que se intuía perdido o enterrado para siempre está la pregunta del sentido que tiene desenterrar este género de esta manera. Dicho de otro modo: ¿para qué volver a la vida algo que estaba muerto de muerte natural? O mejor, si entendemos que el musical fue el género paradigmático del cine de estudio: ¿para qué volver al cine de estudio? Creo que al abroquelarse en la restauración de un género se busca escapar de toda voluntad realista, como si Hollywood estuviera volviendo a los '30. Y si pienso en los paralelos entre los los códigos de censura que formaron parte del Hollywood de oro y los actuales, se refuerza la idea. No me parece casual esta vuelta del artificio que trae Hairspray, sobre todo si entendemos que el Hollywood actual hizo de lo fantástico y la ciencia ficción sus puntales. Y de la ciencia ficción al musical, hay sólo un paso. Finalmente, un paso en una estudio de baile y un paso en la Luna, es prácticamente lo mismo.

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