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Cannes 08: Cine frágil para un festival demasiado poderoso
Una mirada despiadada, inteligente y polémica sobre las miserias, contradicciones e injusticias de la principal muestra del mundo.
Más allá de que no se hayan dado antes las circunstancias para ir, la hoguera de vanidades me resultaba difícil de tolerar. Nada menos interesante para mí que las estrellas, ni conocerlas ni saludarlas ni fotografiarlas: nunca leí una biografía de un actor o actriz, ni autorizada ni desautorizada, ni siquiera de aquellos que me parecen extraordinarios, ni la de Cary Grant ni la de Marlon Brando ni la de John Wayne.
Estar allí me permitió comprobar algo que intuía y que seguramente es obvio para todos los que alguna vez estuvieron allí, y es que el Festival de Cannes busca condensar esa doble articulación del gran espectáculo -o del último reducto de la tradición: no es casual que el ceremonial se parezca tanto al del Oscar-, con el gran arte cinematográfico, con aquellos que ya fueron descubiertos por el festival, pasaron por varias pruebas entre las que se cuenta su fidelidad al festival y llegan a la cima. En algún sentido, podría sintetizarse en que se detecta lo nuevo (generalmente, en la Quincena de Realizadores) y luego hay un periplo que es casi un escalafón, una lenta pero sostenida escalera por la que los cineastas van subiendo tratando de llegar a la Competencia oficial, el punto mayor de ese ascenso. Los que conocen bien el festival aseguran que aquellos que llegan demasiado rápido también se caen de forma demasiado veloz, y que lo mejor es lograrlo slowly…
Más allá de la diversidad de su selecta, dispar, proteica y ocasionalmente explosiva programación, y en la que la ausencia de documentales resulta sorprendente salvo por los consagrados (Raymond Depardon) o por aquellos sobre grandes personajes (uno sobre Roman Polanski, otro sobre Mike Tyson, otro sobre Diego Maradona), lo que más me impactó es que las películas y los directores no parecen interesarle demasiado a nadie, excepción hecha de un puñado de críticos y programadores y de la sección más estimulante y cálida, la Quincena de Realizadores, un pequeño jardín muy bien cuidado por Olivier Père, donde los directores, críticos y programadores se sienten respetados por el criterio de selección y por el mismo anfitrión, que presenta a los directores y se sienta en la sala junto a ellos a ver la película y se hace el tiempo de hablar con todos.
Esa calidez se extraña en otras secciones de un festival que va a mil por hora y arrasa con todo vestigio de fragilidad. Justamente quiero hacer un elogio del cine frágil, el más desprotegido frente al alud de opiniones lanzadas sin que se procese lo que se acaba de ver, sin dejar que una película sedimente su sentido en el espectador, sin que la singularidad de la mirada se abra paso entre la hojarasca de estupideces y mediocridades.
Aunque parece que ese síndrome bulímico es habitual en Cannes, y casi es festejado con irresponsabilidad y resignación, este año parece haber azotado a dos películas extraordinarias: La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel, y La frontière de l'aube, de Philippe Garrel.
La mujer sin cabeza es una película de una aparente simplicidad y de una verdadera complejidad, construída alrededor del vacío que se inicia en la protagonista y se prolonga sobre el espectador. Casi una inversión de La ciénaga, donde el desorden estaba en el mundo que rodeaba a los personajes, aquí el desorden es interior pero sus modos de manifestación son elípticos y muchas veces orientados en direcciones dobles u opuestas que son las que potencian su ambigüedad. Paradójicamente, el intento de todos los otros personajes de volver a poner orden en la vida de la protagonista la devuelve a un orden que para ella es un desorden. Como en sus dos películas anteriores, Martel trabaja siempre con sobreentendidos y planos de sentido -sucesivos, superpuestos, contradictorios- que nunca se esclarecen y permiten que el espectador tenga que trabajar sobre la película, que tenga algo que hacer con ella. Como ocurre con todas las grandes películas, reducida a sus componentes anecdóticos resulta una absoluta tontería, pero es de esa exigua raza de films que no se parecen a nada, que obstruyen las indicaciones y piden si no una segunda visión por lo menos un tiempo para rearmar ese cuerpo, poniendo la cabeza.
La frontière de l`aube es un caso supuestamente diferente porque opera sobre la obsesión de Garrel en los desencuentros amorosos, sobre la idea de un mundo inexistente (¿los 30?, ¿los 70?) diseñado a partir de lugares sin tiempo y que evocan a un cine primitivo, quizás perdido, donde los siempre presentes ecos de la nouvelle vague se fusionan con lo fantástico y lo político. Es indudable que no es una película superior a algunas que pude ver de él, como J'entends plus la guitarre o Les amants reguliers, pero emana de ella un gran dolor y una gran libertad. No es la película de un cineasta satisfecho con el cine, sino de un buscador, de alguien que pone en riesgo sus certezas, que puede hacer añicos la idea de unidad dentro del género para dialogar con ellos y proponerle al espectador que participe de ese diálogo sobre esas formas pasadas y actualizadas.
La difícil recepción de estas dos películas en Cannes me hizo pensar no tanto en por qué un productor o un director aceptan ir a este circo romano donde cientos de personas cansadas e ignorantes levantan o bajan el pulgar de la vida a un film porque vienen de o van a ver otro, o porque "no se entiende", como escribió un crítico aparentemente competente de un aparentemente progresista diario francés sobre La mujer sin cabeza.
Sí, ya sé que Cannes es una rampa desde la que se eyectan comercialmente las películas, y que la sola presencia de un film en la Competencia oficial le prodiga una atención que de otro modo no tendría. La pregunta, más bien, me la hago a mí mismo: ¿Cuál es el mejor lugar para que esos films frágiles puedan encontrar espectadores capaces de darles una oportunidad? ¿No se supone que Cannes es el festival que vela y se desvela para que esos títulos y esos grandes cineastas existan y puedan seguir haciendo cine? Tengo la impresión de que ese cine frágil es cada vez más frágil y que esta clase de películas son cada vez más escasas, y que exponerlas de ese modo, como en un mercado (y cabe la comparación porque Cannes está integrado al mercado), así, a cara o cruz o a suerte y verdad, incide sobre el cine que nos espera.
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Sergio, hay una pequeña frase del poeta Fernando Pessoa que explica un poco por que el publico de ese "cine frágil" es cada vez más escaso, y dice: "Há tão poucas pessoas que amam as paisagens que não existem."<br /> Así es, no solo con el cine, pero con todo lo que vale la pena de verdad..<br /> gracias por tus comentarios.
Sergio, estoy de acuerdo con lo que decis. Lo que me llama la atención es lo de"hoguera de las vanidades". En el bafici un festival "infinitamente menor" , me cansé de ver a directores, actores y críticos hinchando sus cuerpos, vanidosos y "orgullosos" de su presencia en el mismo. Si eso pasa aqui en tu festival, que esperas de Cannes. La industria cultural nos agarra a todos, nos clasifica y nos ubica y nadie lamentablemente se libera de ella, ni Gerrel, ni Martel ni vos y nadie. Despues de Mundo grua, contanos porque Trapero desairó al bafifici para irse alli.Lamentablemente todos entramos en la misma. Saludos
Creo que la razón por la que no se ven documentales en Cannes, es porque, justamente, es el cine más frágil de todos.
Excelente tu nota. Evidentemente la degradacion en el analisis de los criticos de cine no es privativa de Argentina y paises aledaños, tambien se da en el primer mundo. No deja de ser desolador el panorama. Pensar que en una epoca en Cannes se propiciaba toda la vanguardia habida y por haber. La globalizacion hace estragos en las economias y en las mentes de la gente. Nos lobotomizan el cerebro. Es desolador, pero como suele decir Jorge Lanata: "es lo que hay".<br /> Saludos.